Ángel [vancouver #1]

Capítulo 8. Bromas Pesadas

 

Ángel.

Todo sucede en cámara lenta.

Él con sus manos por debajo de su vestido

Él encima de ella.

Ambos en mí auto.

Ella llorando.

Todo deja de ser cámara lenta para convertirse en un mismísimo infierno.

No me doy tiempo del razonamiento, ni siquiera del asimilar lo que está sucediendo. Veo mis manos sujetar sus costados para sacarlo del auto. Veo mis manos aferradas a su traje, cómo éstas lo tiran al suelo sin siquiera pedir misericordia. Percibo la repulsión que siento por Ian y cómo mis ojos se encienden en llamas. Noto como mis instintos me gritan el que no tenga clemencia.

Noto cómo yo no puedo controlarlos, cómo no pudo detenerme.

Mis manos se aferran a su cuello y mis piernas lo sujetan por las caderas.

Veo como mis manos se hacen puños y lo golpean en el rostro.

Debo parar pero no puedo.

Debo controlarme pero no puedo.

Debo razonar pero no puedo.

Mis puños impactan en su rostro.

Éstos comienzan a teñirse de rojo.

Me grito a mí mismo que debo parar, que esto no es lo que debo hacer. Me grito y me suplico a mí mismo que me debo detener, pero no puedo. Ahora mismo soy yo y a la vez no lo soy.

— ¡Te querías aprovechar de ella, maldito perro infeliz! — me escucho a mí mismo gritar, pero a la vez no soy yo.

Maldita sea, quiero parar y no puedo.

¡Detente ahora mismo!

Sigo sintiendo mi piel contra la suya, sigo sintiendo como mis nudillos comienzan a sangrar también. Él intenta reaccionar, pero sé que por el alcohol es inútil. Nunca lo logrará en esas condiciones, nunca será un rival para un combate de cuerpo a cuerpo.

Unas manos se aferran a mí con dureza y me alejan de Ian.

Mi parte racional agradece internamente, pero esa parte, la parte casi animal, grita furiosa. Reclama a los cuatro vientos.

— ¡Suéltenme! — forcejeo a los brazos que me sujetan. Se aferran aún más a mí hasta el grado que siento que sufriré un colapso. Aun así pataleo —. ¡Déjenme acabar con ese maldito hijo de puta!

— ¡Contrólate! — escucho la voz de mi captor. Es dura y fuerte, lo suficientemente grave como para mojarme en los pantalones. Mi parte racional tiembla, la otra no.

Mis labios se abren y enseñan los dientes. Mi ceño se frunce enojado y mi cuerpo comienza una lucha con mi opresor.

¡Debo acabar con ese imbécil!

¡No lo hagas!

Miro hacia donde está Ian.

Una muchacha de ropas negras — unos jeans y una camiseta de tirantes — se arrodilla a su lado y le levanta la cabeza. Noto cómo esas dos líneas rojas por debajo de su combinan con aquella que se le quiere formar en la ceja que está abierta. Noto como su labio está hinchado y partido.

Siento como me dan arcadas, la repulsión me carcome. Yo no soy así, yo no soy un monstruo. Mi lado racional se asquea de sí mismo por aceptar esto, se asquea por permitir llegar tan lejos. Mientras tanto, mi lado animal me grita que quiere acabar con él; se ríe por lo que ha hecho, se felicita a sí mismo y vitorea a lo alto.

— ¡Sigue vivo! — reclama ella y así sorprendiéndome el hecho de que siga en sobriedad.

Ella me mira con astucia y noto como tiene al menos cinco perforaciones en el rostro. Clara muestra de que es una mujer distinta a mi perspectiva. Intento forcejear de nuevo, pero al notar cómo mis ojos — esta vez sí son los míos — observan el cómo Gwren comienza a salir del auto. Todo cambia. Ella está con los cabellos despeinados y algunos fuera de ese moño laborioso, sus ojos miran el suelo fijamente y aquel vestido está lleno de arrugas.

Gimo internamente.

Trato de liberarme de mi opresor (que hasta ahora me he dado cuenta que es un hombre alto y moreno) pero esta vez con menos fuerza. Él al notar mi verdadera razón por mi huida, me suelta. Corro instintivamente hacía ella y al llegar a su lado me dejo caer de rodillas justo en el momento en que ella cae sobre mí.

Su cuerpo es peso muerto, literalmente está en estado de coma.

Llevo su cabeza al hueco de mi hombro y paso mis manos por su cabello. Siento su respiración pesada y visualizo cómo se une a la mía que orbita en el aire como si fuera un corredor de maratón. Acaricio sus cabellos marrones que cubren su espalda. Me quedo ahí un momento con ella, sin moverme siquiera un centímetro. Me quedo con ella hasta que reacciono.

La tomo en brazos y me levanto con ella.

Notablemente se acurruca en mi pecho, lo cual me hace sentirme menos estresado. Sigue con vida y fuera de ese estado. No tengo nada en contra de los comatosos, pero creo que sería aún más difícil tratar con ellos.

Abro la puerta trasera y la introduzco ahí. La miro un instante, ella tiene los cabellos sobre la cara y los labios entre abiertos. Estoy en tentativa de quedarme con ella, sólo parece una niñita enferma.

Niego repetidas veces, me falta Elena.

No me voy de aquí sin Elena.

Cuando llego a la bodega, me encuentro a Elena con los brazos sobre la isla y su rostro escondido en ellos.

— Elena — murmuro inconscientemente y la tomo en brazos. Ella está más consiente que Gwren lo que lo hace más tranquilizador, sin embargo también lo hace aún más irritante.

— Dime algo, ¿por qué eres tan aguafiestas? Se nota que nunca sales, debes dejar de estar con tu tonta faceta. ¡Dios, Ángel! Eres más aburrido que la abuela Cecil.

— Oh, cállate Elena.

Sigo caminando con ella en brazos hasta que llego a la estadía del auto. Los espectadores de mi pelea con Ian se han ido junto con él. Miro el suelo y me encuentro algunas manchas de sangre en la tierra. Niego repetidas veces y sigo caminando.

Elena se ha dejado caer y lo que parece un gran misterio, ha tomado vida. Ella se ha dormido en mis brazos tal princesa encantada. Su cabello cae en orbitas por mis brazos, jugueteando contra mis muñecas y mis brazos.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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