Ángel [vancouver #1]

Capítulo 28. Max Bruch y el protagónico de una diosa morena.

YA ESTAMOS CERCA DEL CAPÍTULO 32 ♥

RECUERDEN QUE DESPUÉS DE ESE, PUBLICARÉ COMPLETO LA NOVELA EN TANDAS DE DOS QUE YA HE DE INFORMARLES ♥

ESPERO LES GUSTE ESTE CAPÍTULO :)

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Gwren.

Cinco días en la empresa como secretaria neófita y ya tengo el trabajo hasta el cuello. Si alguna vez subestimé a todas esas mujeres y esos hombres que cada mañana tomaban su lugar detrás de escritorio con el fin de servir a un malhumorado jefe, retiro mis palabras. Ser secretaria apesta en más de una manera, no es lo mío, pero de alguna manera le he agarrado el gusto al punto que acomodar la oficina de Ángel antes de su llegada y teclear como loca en mi ordenador mientras sello un montón de oficios, ya no me parece un suplicio.

Olivia me ha dado su visto bueno cual profesora revisando la tarea de su aprendiz, ella ha sido genial y muy paciente conmigo en cada una de mis preguntas y equivocaciones, además de dar en doble por ciento de su esfuerzo al hacer gran parte del trabajo que Ana hacía antes de que pidiera la incapacidad por lactancia.

El tema de la expansión ha sido una muy buena excusa para mantenerme pegada a un Ángel Vancouver que en la mayor parte del tiempo me estuvo ignorando (y no porque quisiera o fuese grosero, sino porque de entre tantas personas que lo han estado rondando los últimos día, yo me quedé en última instancia). Lo digo en serio, tan apretada ha estado su agenda que cada veinte minutos tenía que acomodar los espacios para que las conferencias de prensa, videoconferencias con los socios americanos, citas con miembros de su apartamento, juntas directivas y un tiempo para respirar y comer estuviesen en fila.

Y en todo aquello mi participación fue requerida.

Suelto un suspiro de solo pensar que así serán mis próximas semanas hasta completar mis horas y cierro la pestaña que muestra la firma de calificaciones de este semestre. He salido bastante bien en algunas materias y en otras apenas y alcancé una nota aprobatoria, más ninguna se fue a la lista de preocupaciones por un examen extraordinario o recursamiento.

He terminado mis actividades y las cosas están ligeramente más tranquilas con Ángel y el tema de su agenda. Él está en una junta en la que me dijo que no era necesaria mi presencia y yo feliz de poder quedarme en mi escritorio con las canciones del ordenador de Alchilles — uno de los contadores de finanzas — de fondo y la brisa suave del ventilador corriendo apenas mi cabello que he sujetado en una coleta.

Olivia no cuenta la misma suerte pues está tan apresurada haciendo un oficio que le encargó Vince Samuels que apenas y pestañea. Admirada me quedo viéndola unos cuantos segundos, descubriendo que a pesar de la carga que lleva sobre sus hombros siga tan contenta que el estrés se asemeja más a un mito.

Ella, básicamente, pertenece al diminuto porcentaje de la población que no refunfuña de su trabajo a diestra y siniestra.

Perezosa recargo el mentón sobre mi puño y reviso mis mensajes. No soy muy fanática de utilizar el móvil en el trabajo, aún más cuando Ángel es tan impredecible que puede llamar y solicitarme en cualquier instante, pero estoy tan aburrida como una ostra que la idea resulta tentadora.

Papá me ha deseado buen día y pedido que llegue temprano a casa para comer, mamá se ha dignado en mandarme un inocente «hola» que me hizo pensar dos veces antes de mandar a la papelera y por último, la menor de las Vancouver me ha recordado el temita de la presentación y mandado las partituras.

De solo pensar en lo último me ruborizo hasta las orejas. Ese día que Sara prácticamente me obligó con su carita de corderito a que me subiese a un escenario después de tanto tiempo, fue el mismo de la tragedia disfrazada de un encuentro vergonzosamente caliente. Tiemblo en mi asiento al sentir muy vívido aquellas sensaciones que me dominaron cuando Ángel fue más allá de un toque casual y sus besos se convirtieron en todo menos inocentes.

Me doy cachetadas mentales, ahuyentando esos traicioneros pensamientos que me provocan que me remueva en mi silla y tenga una regresión a la expresión desquebrajada de Ian al enterarse que le pinté los cuernos. Sigo sintiéndome mal por ello y ansiosa de que un día él pueda perdonarme.

Descargo el documento que me mandó Sara y conecto mi teléfono al ordenador para después imprimir las partituras. Las cosas parecen bastante tranquilas y pese a que tengo trabajo para mañana, prefiero darme al menos un descansito de veinte minutos para descifrar las notas y desempolvar mi faceta de músico que he dejado muy descuidada.

“Adagio” de Max Bruch se lee en la parte superior de la obra musical y yo me siento un tanto perdida jamás he oído hablar de él en mi vida y no me culpo tanto por ello, en mis antiguas clases de música únicamente hicieron alusión a compositores reconocidos como Bach, Tchaikovsky (mi favorito), Vivaldi, Beethoven, Puccini y Andy Hall; además, tampoco fue como si yo me interesase mucho, pese a que me fascina la música clásica y los conciertos de orquesta, soy más de tocar canciones modernas.

Me dedico a cifrar las partituras un rato, descubriendo que aún conservo la habilidad de interpretar las notas al mismo tiempo que tocarlas. Es un alivio, pues dudo aprenderme cuatro hojas que conforman Adagio y poner los típicos numeritos que marcan las notas me parece un sacrilegio para mi reputación como violinista con la menor de las Vancouver.

Me decido por poner la canción para ayudarme a mi interpretación que es muy de mi estilo. Yo soy de la clase de músicos que antes de meterse de lleno a los sonidos chirriantes de su fiel instrumento, le agrada escuchar la pieza y leer las partituras para tener una preparación a priori. La busco en internet y conecto mis audífonos al ordenador, no quiero entrar en una batalla de quién sube más el volumen con Alchilles.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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