Llevaba haciendo una lista mental de porque si y porque no,
mientras el viento helado de una noche de invierno me azotaba el
rostro sobre la barandilla del puente colgante de mi ciudad natal.
Tenía la firme decisión de hacerlo porque la balanza era más
pesada en los porque sí.
“Antes de saltar” Pensé, “Debo poner mi mente en blanco, sino
voy a darle vueltas al asunto y puede que me atemorice y no lo
haga” Entonces como siempre que uno quiere concentrarse en
poner la mente en blanco vinieron más ideas a mi cabeza.
“¿Cómo debería lanzarme? ¿De clavado, de pie, hecha una bola?”
“¡De cabeza!” decidí al fin, o de otro modo creía que sentiría mis
huesos quebrarse uno a uno antes de perder la conciencia. A esa
altura sería como dar contra cemento. Comencé a preocuparme, lo
que menos quería era sufrir algún tipo de dolor físico, ya
suficiente con lo emocional y mental hasta el momento.
Sopesé si no sería mejor la idea de conseguir un arma y
dispararme. Pero no, eso equivaldría a más tiempo y más esfuerzo
para conseguir el dinero. Ahorcarme tampoco tenía sentido, sería
sufrir más de lo añorado. Además de que en ambos casos sería
fácil encontrar mi cuerpo. Quería terminar con todo lo más pronto
posible, sin dolor… y no se me ocurría otra cosa.
Respire profundo y me acerque más al borde de hierro de modo
que las puntas de mis zapatos quedaron suspendidas en el aire.
“Debería sacármelos”. Eran muy lindos quizás alguien podría
aprovecharlos, pero los encontrarían mañana en el puente y a lo
mejor alguien podría imaginarse lo que sucedió con la dueña. Me
los volví a poner. Tome la última bocanada de aire, junte los
brazos y me puse en posición de salto. “¿Y si en el trayecto el
viento me desequilibra y caigo mal?” Me aterrorice, ¿No era todo
muy crítico para que las dudas afloraran tan exageradamente?
Impactaban mis pocos segundos de vida cerebral. “Voy a caer
mal, caiga como caiga. Sera cuestión de un solo segundo.” Me
convencí. “¿Cuánto podía sufrir una persona en un solo
segundo?” El río abajo se veía obscuro y lúgubre, la luz de la luna
se reflejaba en el agua justo en la mitad.
Decidí lanzarme en el espacio donde la luna en su perfecta forma
ovalada era reflejada. Asique camine unos cuantos pasos por el
borde hasta llegar hasta allí. Me preguntaba si en realidad estaba
haciendo que el tiempo solo pasara. Si tanto me agobiaba mi vida,
¿Porque ahora retrasaba mi sufrimiento? A lo mejor quería solo
darle algo de decoro. Después de todo era mi vida, o, bueno en
este preciso momento mi muerte.
Mi vida no tenía sentido. Hacía años que luchaba cada mañana
por levantarme a la rutina, y siempre venía a mi mente el deseo de
no vivir más. Todo era mediocre, mi pasado, mi presente, y no
tenía sentido pretender que el futuro diera un giro. Muchas veces
lo había imaginado así, a mi último día y hoy era ese día, en que
había juntado el coraje para deshacerme de mí. Me debatía en esto
mientras volvía a ponerme en posición de salto. Cuando de pronto
una voz casi me hizo saltar al vacío del susto, tuve que
sostenerme de una de las columnas para no caer. Lo cual fue muy
irónico dado las circunstancias.
-Tienes que ser muy valiente y estar muy desesperada para
intentarlo.
Visualice su figura. Un joven de aproximadamente mi edad, es
decir unos veintidós años, se quitaba la capucha que le
ensombrecía el rostro y se acercaba unos pasos. Lo suficiente para
que la luz amarillenta del poste me dejase ver un rostro despejado
y pálido de frío a pesar del abrigo, lo que le marcaba un enorme
contraste con la intensidad del negro de sus ojos, llevaba dos
grandes bolsas violáceas debajo de ellos.
-Me asustaste. - Le dije como incrédula. Pensaba que estaba sola.
¿De dónde había salido, de entre las sombras?
