Ángel [vancouver #1]

Capítulo 13. Pequeño Secreto

Gwren.

Sería una completa mentira decir que puedo dormir después de una sesión de posesiones, muñecas diabólicas, niñas saliendo de pozos y caras horribles que van a perdurar en mi cabeza por un buen tiempo. Ay dios, ¿en qué momento me pareció buena idea aventurarme con Sara — fanática del terror y la sangre — a sus territorios? Yo me conozco bien para saber que soy tan miedosa que si un niño me dice que hay un monstruo bajo la cama, soy capaz de abandonarlo y mudarme del país.

Papá ha enviado muchísimos mensajes y tengo unas cuántas llamadas perdidas, se me olvidó avisarle que me quedaría en casa de Elena pero una parte de mí no se siente culpable. Eso de vivir únicamente con tu padre que se la pasa más en otra ciudad que en la tuya no ayuda mucho para sentirse enlazada con la manía de: ¿Me das permiso de…? ¿Puedo salir con tal…? Ahora que si añadimos una madre ausente que de vez en cuando se acuerda de mí, bueno, podemos justificar mi comportamiento tan despreocupado.

Joseph Rowell lo sabe y mi jodida madre también, he aprendido a vivir a la deriva de mis propias decisiones pero de vez en cuando me siento un tanto celosa de las familias convencionales, esas donde los padres son una figura autoritaria que velan por ti todas las horas del día y no solo un nombre que está en tu acta de nacimiento.

Desde que mamá se fue, una parte de mí se fue con ella y aunque mi padre lo niegue todas la veces que tocamos el tema, sé que una de él también. Fue un evento trágico cómo la señora Green se llevó sus maletas para nunca volver, dejando como único recuerdo una puñetera carta que terminó con la pobre niñita que únicamente quería una familia.

Suelto un suspiro, siempre me pongo emocional cada que recuerdo todos los eventos desafortunados de mi infancia. En el mundo hay millones de niños que han crecido en casas separadas a consecuencia de un divorcio y lo han llevado bastante bien por la buena relación entre sus progenitores pero lo mío es una cosa de orgullo, de un corazón herido que al leer la carta de su madre entendió que a su madre no le importaban en lo más mínimo los pedazos de mi alma.

Papa fue bueno y mi madre intentó remediar su error pero no lo sentí suficiente, sigo sin sentirlo hasta el punto de que su sola mención me revuelve el estómago. Quizá ese es el problema con mi falta de pertenencia, desde muy chica aprendí a estar tan sola que la simple idea de tener que enganchar mi vida a alguien me parece tan difícil.

De: Gwren.

Estoy bien papá, estoy en casa de Elena.

De: Papá.

Pudiste haberme avisado, llegue a casa y no estabas ¡pensé lo peor!

De: Gwren.

Lo siento, se me fue la olla. Llego mañana temprano, paso a comprar algo para el desayuno, lo prometo. Descansa.

De: Papá.

Cuídate duende.

Veo por última vez la pantalla de mi celular antes de sumirme nuevamente en la oscuridad muy a mi pesar, han pasado aproximadamente veinte segundos desde que cerré la puerta de la habitación de Elena y ya estoy en una pesadilla imaginaria donde un asesino serial viene por mí para enterrarme un cuchillo en el estómago.

Ay dios…

Medito muy poco la idea de volver a la cama pero el insomnio, los mensajes de mi padre y las irremediables ganas de hacer pis son más fuertes. Si algo pasa conmigo en el trayecto del dormitorio al baño — hombres encapuchados con hachas, niñas con cara demoniaca caminando en cuatro patas, almas en pena con sed de venganza o qué se yo —, solo pido que en mi tumba escriban que fui la mujer más valiente del mundo al no seguir mi traicionera mente y enterrarme aún más en las cobijas.

Me doy una palabras de aliento por lo bajo antes de comenzar mi trayecto, el cuarto de lavado que tiene la habitación de mi amiga está en mantenimiento — a la muy cabeza hueca se le hizo buena idea tirar los tampones por el escusado y terminó tapando la cañería — así que solo estamos yo y nos cuantos metros que se sienten como arena movediza.

Llámame ridícula al hacer todo un teatrito por mi necesidad de orinar pero mira que quedé petrificada con todas esas escenas que pasaron en la pantalla. Mientras yo me tapaba los ojos y pedía calladamente que acabara, la bizarra y proscribe Sara solo se embuchaba palomitas en la boca con ganas llena de excitación. Si yo lo he dicho siempre, las personas que ven películas de terror por gusto son de otro planeta.

A mitad de mi trayecto, con las manos entrelazadas y caminando de puntitas, un alarido proveniente de la planta de abajo me deja estática en mi sitio con mi corazón latiendo tan fuerte que podría salírseme del pecho.

¡Es tu final Gwendolyne Rowell! ¡Han venido a matarte!

Llevo una mano a mi boca para evitar que se escuche mi respiración pesada, es lo hacen en las películas de terror los protagonistas… además de ir como idiotas a una muerte segura con el fin de buscar respuestas del porqué del ruido. ¡Ellos se entregan en bandeja de plata y ni de chiste voy a repetir sus malos pasos para terminar al día siguiente en las noticias amarillistas del periódico como la chica que murió por querer hacer pis! ¡Eso sí que no!

Trago saliva con fuerza y sigo andando, ¿qué posibilidad de morir hay en la vida real a manos de un espíritu chocarrero? Quiero creer que muy pocas pero mi jodida mente creativa lo lleva a exponenciales.

Niego con la cabeza repetidas veces y alejo esos pensamientos. Fue solo una película — varias —, en la vida real no pasan posesiones ni llegan asesinos seriales de la nada si no tienes nada que deber ni temer y ciertamente una chica de diecinueve años que tiene un trabajo de medio turno en un café medianamente decente, no suena como una jugosa opción para sepultarle un escalpelo en la frente.

Camino con nerviosismo hacía las escaleras, tengo muchas teorías conspirativas en mente pero las más lógicas solamente son dos: o Ángel ha regresado a casa más ebrio que una cuba y ahora mismo está devolviendo el estómago o ha entrado un ladrón y se ha golpeado el dedo chiquito del pie.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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