Angela, mi primer amor

Capitulo 1

En el momento en que te encuentras en un escenario karaoke, abrazada a un vaso de Gin y cantando Mon Laferte a todo pulmón frente a un grupo de extraños es cuando comprendes que caíste bajo. Muy bajo. Pero no te importa porque tú sigues con los ojos cerrados para no llorar, vomitando tu dolor como urraca.

—Yo aún podía soportar. Tu tanta falta de querer.

—¡Muy bien, felicidades! —Oigo decir al encargado del karaoke subiendo al escenario con una mirada incómoda. Se paró a mi lado pidiendo el micrófono y por un momento me olvidé cuál era la derecha y la izquierda por lo que le entregué el vaso de Gin y me abracé al aparato. Negó y me arrebató el micrófono guiándome hacia las escaleras —. ¡Un aplauso por favor!

Nadie aplaudió.

Creo que oí toses.

Malditos.

Como si ellos lo pudieran hacer mejor.

—Yo creo que lo hiciste bien, no hubiera elegido esa cancion —dijo mi único amigo en ese estúpido bar de karaoke chasqueando la lengua. Lo decía por compromiso, no porque realmente lo creyera, pero de todas formas me abrace a su cuello tirando el Gin por toda su camisa.

—Lo siento —lloré sin dejar de abrazarlo y mojarme también el frente del vestido.

Él se apartó tomándome los hombros, se veía tan apenado que me sentí mal por invitarlo a una salida como aquella. La cabeza me daba vueltas y lo único que quería era tomar mi celular y llorarle al micrófono sabiendo que no había nadie del otro lado para responder. El dolor en el pecho estaba anestesiado por tanto alcohol, pero eso no me vaciaba también de tanta tristeza y cuando conecté con aquel sentimiento me largue a llorar.

—Okey, vamos por algo de comer.

Salimos del karaoke tambaleandonos. O más bien yo me tambaleaba. Los zapatos se habían vuelto pequeños y parecía que los pies me iban a explotar. Suponía que era por culpa del alcohol pero también pudieron ser las horas que pase parada bailando.

Hicimos dos cuadras hasta su auto y nos detuvimos para que me quitará el calzado. Ofreció llevarme pero era tanto el alcohol en mi sistema que me negué y cruce la calle hasta un supermercado con luces de neón y artículos coreanos.

—¿Y… que estamos haciendo acá?—preguntó Mateo siguiéndome por las puertas de cristal.

Chasquee la lengua tambaleandome hacia los pasillos e ignorando que el hombre de la entrada señaló mis pies descalzos.

—Hay una bebidas que vienen en lata y son riquísimas. —El sueño estaba frío y sucio, juraría haber pisado algo pegajoso que hizo que arrugue la nariz, pero todavía no encontraba las heladeras así que no me detuve.

—¿Es necesario que lo compremos ahora? —Insistió mi amigo por detrás, siguiéndome.

Asentí y tomé algunas cosas como galletas, paletas, palitos de chocolate, papas, y cuando llegue al final del pasillo tenía las manos muy ocupadas. Giré en busca de las heladeras y sonreí al verla del otro lado, me acerque a una para ver el interior y arrugue la nariz. Me aparté, pase a la siguiente sin ver y choque con alguien que me daba la espalda.

—Lo siento —magulle levantando un paquete de galletas que se me cayó. La persona en cuestión era una chica de pelo negro risado y cara de pocos amigos. Me miró aburrida, se volteó y al instante ví algo en la parte trasera de su muslo que no pude evitar señalar—. Oye, tienes el pantalón roto. Es te ve el trasero.

Me miró con una ceja alzada.

—Lo sé, gracias por señalarlo.

Le quite importancia con la mano.

—De nada, es que…

—Disculpa—dijo mi amigo, apareciendo por detrás y tomándome de los hombros—, ella no está bien

—Oh, ¿en serio? —dijo ella.

—Está ebria —continuó él—, no tuvo una buena noche.

Ella rodó los ojos.

—Claro claro.

—Y solo vinimos por algo de comer, no fue su intención…

—¿Sabes que tienes manchas bajo los ojos? —pregunté de repente, percatandome de sus ojos oscuros y redondos, como los de una muñeca de porcelana.

—Tina, por favor, cállate.

—Si lo sé —bufó ella con una sonrisa amarga—, se llaman ojeras.

—Pareces un mapache. —Me reí y ella miró a mi amigo con el ceño fruncido.

—Por favor, no la golpees —pidió él—. Ella no es así, es muy simpática y…

—Eres muy bonita, ¿sabías? Solo que tienes cara de perro. —Di un paso hacia ella alzando la mano para tomarla del mentón y sentí un cosquilleo a lo largo del brazo un momento antes de que mi amigo me aparte tomándome de la muñeca con una sonrisa incómoda.

—Tina por favor, te pones en vergüenza.

—Tienes una cara conocida. —Dije al fin y ella me miró fijamente con una expresión extraña.

—Lo siento —dijo mi amigo forzandome a dar un paso atrás—, ya nos vamos…

Pero yo no cedí y la miré con detenimiento poniendo atención en sus ojos oscuros, redondos y grandes. Tenía mejillas rellenas y pómulos apenas salientes, su pies morena y lisa llamaba la atención, sus labios pequeños, redondos pero rellenos.

—No, yo te conozco —murmuré dando un paso más cerca de ella e intentando que el alcohol de mi sistema enfoque a la chica frente a mí para poder reconocerla. Incliné la cabeza a un lado y alce la mano hacia su rostro—. Nos conocemos, ¿no es así?

Dio un paso atrás y su mirada se oscureció al apartarla de la mía.

—¿Angela? —pregunté de repente tan sobria que parecía que no bebí nada. El corazón me dió un respingo de la sorpresa y ella frunció el ceño aún más.

—¿Quién es Angela? —preguntó mi amigo pero lo ignoré observando con detenimiento sus rasgos.

—¿Qué haces aquí?

—Trabajo cerca —bufó ella incómoda y retrocediendo por haberme reconocido también.

—¿Dónde? —insistí.

—Cerca —zanjó con una mirada rotunda que iba a pasar por alto, cuando mi amigo interrumpió.

—Disculpa, ¿quién eres?

Ella lo miró unos segundos, tenía esa característica oscuridad fría que recordaba de años atrás. Me miró un momento y retrocedió otro paso, volteandose.



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En el texto hay: romance, secretos, lgtb

Editado: 18.08.2023

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