Desenrede los brazos de Angela con el corazón tan caliente e hinchado que no podía hacer otra cosa que sentir alivio como nunca volví a sentir. Su pecho estaba cálido y suave, lo acariciaba con la punta de los dedos oyendo su respiración en acelerada brotar de los labios carnosos. La piel se me erizaba de sentirla entrecruzada conmigo, sus piernas a mi alrededor y las manos en la parte baja de mi espalda, presionando contra ella mientras mis manos buscaban…
Abrí los ojos al oír golpes en la puerta del departamento y el corazón se me desbocó por el sueño.
Estaba soñando.
Gracias a Dios estaba soñando.
No podía dejar de sentir su cuerpo pegado al mío encendiendo eso que dejé atrás hace años. Encajamos a la perfección, antes, hace siete años, podíamos bailar al son de la misma melodía sin que la otra la oiga. Ya no. Ella no era la misma y yo tampoco.
Me arrastré fuera de la cama para abrir la puerta y parpadeé al ver a Mateo con una bolsa de papel y otra de plástico, sonriendo. Pensé decirle que se vaya, no tenía ánimos para soportarlo, pero tenía la sensación de que hizo un esfuerzo que debería agradecer. Al menos le debía una buena mañana. Volví a la cama para cubrirme y lo escuché entrar y cerrar la puerta, poniendo agua a calentar como si fuera su casa y abriendo la ventana a pesar del frío.
—Huele asqueroso —comentó corriendo las cortinas manchadas. Intenté cubrirme la cabeza con las mantas y él las tomó con fuerza y me las arrancó lejos—. ¿Hace cuánto no te bañas?
—No lo sé —gruñí abrazándome los hombros para abrigarme.
—Levántate, traje café y muffins —dijo volviendo a la cocina donde había dejado la bolsa de papel..
—Quiero dormir —refunfuñe intentando volver a cubrirme con la almohada en vano.
—No me obligues a voltear el colchón.
Le lancé una mirada de odio.
—Me fui de mi casa para no soportar a mis hermanos y vienes tú. —Pero de todas formas me levanté arrastrando los pies hacia la mesa y colocandome una campera vieja sobre los hombros.
Me dolía el estómago de pensar en mi sueño.
Suspiré viendo a Mateo acercarse a la mesa con una jarra de café y las únicas dos tazas que tenía. Me levanté por azúcar y abrí la heladera por si tenía algo que ofrecer, pero lo único que no estaba vencido ni olía mal era un limón con una capa de moho verde de aspecto tóxico y un huevo que podría tener semanas. No recordaba por qué tenía una heladera en primer lugar, si nunca tenía con qué llenarla y cuando tenía lo dejaba pudrirse. ¿Por qué tenía un limón o un huevo en primer lugar? Yo ni cocinaba. Oh claro, Bautista sí cocinaba.
Volví a la mesa con más dolor de estómago y miré los muffins con hambre y náuseas.
Me senté y dejé el azúcar junto a las tazas. Podría tomar solo el café.
—¿Qué haces aquí? —pregunté cuando se sentó frente a mí tarareando una canción. Lo miré con atención—. ¿Y por qué estás tan feliz?
—Para la primera pregunta: Tenía ganas de verte, hace días que no nos vemos —dijo sirviendo el café sin dejar esa alegría mañanera que me desconcertaba—. A la segunda…
—Espera, ¿qué hora es?
Me levanté a buscar el celular en medio de la cama. Tenía poca batería, me había olvidado de cargarlo después de acostarme a escuchar música. Lo desbloqueé para ver que eran las doce del mediodía y que tenía mensajes sin abrir de un número desconocido.
Ivana.
Sonreí olvidando por un momento el sueño y le respondí con un “buenos días”.
—¿Por qué sonríes?
Dejé el celular y miré a Mateo volver a su asiento después de servir el café.
—Ivana me invitó a salir hoy a la noche.
Tomó un muffin.
—¿Quién es Ivana?
—¿Recuerdas que te hable de la nieta de un matrimonio que está en la residencia? Lleva Budines y tortas para compartir.
Mateo lo pensó unos minutos, masticando el muffin y bebiendo café, y luego negó.
—Mmmh no, no me lo contaste. —Solté una mueca y bebí un poco de café. Quizás se lo dije a Bautista. Mateo comió un poco más de muffin y me miró en silenció—. ¿Cómo es?
El calor llenó mis mejillas.
—Muy bonita —dije—. Tiene la cara de una muñeca de porcelana y los ojos claros, y sonríe todo el tiempo a pesar de que sus abuelos no la tratan muy bien.
—¿Y eso?
Negué.
—No sé. Parece que no se preocupan mucho por ella y ella… básicamente es ella la que los sigue y pagua la cuenta de la residencia.
—Es buena.
—Si, y muy amigable. Me dijo que se iría de vacaciones a Europa en unos meses.
Mateo chasqueó la lengua.
—¿Y por qué no tiene pareja?
—¿A qué te refieres? —pregunté confundida, con la taza de café a medio camino, y él suspiró dejando la suya en la mesa.
—Me estas diciendo que es hermosa y buena, claramente debería tener pareja, ¿No?
Negué y tomé un muffin.
—Se separó.
—¿Por?
—No lo sé, no me dijo.
—Pregúntale —apuntó tomando otro muffin para darle un mordisco y masticas mientras continuaba—. Uno sabe más por sus ex que por la persona.
Asentí confundida, mirando lo que hacía con calma y recordando el sueño. Angela abrazada a mí y su respiración acariciando mi oído con un ritmo que me hacía temblar las piernas. Las tazas que sostenemos fueron compradas por Bautista una vez que viajamos a la playa en su auto, dijo que era una señal de que sería para siempre.
No, sería injusto preguntar por el ex de Ivana si los míos aún acechaban mi mente. Además, no éramos más que amigas, ¿no? Ella no me invitó a salir con la intención de algo más. No me veía de esa manera porque alguien como ella nunca podría fijarse en mí.
Debería empezar a cuidarme, me veía con sobrepeso y ojeras, nadie se fijaría en alguien con ojeras…
Trague duro para no vomitar y deje el café a un lado volviendo a recordar el sueño.
Miré a mi amigo jugando con su celular del otro lado de la mesa.
—¿Puedes prestarme el libro?
Me miró confundido.