Revolví los dedos sobre mi estómago. Tenía que decirlo. Me estaba torturando. Necesitaba dormir. Necesitaba decirle la verdad, pero si lo hacía ella iba a dejarme. Tenía miedo, no quería que me abandonara, no podía concebir la idea de que se aleje.
La oí tomar una respiración profunda y soltar:
—Mi mamá quiere que vayamos de vacaciones a la playa.
Apreté los labios y fingí que ese comentario no me importaba, pero la amargura comenzaba a llenarme por dentro, haciendo la sensación de mariposas en mi estómago se vuelva ácido subiendo hacia mi garganta. Mire a la chica de rizos y antojos a mi lado, observando el techo como si luego de soltar esa bomba se hubiera sumido en sus propios pensamientos. No era así, estaba esperando mi reacción.
Tomé una bocanada de aire para calmar mis ganas de vomitar y planté una sonrisa.
—La van a pasar bien, mandame fotos.
Su rostro giró hacia el mío y pude ver la inquietud en su mirada, quería decir algo para hacerme sentir mejor, ella sabía lo que pensaba. Mierda, tenía que aprender a fingir mejor. Giró todo su cuerpo hacia el mío y de repente sujetó mi mano entre ambas.
—Me quedaré contigo —soltó y besó con ternura mis dedos.
Desperté con un jadeo por aire. Había dejado de respirar entre sueños. No podía dejar de pensar ese recuerdo, en la voz de ella cuando me prometió que no se iría.
Me volteé en la cama y la miré dormir con todo el cabello alborotado, el maquillaje corrido y las frazadas hasta arriba. Tenía frío a pesar de que las ventanas permanecían cerradas y la puerta igual. Ella era friolenta. Me quedé un momento allí, mirando su rostro sereno, no enojado, no dolido ni lleno de la tristeza que llevaba escondida dentro. Estaba calmada, respiraba por la nariz con pequeños suspiros y cada tanto soltaba ronquidos por lo bajo, entreabriendo los carnosos labios hasta que sus dientes quedaban ligeramente a la vista.
Me abracé por los hombros para conservar la sensación de calor a pesar de que el frío comenzaba a estremecerme, y no era por el exterior ni por las mantas, sino por la idea de que ambas estábamos desnudas y que dormíamos entrelazadas. La bese. Por la noche, mientras oía los suspiros escapar por sus labios, besé cada parte de su cuerpo y acaricié con ternura las curvas que se arqueaban hacia mí. No debería haber pasado.
Me sentía culpable por haber sentido el alcohol en su aliento y no detenerme, por llevarla a su departamento sujeta a mi cuello, sabiendo que su estado no era bueno, y recostarme a su lado. Estuve mal al aprovecharme, al permitir que me toque y tocarla, cuando había bebido más de la cuenta.
Tenía que irme pero no podía levantarme.
Fui egoísta esa vez que hice que se quedara por mí, que peleara con su madre por tenerme en su vida, y lo fui la noche anterior cuando mis manos se escurrieron entre sus piernas solo para ver su rostro al gemir y sentir el corazón ligero, revoloteando dentro de mi pecho.
Y no podía hacer otra cosa que arrepentirme deseando que el tiempo vuelva unas horas sabiendo que igual no me detendría, porque no podía, porque yo era yo y ella era una droga a la que fui adicta. A la que seguía siendo adicta.
Cerré los ojos cuando la oí revolverse hasta despertar. Fingí que no oía sus insultos al encontrarme a su lado y que la manta no dejaba al descubierto mi espalda desnuda. Ahogué un escalofrío y volví a oír su voz:
—Tina —llamó sujetando mi hombro con suavidad y sacudiéndome—. Tina, despierta, es tarde.
Quería fingir que estaba durmiendo pero no lo logré y varías lágrimas cayeron de mis ojos cuando los abrí para mirarla sentada en el borde de la cama completamente desnuda. Limpie los rastros de mi llanto, era increíble pensar que después de tanto por fin lograba lagrimear, con ella, con la única persona con la que preferiría no hacerlo, por fin estaba llorando.
La vi sujetarse la cabeza con ambas manos y apretar los ojos con fuerza por la resaca.
—Lo siento —magullé con un nudo en la garganta y ella suspiró un momento, me miró y se levantó sin el menor pudor.
—Tranquila.
Negué enterrando la cabeza en la almohada, intentando cubrir mi propia desnudez.
—Quizás no lo recuerdas pero estuvimos juntas —tragué saliva, avergonzada— y tú estabas ebria.
—Lo sé —dijo levantando la remera del suelo para vestirse.
—Perdón —supliqué alzando la cabeza y de repente algo voló a mi rostro. Una remera. Mi remera.
—No hay problema —continuó como si nada, levantando mi pantalón y medías para lanzarlas de nuevo a mi rostro—. Vamos, tienes que irte, rápido.
Pero no me moví, estaba llorando por todo lo que había pasado, por volver a verla, por su trato indiferente, por la frialdad de su mirada, muy diferente a la que tenía la noche anterior, cuando calentó cada rincón de mi cuerpo y de la habitación. Me senté para colocarme la remera con movimientos rápidos, intentando no quedar expuesta, y me limpié los ojos con las palmas.
—En serio lo siento —sollocé y ella por fin me miró.
—No voy a acusarte de aprovecharte de mí, Tina, sabía que estaba haciendo.
Me cubrí el rostro con ambas manos y negué con un nudo de culpa que apenas me dejaba respirar.
—No debería…
—Oye —dijo con voz suave, tomándome de las muñecas para que la miré—, yo me quité la ropa, sabía lo que estaba haciendo desde que le dí con el casco a ese idiota en la cabeza.
—¿Lo… sabías?— Parpadee sorprendida y ella rio con todo el rostro brillando de diversión a pesar de lo desastrosa que se veía con el cabello alborotado y el maquillaje corrido.
—Hay lagunas en la que no sé qué sucedió, como por qué terminamos frente a la puerta de mi vecino, pero sí, lo sabía. —No parecía importarle su aspecto, ni sus cambios bruscos de ánimo ni la línea de saliva seca que tenía bajo el labio, y eso hizo que el corazón me latiera un poco más fuerte, ansioso por tocarla, por acercarme. Bajé ambas manos hacia mi regazo y ella se apartó con el rostro lleno de confianza, sereno—. No abusaste de mí, no te denunciaré. Quédate tranquila.