Ángel [vancouver #1]

Capítulo 26. No hay más que agregar.

UNA DISCULPA DEL TAMAÑO DEL MUNDO... ME HE TARDADO UNA ETERNIDA ¡LO SÉ!

ES SOLO QUE ESTAS DOS SEMANAS FUERON HORRIBLES, FUERON MIS EXAMENES PARCIALES Y LES JURO QUE NO PODÍA APARTARME DE MI ORDENADOR CON LAS TAREAS Y CUESTIONARIOS QUE PARECÍAN QUE NUNCA IBAN A DESAPARECER... AL FINAL DEL DÍA ACABABA CON DOLOR DE ESPALDA Y GANAS DE DORMIR.

PERO BUENO... ¡YA ESTOY AQUÍ! ¡LIBRE!

RECUERDEN QUE QUEDAN POQUITOS CAPÍTULOS PARA QUE SUBA LA HISTORIA COMPLETA Y NO TENGAN QUE ESPERAR MÁS ♥

MUCHAS GRACIAS POR EL APOYO.

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Ángel.

Gwren no me ha cogido las llamadas y tampoco contestado los mensajes. Está evadiéndome, otra vez, y siendo honesto, esta vez la entiendo perfectamente.

Ella parecía estar bien — dentro de lo que cabe — cuando abandonó mi casa y me dejó con el corazón queriéndoseme salir del pecho. En ese instante las cosas pintaban muy bien para nosotros y nuestro intento de amistad, prometía mucho como para ilusionarme con la idea de abandonar ese ciclo vicioso. Me equivoqué.

He de verme ridículo al rogarle tanto a una niña cuando tengo más trabajo del que me gustaría regado por mi escritorio, pero es que me es imposible parar. Me siento como Alex en la película de "A él no le gustas tanto", cuando descubre que ha dejado de ser el que recibe las llamadas y ahora es él quien las hace... a la chica de la que menos esperaría enamorarse.

Pero Gigi no se parece nada a Gwren, y nuestra historia tampoco se parece a las de ellos. Lo nuestro no empezó como una plática casual en un bar después de una obsesión peligrosa por conseguir al chico, ni tampoco tiene los detalles suficientes para convertirnos en la excepción del uno del otro.

¿Qué diablos estoy diciendo? ¿Cuándo comencé con las metáforas de películas que le encantan a mi hermana Elena? A mí ni siquiera me gusta el romance y heme aquí, pensando en una mujer que pareciese dar un giro de ciento ochenta grados cada que la veo y ansiando escuchar su voz.

Es mi culpabilidad hablando. Y mi desesperación. Y mi necesidad de saber de ella. Y esa maldita angustia que en lugar de irse con el tiempo, parece incrementarse.

¿Qué está pasando conmigo y cómo puedo pararlo? Hablo en serio, ella dijo que no le gustaba cómo se sentía a mi alrededor y bueno, a mí tampoco me gusta. Ni un poquito.

Yo la hago sentir como una princesa que no sabe rescatarse sola y ella me hace sentir a mí como el mayor de los imbéciles que no sabe ni siquiera controlarse. Esto es nuevo para mí y ciertamente lo nuevo me asusta por dos razones: la primera, jamás sabes si es algo bueno o malo y la segunda, cada paso es una decisión plagada de misterio.

Vaya estupidez.

Me dejo caer sobre la silla y giro hacía mi ordenador. Hay un documento sin terminar y la barra de escribir aparece y desaparece, recordándome que no debería de pensar en Gwren y en el enigma que me resulta todo lo que tenga que ver con ella, sino haciendo mi trabajo.

Me doy cachetadas metales y arrojo lejos mis puñeteros pensamientos que me regresan a lo ocurrido en su auto. Dios, no es la primera vez que tengo ese tipo de encuentros con una chica, pero es la primera vez en la que no puedo dejar de pensar en ello.

Cuando Jane y yo tuvimos sexo, fue bonito y especial, me dejó una estúpida sonrisa en el rostro que delataba lo enamorado que estaba de ella. Pero no pasó de ahí, se quedó como un recuerdo, un momento que de cuando en cuando aparecía en mi cabeza y me llenaba de satisfacción. Era un buen sueño, un filme que de vez en cuando miras por casualidad.

Y con Gwren... diablos, es algo casi vergonzoso. No dejo de pensarlo y lo repito una y otra vez como maldito disco rayado. Ella no es la película que de cuando en cuando tengo ganas de ver, es la maldita saga de ocho entregas de la que haría maratón completo todos los días sin aburrirme.

Esta atracción se me está yendo de las manos y eso me asusta en más de una forma. No estoy dispuesto a convertirme en Alex cuando ella en ningún momento ha tenido el interés de convertirse en Gigi.

£££

Gwren.

Tengo un humor de perros y mi padre, el mismísimo Joseph Rowell, lo nota apenas llego a casa con mi mochila colgando de mi hombro y cara de pocos amigos. Él no necesita ser muy astuto para saber que mis días han sido una mierda, pero sí que lo requiere para preguntarme con cautela.

No me caracterizo mucho por mi tacto y amabilidad cuando mis sentimientos están disparados en todas las direcciones posibles. Soy como una granada, lista para explotar a la primera provocación.

Miro a papá unos segundos antes de soltar un bufido tal animal herido y escabullirme a mi habitación con las ganas de hundirme en la cama y no saber nada del mundo. Las palabras de Ian me quitaron cualquier rastro de la Gwren que sabía cómo eludir sus problemas. Bien lo había dicho Darren, todos tenemos un límite y yo he llegado al mío.

Mi teléfono comienza a sonar cuando lo aviento a la cama. Sollozo en reprimenda y miro la pantalla, una sonrisa tristona se instala en mis labios al ver el nombre de la única persona que sabe cómo hacerme pasar un buen rato: Elenita Vancouver.

Cojo la llamada como si mi vida dependiera de ello.

Tal vez lo hace.

— ¡¿Qué fue todo ese asunto con Ian?! — pregunta apenas piso la tecla. Giro los ojos, divertida, al oír aquel drama usual en su voz —. Se veían muy pero muy serios y no pude ni preguntarte porque faltaste a química y él también. El señor Trinor se puso como loco al no ver a su hijo.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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