—A la derecha.
Hice lo posible por sujetar a Ángela por los hombros y no dejarla caer mientras subíamos las escaleras tambaleandonos por el peso de la otra.
Llegamos al final y nos detuvimos en el medio de un pasillo con una luz tenebrosa que parpadeaba y varias puertas hacia ambos lados.
—¿Qué derecha? —Pregunté confundida—, ¿La tuya o la mía?
—Es la misma derecha… —balbuceó ella intentando enderezarse, pero fue en vano porque al instante sus rodillas fallaron y volvió a sujetarse de mis hombros. Apretó los ojos con fuerza, los abrió y parpadeó—. ¿Dónde estamos?
—En tu edificio —recordé cansada.
Ella me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Y qué hacemos aquí? —Se apartó unos centímetros—, ¿Qué haces tú aquí?
—Estabas demasiado ebria y quise acompañarte a tu casa para corroborar que llegaste bien —gruñí, porque ya se lo había dicho tres veces desde que bajamos del subterráneo y comenzamos a caminar con su guía poco confiable.
Se relajó contra mi costado y como las otras veces sentí que nuestros cuerpos encajaban a la perfección, que su calor me llenaba de tanta calma y alivio que por un momento lograba olvidar todo lo malo que pasó esa noche.
—¿Y por qué no usamos el elevador? —murmuró girando hacia la izquierda y arrastrando los pies.
—¿Hay elevador?
—Si, aquí —dijo caminando y señaló unas puertas de metal en la pared con un panel de dos botones. Suspire, no quise decirle que había preguntado por elevador hace tres pisos porque haría que termine por lanzarla escaleras abajo. Era muy consciente de todo el entorno, lo había hecho a propósito.
Llegamos a la puerta al final del pasillo y nos detuvimos. Tenía el número 25 en medio y un pequeño timbre a un lado que Ángela insistió en tocar cuando estuvimos en frente.
Lo presiono una vez, dos veces y luego frunció el ceño.
—Parece que no hay nadie.
Parpadee mirando la puerta.
—¿Vives con alguien?
Ella se apoyó en la puerta y me miró confundida.
—¿Quién?
—Tu.
—Ah, no. ¿Por qué preguntas?
Me pellizque el puente de la nariz, irritada.
Si la dejaba ahí me iba a arrepentir luego, si la dejaba ahí me iba a arrepentir luego…
Respiré profundo con los ojos cerrados y al abrirlos suavicé la voz.
—¿Tienes llave?
—¿De qué?
—De tu departamento —chillé impaciente, señalando la puerta donde se estaba apoyando y ella la miró como si no comprendiera.
—Este no es mi departamento —soltó mirando la puerta, luego a mí como si no supiera dónde estaba parada.
La imité observando el número 25, el picaporte y a ella.
—¿Y de quién es?
Encogió los hombros.
—No sé, el mío está por allá —dijo y se enderezó tambaleándose en el lugar, señalando detrás mío con el dedo. Se sujetó de mi hombro un momento, apretando los ojos para aguantar el mareo y el vómito, suspiró y volvió a presionar el timbre, golpeando la puerta con el puño y comenzando a correr hacia el otro lado del pasillo.
La miré detenerse en la puerta del final del otro lado y sacar las llaves con rapidez, riendo como una borracha feliz.
Oí golpes en el departamento 25 y una luz encima de mi cabeza se encendió. Si había alguien y al parecer los golpes lo habían despertado. ¿Mierda, qué hora era? Se acercaba con pasos pesados y seguramente somnolientos, sea quien sea no estaría feliz de despertar a la madrugada con golpes.
—¿Qué haces ahí? —preguntó Ángela desde su departamento, con la puerta entreabierta, riendo y haciendo señas para que la siga. No estaba muy segura de qué pasaría cuando el dueño del 25 abriera pero no quería ser el primer rostro que viera. ¿Qué tal si me golpeaba o si llamaba a la policía?
Corrí hacia Ángela al instante que oí la cerradura de la puerta girar y entré justo detrás de ella, apoyando la espalda en la puerta cuando se cerró y respirando profundo con los ojos cerrados para calmar el corazón acelerado. Sentía emoción y adrenalina como no sentía hace años.
Oí una risa a mi lado, la reconocí como la música más hermosa que oí nunca. Me vibraba el pecho de tenerla cerca. Abrí los ojos hacia la chica a mi lado, riendo con naturalidad mientras se quitaba la campera y la lanzaba encima de una mesa repleta de libros. Angela se soltó el cabello, todos sus rizos se volvieron lazos estirados y descuidados, parecía despeinada y casi menos perfecta. Se quitó las botas, la camisa y caminó hacia una pequeña cocina.
—¿Quieres agua? —preguntó abriendo la heladera y revisando el interior lleno de sobras antes de tomar algo parecido a un bollo y una botella de agua. Había más cosas, una jarra, cerveza, un poco de fruta, verdura y sobras de más comida, pero no me ofreció nada más que agua.
—Si, gracias —dije mirando alrededor. No había muchas superficies porque todo tenía libros apilados encima. Caminó hacia una alacena y al abrirla miré un conjunto de vasos, platos y tazas que me hicieron preguntar si no tenía más visitas. Seguramente sí. Sacó un vaso, lo sirvió de agua y me lo tendió. Dimos varios tragos juntas, en silencio, hasta que enfoque la mirada en la cama en la cama en medio de la sala llena de más libros—. ¿Aquí vives?
—Si —respondió masticando el bollo sentada en la mesada como si hace minutos no hubiera estado tan ebria que no podía mantenerse en pie—. Aunque no es por mucho. Quizás vuelvo a casa de mi mamá hasta que salga lo del viaje.
La miré un momento para corroborar que hablaba en serio y seguí avanzando para ver la ventana con cortinas limpias y hermosas, los muebles viejos pero cuidados y el plasma en la pared, apagado y rodeado de libros.
—¿Viajas? ¿Dónde?
—Por el momento, a un retiro de tranquilidad en las montañas. —Terminó el bollo, se limpió los dedos en la ropa y saltó al suelo para ir a buscar otro a la heladera—. Fui hace unos años y tenía pensado volver, pero me dijeron que quizás tengo que ir a una firma del libro o algo así y considere volver con mi madre hasta que lo confirmen. —Se enderezó con comida en la boca y al cerrar la heladera trago—. Pierdo dinero en el alquiler.