Ángel [vancouver #1]

Capítulo 21. Disculpas y Sonrisas.

Gwren.

Nine no está por el asunto de su cita. Estoy feliz por ella, de verdad, pero eso no evita que me muera de aburrimiento al tener como compañero a un chico de cabellos castaños con las puntas teñidas de dorado que se la pasa todo el tiempo en su celular, a una francesita risueña que siempre tiene de qué hablar.

Ay dios, solo veo la hora de ir a casa.

TeaCoffe está en todo su apogeo y eso me ocasiona emociones contradictorias: por una parte estoy ansiosa ya que eso significan unas buenas propinas y por otra, no puedo dejar de pensar en mis pies que han andado de allá para acá dando y pidiendo las órdenes.

Janette igual está agotadísima y con una capa de sudor en su frente, que limpia constantemente, por el calor que se aglomera en la cocina. Hay dos ayudantes con ella, pero yo sé que a la hora de preparar sus delicias, básicamente no permite que nadie meta sus manos. A ella le encanta poner el alma al cocinar.

Mientras tanto yo estoy detrás de la barra, viendo a los comensales con sonrisas de oreja a oreja y compartiendo lugar con el sustituto de Nine. Me ha dicho que se llama Rhodes y básicamente ese ha sido toda nuestra comunicación.

No hay tanto problema en ello, no soy de estar molestando con preguntas a extraños, pero sí que me una ansiedad muy grande al ser una lengua suelta. Me gusta hablar, es mi actividad favorita por excelencia y si no tengo a nadie con quién hacerlo, es como si me muriera en vida.

— Orden lista — dice Rizpah, una de las ayudantes, detrás de mi espalda. Podría reconocer su voz en cualquier lado, es igual de cantarina que la de Mickey Mouse —. Para la mesa cuatro. Gredel.

— ¿Otro intento por buscar mi nombre en griego?

— No es mi culpa que tenga un nombre tan extraño… es muy ¿americano?

— Celta — corrijo. Me pienso un poco mi respuesta —. Aunque mis padres sí que lo modificaron un poco. Sustituyeron la «i» por la «y» y añadieron una «e».

— Aún más raro, «Guendolina»

Arrugo el rostro al oír su pronunciación.

Suena muy, pero muy, extraño.

— Intenta otro.

— ¿Qué tal Gwyneth?

— Me gusta.

Tomo la bandeja con los platillos en ella y le lanzo una sonrisa. Rizpah tiene una cara agradable, de esas que te provocan pellizcar las mejillas como si fuesen suaves bombones. Es regordete y con un precioso cabello morado y rizado que combina extrañamente bien con su piel morena, sus ojos pálidos son la mejor parte.

Salgo de mi escondite y busco la mesa con la mejor cara que tengo. Ciertamente estoy tan cansada que en cualquier momento creo que voy a desfallecer… ¡ay dios! No veo la hora de regresar a casa y dormir por toda una eternidad.

Dejo el pedido en la mesa cuatro y con un «gracias» del cliente retumbando en el aire, regreso a mi puesto. Antes de que pueda levantar la pequeña portilla que separara mi área y la de la cafetería, un «ding dang» de campanilla que adorna la parte superior de la puerta me detiene.

Elena Vancouver con una sonrisilla nerviosa dibujada en sus labios y unos ojos inundados de disculpa, me saluda con una mano al aire y otra sosteniendo su pequeño bolso carmín que combina con el vestido de lunares blancos que lleva encima. Se ve preciosa, como una mujer de los años 60´s que iba a bailar a al ritmo de las rocolas un rock n´roll, y a la vez rotundamente incómoda.

Ella camina hacia mí con pasos cortitos. Aferro la bandeja a mi pecho y contengo el aliento, está aquí para hablar conmigo y yo tengo tantas cosas que decir que no sé por dónde empezar.

£££

Ángel.

Jane Elizabeth Keller es la mujer más bonita que he visto en toda mi vida. Sus ojos azules son de un tono que asemeja la inmensidad del mar, su piel ligeramente bronceada es como un regalo proveniente de las arenas de Sahara y su cabellera rubia se asemeja a largos listones escarchados con polvo de oro.

Siempre me ha parecido irreal, una princesa escapada de un cuento de hadas, una hechicera capaz de conquistarte con una sonrisa luminosa que te recuerda a un conjunto de perlas, una diabla disfrazada de ángel… recuerdo perfectamente cómo me preguntaba todo el tiempo qué había hecho bien para merecerla, para ser digno de una diosa siendo yo un simple mortal.

Y ahora esa misma hechicera está frente a mí en un intento por contener las lágrimas. Dios, es inevitable no temblar al encontrármela tan frágil como un cristal y a la vez igual de hermosa como una piedra preciosa. Ha cortado ligeramente su melena dorada, justo a la altura de los hombros, viste una blusa de holanes blanca que le descubre los hombros y unos jeans ajustados que remarcan los lugares correctos… las zapatillas solo acentúan sus estilizadas piernas.

— No pensé que aceptases hablar conmigo — dice, rompiendo el silencio.

Honestamente, estoy sorprendido.

Yo tampoco lo pensé.

Cuando recibí su llamada esta mañana, me debatí muchísimo contestar o no. Al final, mis emociones fueron las que me controlaron y me incitaron a tomar mi teléfono y escucharla sin decir una sola palabra. Me declaro débil por haber caído nuevamente, pero a la vez sensato al querer ofrecerle una disculpa.

Me comporté como un imbécil la noche que, se suponía, iba a pedir su mano y su traición no es ni de cerca una buena justificación para lo que hice.

Pienso en mi madre, ella estaría decepcionada de mí por ello.

Eleonor Vancouver crio a un patán que denigra mujeres bajo ninguna circunstancia.

— Te debo una disculpa — Jane no oculta su sorpresa —. Por lo de la presa, las cosas que dije fueron… inapropiadas. Estaba tan molesto contigo y con Freedy que no me detuve a meditar mis acciones.

— Me hiciste creer que me odiabas…

— No te odio.

— ¿Pero?

— Pero tampoco te amo, ya no.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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