Dos días más tarde me encontré buscando su número entre mis contactos. Aún lo conservaba después de tantos años, una enorme A mayúscula que bien podría ser un amigo cualquiera o un asesino de no ser por la estrella brillante a su lado. La había bloqueado.
—¡Hola! —Escondí rápidamente el celular y encendí la pantalla de la computadora frente a mí alzando la cabeza para ver a la mujer de mediana edad dejar su paraguas en el armario de la entrada.
Le sonreí.
—Hola, señora. ¿Cómo está hoy?
—Bien, Tina, gracias —dijo ella quitándose el abrigo con calma para colgarlo en el perchero. Sonreía, la señora Buenas siempre sonreía. Debía tener una vida feliz, era de las pocas personas que tenían permitido salir a dar un paseo una o dos veces a la semana y lo aprovechaba al máximo cada vez que podía. Marqué su vuelta en la ficha de la computadora y volví a cerrarla—. ¿Y tú cómo estás?
Alcé la cabeza para verla mirarme con todo su esplendor y sonreí volviendo a la pantalla.
—Bien, señora.
—¿Ah sí? Porque un pajarito me dijo que andas con mal de amores.
Mi sonrisa flaqueó y volví a mirarla un instante.
—Son cosas menores —dije, cuidando cada una de mis palabras.
—Los amores no son cosas menores —comentó cerrando la puerta del armario con suavidad y volteandose hacia el arco que conducía al living de la residencia. Se detuvo a mi lado—. ¿Sabes qué hay de postre hoy?
Negué con un suspiro.
—¿Flan? —Inclinó la cabeza a un lado y miró la pantalla frente a mí—. Oh claro, lo buscaré…—Cliqueé la pantalla con el cronograma de comidas de la semana y leí en voz alta—. Hay puré para la cena y de postre pudin.
Arrugó la nariz con asco.
—Podría salir por algo de comida chatarra, ¿qué piensas?
Negué con una sonrisa.
—Ya usó su benefició de salida hoy, lo siento.
—¿Y si vas tú a comprar algo rico para ambas? —Insistió sin dejar de sonreír con audacia. Alzó la cartera abriendo el cierre y rebuscando pero con solo echar una mirada a la hora lo descarté.
—Es muy tarde, además mi turno aún no termina y tengo que esperar a Ester y a Pablo que salieron de visita con sus nietos. —Su mirada se opacó un momento al volver a verme y tuve el impulso de disculparme, pero ella en cambió desvió su mirada hacia mi celular.
—¿Y si pides algo con esas app que te traen la comida a la puerta? —preguntó y esta vez no tuve el valor para decirle que no y solo sonreí falsamente, tomando el apartado y desbloqueando la pantalla. La enorme A con la estrella apareció frente a mí. Lo cerré y busqué la app de comida tomando el pedido de la señora Buenas que miró con ojos hambrientos el menú y seleccionó dos combos, uno para ella y otro para mí guiñandome el ojo—. La comida de aquí es un asco.
Asentí y marqué en su horario la compra para no tener problemas con el médico.
—Pero es lo que usted debería comer.
—El doctor no lo sabrá, tomé mi pastilla hoy temprano.
Suspiré y miré el pedido a media hora de llegar.
—Se lo llevaré a la habitación para que los demás no lo vean.
La sonrisa volvió a ser brillante y sus ojos igual.
—Gracias, Tina, eres un ángel. —Se volteó hacia el living donde el resto de los pacientes de la residencia esperaban la cena con paciencia y desapareció en dirección a las habitaciones.
Volví a tomar el celular para abrir la pantalla con el pedido de comida y la cerré al ver que no tardarían más que unos minutos. Abrí instagram e intenté buscar algo con que entretenerme pero de nuevo salía todo de lo mismo, videos tristes sobre cómo superar personas o como revolcarse en la tristeza hasta terminar peor de lo que estabas al entrar. Al parecer el algoritmo me conocía bien.
Un mensaje vibró y el nombre con la foto de Mateo apareció preguntando a qué hora salía.
Tragué saliva y lo ignoré. No debería haber dicho que Angela era mi ex, debería haber dicho que me equivoque, que estaba muy ebria o alguna tontería así. Miré la pantalla de la computadora, el suelo, el techo y salté al oír el timbre. Observé las cámaras, eran Ester y Pablo, que alivio.
Presioné el botón para que entren y guardé el celular en el cajón donde debería estar guardado en primer lugar.
—Buenas noches —dijo la sonriente nieta de ambos ancianos, entrando y soteniéndole la puerta para que ambos puedan entrar.
Sonreí.
—Buenas noches, ¿Cómo la pasaron?
—Bien —dijo ella y miró con duda a Pablo, el hombre más quejón de toda la residencia.
—Bien estaríamos si no estuviera lloviendo —dijo él con voz ronca y Ester rodó los ojos.
—Ivanita no puede controlar el clima, Pablo.
—Pero podría venir a buscarnos en días de sol.
—Hace lo que puede —terminó por decir la anciana y yo solo suspiré sin abandonar la sonrisa amable. La nieta los ignoró esperando que ambos estén dentro y cerró para que el aire cálido no salga, los saludo con abrazos y besos amables y se acercó a mí.
—Mi abuelo dice que le duele un poco la cadera —dijo por lo bajo, mirando como ambos ancianos desaparecían en la sala de estar. Incliné la cabeza y lo anoté en la ficha de la computadora.
—Mañana vendrá un médico a revisarlo.
Me sonrió aliviada.
—Gracias. —Hizo ademán de irse, parecía cansada pero contenta. Se volteó hacia la puerta y se detuvo al mirar afuera con duda—. ¿No tendrás un paraguas para prestarme? Lo devolveré mañana. —Preguntó. Asentí y salí de atrás del escritorio para buscar en el armario alguno sin dueño u olvidado. Se lo entregué y la acompañé a la puerta—. Gracias.
El timbre sonó. La comida de la señora Buenas.
—Te acompaño —indiqué y me coloqué bajo el paraguas abierto con las llaves. Bajamos las escaleras escuchando el ruido de la lluvia golpeando la tela del paraguas y nos detuvimos en el jardín delantero, frente a las puertas de metal. La saludé mientras abría la cerradura entre la oscuridad y la lluvia y me aparté para que salga justo cuando una figura conocida aparecía a un lado de la puerta con un casco de moto a medio subir. Contuve el aliento. Era ella, Ángela.