Ángel [vancouver #1]

Capítulo 33. Mentiras piadosas.

Gwren.

Hoy es el gran día.

La verdad es que estoy más que emocionada. Al fin, hoy iré a las Vegas, bueno al menos faltaban cuatro horas para eso.

Ángel y yo habíamos quedado junto con Olivia de tomar el avión a más tardar a las 11.00 de la mañana y por lo cual me había levantado más temprano de lo habitual. Además de que tenía una cita justo ahora.

Miro mi teléfono con disimulo.

A penas son las 7.45 am.

Suspiro un poco y vuelvo a guardar mi móvil en la bolsa de mi chaqueta. Llevo mis manos a mi pequeño gorrito de lana y lo acomodo. Hoy Atenas amaneció con un frío arrasador que no sólo hiela la piel sino que también los huesos y de paso la sangre. No me sorprendería morir hoy por un enfriamiento sanguíneo.

Suelto un suspiro y meso un poco la silla que usamos de columpio Elena y yo desde que tenemos 13 años. Miro mi diminuto jardín en la espera de que Ian aparezca con su fiel motocicleta.

Hacía demasiado frío como para acudir a una cita en una motocicleta; y sin embargo, Ian quería que nuestra última cita antes de que mis dos semanas en las Vegas pasaran, fuera especial. Eso era muy dulce, aunque pensándolo bien no tenía demasiadas ganas de salir a cenar con él. No hoy. Hoy iba a pasar bastantes horas con Ángel, no quería sentirme como abeja de flor en flor.

Gimo exasperada.

Sacudo mis piernas que visten un cómo pantalón de mezclilla junto con mis botas recubiertas de lana. Me siento como si fuera a practicar snowboard. Miro mis uñas por un momento. Mi contemplación es interrumpida por el rugido de una motocicleta. Levanto la vista y me encuentro a Ian montado en aquélla mortífera ejemplar. Sonrío un poco y automáticamente corro hacía él.

Ian me topa con sus brazos abiertos y besa la coronilla de mi cabeza. Suelto un suspiro en su pecho y me suelto de su agarre.

— ¿A dónde vas a llevarme? — pregunto automáticamente. Él me sonríe y me tiende el casco de la motocicleta. Lo tomo y lo coloco en su lugar.

— ¿Alguna vez te he dicho que luces ardiente con esa cosa puesta? — pregunta al momento que me ayuda a montarme atrás de él. Aferro mis brazos a su estómago.

— Quizá debería usarlo en todas nuestras citas — ríe un poco y la motocicleta ruge como si tuviera vida propia.

— No lo creo.

— ¿Y entonces? ¿A dónde vamos?

— Te voy a llevar a comer a mi casa.

Diciendo aquello, él quita el freno del suelo y a alta velocidad nos conduce a su morada.

En el camino sólo me limito a pensar. Nunca antes he ido a su casa y la sola idea me causa escalofríos no tan buenos. Aferro mis brazos a su alrededor e inconscientemente mis piernas se ciñen a su cuerpo.

Trato de relajarme. Es sólo su casa, ahí va a estar el Señor Trinor y su esposa. Ahí van a estar ambos, además Ian nunca me haría daño, él me ama y sé que nunca me obligaría a hacer algo que no quiero.

El pensar en eso me tranquiliza un poco.

El recorrido parece no durar demasiado ya que al momento de levantar mi cabeza de su espalda, la motocicleta se detiene en una bonita casa con jardinera. Ian baja de su mortífera compañera y me ayuda a mí a bajar. Me sorprendo instantáneamente de aquella casa tan bien arreglada y hogareña.

El color blanco predomina por la construcción el color hueso por el tejado. Hay ventanas con cortinas que combinan a la perfección y ni se diga del jardín que está más que cuidado por una floricultora profesional. Me sorprende el permitirla llamar la casa perfecta.

— Bienvenida a mi casa, Señorita Rowell — comenta Ian, divertido. Toma mi mano y me hala hasta llegar a la entrada. Me desilusiona un poco el que no tenga porche, pero eso no significa que no me enamore aún más la morada.

Él saca las llaves de su bolsillo trasero y las mete en la cerradura de la casa. Al momento de abrir el enciende las luces. El interior es aún más cálido que afuera. Adentro los colores predominantes son unos tranquilizantes tonos de melón y mostaza. Me gusta al instante y más aún con los muebles de madera clara y los sillones blancos.

Ian se adentra en la cocina y de ahí comienza a servir comida en dos platos.

— ¿Dónde están tus padres? — pregunto mientras me siento en la silla. Él coloca un plato frente a mí y se sienta en la parte que está frente a mí.

— Hoy es su aniversario y salieron a celebrarlo. Mi mamá dejó la comida puesta y se fue. Promete quedarse la próxima vez para conocerte.

Él se lleva su tenedor a la boca. Su comentario me vuelve a poner nerviosa. No me gusta estar a solas con un chico en su casa. De un momento a otro se me quita el hambre.

— ¿Estás bien? Te ves nerviosa — argumenta y me mira. Sus ojos grises lucen preocupados y temerosos. Le sonrío.

— Estoy algo preocupada por el viaje. No puedo creer que hoy me voy.

— Puedes no ir si no quieres, estoy seguro que Vancouver puede sólo con tu amiga.

— Yo soy su secretaria.

— Bueno, más bien creo que él quiere otra cosa y no hablo de su asistente personal.

Mis mejillas se ponen rojas y no claramente de vergüenza. Mi enfado se refleja al torcer la boca y el tener la cara roja de rabia. Aprieto los puños y gruño.

— No hables así de Ángel, está bien que quieras poner un límite entre él y yo pero no te dejaré que lo ofendas de una manera tan irrespetuosa.

— Ya, vale. Olvidémonos de Ángel, ¿bien?

— Bien.

Y así sucede.

Ian no vuelve a tocar el tema y eso calma mi enojo. Ambos comemos con una armoniosa plática que cada vez me tranquiliza más y más hasta el punto que no me apetece irme.

Pasan lo segundos, los minutos y quizá una hora.

Cuando Ian y yo nos levantamos de la mesa, ambos nos vamos hacía el sillón y él prende el televisor. El noticiero domina la mayoría de los canales, así que optamos por dejar una película barata de la cual nunca antes había oído.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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