Ángel [vancouver #1]

Capítulo 50. Hermanas

RECUERDEEEEEEEEEEEEEEEN:

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PASADO MAÑANA: PUBLICACIÓN DE PRÓLOGO + CUATRO CAPÍTULOS DE ELENA (SEGUNDA PARTE)

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Gwren.

Abby camina de allá para acá mientras toca con la punta de sus dedos las distintas telas de los sin fin de vestidos que hay en el aparador. La encargada del local no hace más que verla risueña mientras sigue anotando y anotando quién sabe qué cosa en su pequeña carpeta que sostiene entre sus brazos. Mientras tanto, yo me dedico a mirar el el pantalón de vestir y la blusa de strapless a conjunto que pienso usar mañana por la noche en el baile de recaudación que organizó Danna y que apenas hace dos días Ángel me invitó.

La verdad es que el día en que Ángel me lo propuso me sentí bastante mal después de nuestra disputa. Aún puedo sentir los estragos de malestar que tuve al tomar palabra con él y es que... es bastante difícil trabajar con el hombre que te rompió el corazón pese a que estés tres pisos abajo en lugar de ser su secretaria. Ese día yo entré a su oficina, dispuesta a dejar la vacante, dispuesta a renunciar a todo pese a que la carrera me costara, pese a que tuviera que reponer los días perdidos y hacer nuevamente mis estadías. Pero él lo impidió, él pensó más en mí que en sí mismo. Pese a que me rompiera cada poro de mi ser, debía de reconocer el que se preocupaba a un grado casi enfermizo.

Aún recuerdo cada una de nuestras palabras y al hacerlo, no puedo evitar encogerme de hombros ante la vergüenza y el malestar que siento por todas esas cosas que dije sin siquiera pensarlo... sin siquiera sentirlo.

— No quiero trabajar más aquí — fue lo primero que dije al entrar a su oficina. No pedí permiso siquiera para pasar, no dije nada, simplemente le planté cara con la indignación cruzando mi rostro.

Ángel me miró con unos ojos verdes llenos de confusión y a la vez, con un sentimiento de extrañeza que con sólo mirarlo, me confirmó el que ya esperaba que lo hiciera.

Tragué saliva con lentitud y esperé su respuesta, ansiosa. Él soltó un grave suspiro y se sentó en su escritorio mientras trataba de mirarme a los ojos. Él lucía cansado, inclusive fatigado y con unas ojeras prominentes creciendo cada vez más en su rostro. Sentí toda aquella fuerza de mirarle y no sentir nada derrumbarse por completo. Yo no engañaba a nadie, ni siquiera a mí misma: yo aún le quería más que a mí misma. Aún lo hago.

— Sabes bien que no puedes llegar a mi oficina y exclamar una renuncia de la nada — exclamó en un susurro. Entrecerré los ojos y apreté los puños.

— ¡Quiero la maldita renuncia! No quiero trabajar más aquí, no quiero venir día con día a tu maldita oficina... — él cerró los ojos y con ello, fue suficiente para decirme que mis palabras le habían lastimado.

— No puedo darte la renuncia.

— ¿Qué? — respiré hondo y lo miré —. Olivia viene mañana, ella puede hacerse cargo de ti y de Vince. ¡No me necesitas! Dame la maldita renuncia...

— No puedo dártela porque ni siquiera trabajas aquí — interrumpió mis palabras —. ¿De acuerdo? Estás aquí por tu servicio, mi obligación como tú jefe es el ver que cumplas tu obligación, que cumplas cada una de tus horas... ¡No puedo darte la maldita renuncia aunque quisiera!

Silencio.

Él me miró un momento, tratando de decirme con los ojos lo que no podía con palabras: realmente lo siento. Aparté la mirada, tratando de no ser débil, tratando de no inmutarme y dejar salir mis emociones que poco a poco estaban consumiéndome. Ángel tenía ese efecto sobre mí, él podía romper cada una de mis barreras y entrar a lo más hondo de mí. Él simplemente tiene y tenía el poder de lastimarme.

Tragué saliva, nuevamente y dejando salir un arduo suspiro, tomé asiento en una de las sillas que estaba frente a su escritorio. Él no dijo nada, simplemente me miró con unos ojos verdes cargados de intensidad y recelo. En algo en que Ángel siempre ha sido mejor que yo es en poder ser sensato y ocultar cada una de sus emociones.

— Si no puedes darme la renuncia... — inicié. Ésta vez, mi voz era clara, firme y sobre todo, normal. No quería iniciar otra pelea, no quería simplemente que todos escucharan nuestros problemas por muy novelísticos que fueran. En algo que Ángel siempre tiene razón es que los problemas de la casa no deben de esparcirse por la oficina —. Entonces cámbiame. Con Vince, a la recepción... ¡Dónde sea! Pero, por favor...

— No me pidas eso — bajó la mirada, tratando de ocultar sus ojos tristes y el cómo su boca se movía por el disgusto —. El verte cada día es un consuelo para mí.

— Ángel... no creo que debas mezclar nuestros asuntos personales con la oficina — comenté con firmeza, él asintió abatido.

— De acuerdo — murmuró —. Desde mañana trabajarás con Nuzzi.

— Quiero hacerlo desde ahora.

— Gwren...

— No quiero trabajar más aquí, ¿está bien?

Él se puso de pie, abatido. Me miró con unos ojos llenos de pasión y a la vez enojo. Su mirada no sólo me llenó de miedo, sino que incendió cada fibra de mi corazón y la llevó al éxtasis de saber que no sólo le importaba sino que, pese a todo, me seguía amando. Sin embargo, eso ya no es suficiente, no lo fue en ese entonces y sigue sin serlo ahora.

— ¿Por qué no lo admites, ah? — preguntó en voz alta y con el ímpetu desbordándose en cada una de las palabras que salían de su boca —. ¿Por qué no admites que la única razón por la que no quieres trabajar aquí es porque no soportas verme la cara? ¿Crees que yo me siento a gusto conmigo mismo? ¿Crees que no me siento abatido porque por culpa de mi estupidez perdí lo que más amaba? ¡Por qué no simplemente lo admites! Deja de ser tan egoísta conmigo que no sólo tú eres la que está mal, ¡No sólo tú eres la que tiene el corazón roto!



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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