Tumbado en el suelo sobre su estómago Guayaba miraba a Ana, su protegida, estaba intentando colocarse los zapatos para después ponerse de pie, el pergamino que el ángel guardián había recibido aquel día, no decía nada de que ella aprendería a caminar, pero era divertido verla intentarlo, pues a sus casi dos años no se dba por vencida tan fácil; la pequeña pantufla izquierda entro con dificultad en el pie derecho y Ana se quedó mirando lo que había hecho, en su mano aun sostenía la otra pantufla, Guayaba soltó una baja risita por lo que la pequeña estaba intentando, él no debía corregirla, ni ayudarla, esto debía suceder así, pero eso no le quitaba lo gracioso; ante el musical sonido de su risa Ana se giró a mirarlo y asombrado Guayaba dejo de reírse.
- aún me puedes ver – susurro con incredulidad.
Ana inclino su cabeza hacia un lado, estudiándolo y luego volvió a lo que estaba haciendo, colocando la pantufla derecha en el pie izquierdo.
- no es tan imposible, aun eres pequeña – Guayaba comento mientras la veía como intentaba ponerse de pie.
Según lo que el sabia, hasta cierta edad señalada los bebes perdían la capacidad de ver a sus ángeles guardianes, eso les permitía crecer en el mundo humano sin volverse locos y a ellos como ángeles les brindaba libertad de acción cuando algo peligroso sucedía; seis meses antes el pergamino de Ana había señalado que esta capacidad se había perdido y aunque Guayaba había lamentado que ella no lo conociera entendía las reglas, pero ahora, como ella lo miro estaba claro que aun podía ver aunque sea su resplandor y escuchar su voz, era único, talvez lo comentaría más tarde con Zircón cuando fuera a su entrenamiento.
Ana movió sus brazos alrededor hasta que consiguió estar estable sobre sus pies, miro a su alrededor y sonrió con los pocos dientes que apenas tenía, parecía que celebraba su victoria de haberse levantado, pero aún no se movía; Guayaba se mantuvo cerca esperando a ver qué era lo que haría, no era capaz de tomarla en sus brazos si se caía, pero debía estar pendiente de que no se hiciera mucho daño, la presencia de Zafiro acercándose lo alerto de que la madre de la niña caminaba hacia aquella habitación, se ocultó con su magia y se movió fuera del camino.
- tan inquieta – la mujer sonrió con adoración y se inclinó para tomar a Ana en sus brazos, Guayaba se movió cuando la pequeña fue sacada de la habitación – no deberías estar intentando eso.
Ana balbuceo como si diera una respuesta a las palabras de su madre, frunciendo su pequeño ceño en negativa a que ella no debía hacer algo; la mujer la llevo a su habitación y reviso su pañal, fue hasta que acomodo su ropa que se percató de la extraña posición que tenían sus zapatos, aunque orgullosa de lo que había logrado su pequeña hija, la madre no pudo evitar soltar una carcajada mientras reacomodaba todo y besaba su pequeña cabeza, otro par de pequeños pasos entraron corriendo a la habitación y Guayaba saludo con una inclinación de cabeza a Mango que venía detrás del pequeño Johny, hermano mayor de su asignada y quien rápidamente se abrazó de las piernas de la mujer mayor, haciéndola reír.
- ustedes dos, pronto jugaran carreras – comento mientras bajaba a la bebé para que Johny pudiera verla.
- bebe – susurro el pequeño mientras le acariciaba su mejilla a Ana.
- es Ana, tu hermanita – corrigió la madre mirando con ternura la interacción entre sus dos hijos, Ana cerro sus ojos ante el tacto de su hermano.
- nana – agrego Johny alegre.
Con una risita y negando con la cabeza la mujer mayor los tomo a ambos y los llevo de regreso al área de juegos que su esposo había acondicionado en la sala, dado que ambos pequeños no tenían una gran diferencia de edad, requerían de vigilancia constante y casi los mismos juguetes, así que ellos los mantenían juntos, esperando que así, con el pasar de los años se volvieran muy unidos.
Por la noche, cuando la pequeña Ana se quedó dormida y el tiempo se detuvo, Guayaba salió al jardín de la casa, donde encontró a Zircón y a Mango ya esperándolo.
- hola otra vez – saludo con una sonrisa.
- hola Guayaba – Zircón sonrió – puedo ver que tienes algo para preguntar.
- a pesar del tiempo que ha pasado, aún no me acostumbro a que puedas hacer eso – Guayaba negó con la cabeza y luego agrego – hoy Ana se giró a verme, como si supiera que yo estaba ahí.
- ella aún es muy pequeña, es por eso que no ha perdido del todo esa habilidad – comento Mango con tono calmado.
- pero me dijiste que ya había aparecido en su pergamino que ella perdería esa capacidad, entonces no es del todo normal – Zircón negó, aunque se veía un poco asombrado.
- aun así, no es del todo algo malo – Mango hablo, aliviando un poco la tensión de Guayaba.
- no, no lo es, pero quiere decir que ella podría darte una sorpresa con los años – Zircón sonrió, al ver como lo miraba Guayaba.
- ¿una sorpresa? – pregunto Guayaba confundido.
- algunas veces las personas que tardan en perder ese don, pueden ver a sus guardianes cuando en realidad los necesitan, es casi, a elección de ellos mismos – explico Zircón mientras caminaba por el jardín.
- ¿Cómo lo sabes? – pregunto Mango esta vez.
- eso te paso una vez ¿verdad? – el comentario de Guayaba era una afirmación, pues lo que Zircón explicaba lo decía con mucha sinceridad.