-Tú también debo admitirlo. ¿Te das cuenta lo espeluznante que te
ves con ese vestido blanco al viento? Pareces un fantasma. ¿No lo
eres verdad?
¿Por qué actuaba tan indiferente? ¿El hecho de que fuera una
suicida no le daba razón suficiente para intentar socorrerme,
llamar a la policía, o algo así?
-¿Piensas que estoy dando un paseo por aquí?- Pregunte un tanto
enojada.- Estoy ocupada ¿No ves?- Me di la vuelta. No cambiaba
nada el hecho de que hubiera testigos. Estaba decidida.
-Se ve perfectamente lo que intentas. Lo siento si interrumpo,
¿pero sabes?, algo me dijo que debería hacerlo.
Suspiré. Al fin, ahora si intentaría salvarme. Ya era tarde, me
incline un poco hacia adelante y el vértigo me produjo nauseas.
-Al menos déjame decir unas últimas palabras.
-Me gustaría que no.
-Vamos, ya es suficiente que me dejes aquí arriba sintiéndome
culpable, dime cómo te llamas y diré unas últimas palabras por
ti.- Su voz sonaba uniforme, serena. Me daba la impresión de que
no iba a intentar sujetarme de pronto y que de verdad me apoyaba
en mi decisión.
-¿Y luego me dejaras en paz?
-No creo que tengas mucha paz en estos momentos, pero si te
refieres a que te dejare lanzarte por supuesto.
-Annie.
-Qué bonito nombre.
- ¿Hazlo rápido quieres? No tengo mucho tiempo.
-Es medianoche y no creo que hasta las cinco de la mañana
alguien se levante y salga a dar un paseo por el puente.
Gire la cabeza para mirarlo otra vez. La media sonrisa en sus
labios rojos, sus ojos negros, como dos trozos de carbón,
entrecerrados. ¿Qué intentaba hacerme? ¿Convencerme con algún
truco mental? Se veía feliz como un niño, quizás era una táctica
para confundir mi mente mientras que por otro lado más sutil
intentaría detenerme con palabras. Pero yo estaba decidida, a
pesar de que tener un testigo hacía que mi plan fallara en un
cincuenta por ciento. Ya que una mitad del plan se trataba de
morir, y la otra de que nadie se enterase de ello y me dieran por
desaparecida. Como hice desaparecer una maleta con mi ropa
quería que mi viejo padre tuviera la esperanza de que me había
ido, eso sí se percataba algún día de mi ausencia, desde que mi
madre murió cuando era pequeña él se hundió en un pozo
depresivo, del cual nunca salió, jamás después de eso fue un
padre. Y tuve que cargar con él desde entonces. Pero eso de
engañarle ya no iba a ser posible. Este sombrío entrometido con
su simple presencia estaba decidido a arruinarlo todo. Ya no podía
morir siquiera cumpliéndose mi último deseo.
-Bien. - Carraspeo su garganta y siguió. - Annie fue una gran
persona, paciente, un ejemplo de fortaleza y superación. -
Hablaba como si se estuviera dirigiendo a muchas personas.
- ¿Te burlas de mí? - Resople.
-De pequeña su simpática risa hacia que todo el que la oyera se
olvidara de sus problemas y se detuviera a escuchar y sonreír.
Tenía una risa encantadora. Heredada de su madre. Eva.- Me di la
vuelta un poco absorta, ¿Cómo conocía el nombre de mi madre?
Lo observe detenidamente, la ciudad no era muy grande, a lo
mejor era conocido. Me avergoncé. La posibilidad de que fuera
un conocido mío o de mi padre me provoco miedo y desespero.
Como si fuera una niña a la que acababan de encontrar haciendo
una travesura.
-¿Nos conocemos?- Su rostro no me era familiar, esa mirada
intensa era imposible de olvidar.
-Annie vivió sus primeros años de vida como una princesa, una
verdadera princesa, con gran ingenio e imaginación se pasaba
tardes enteras en castillos rodeados de dragones, pero no esperaba
a su príncipe, no, a ella le encantaba ponerse la armadura y salir a
enfrentarse al fuego de las bestias, hermosa infancia mientras
duro. Ya que al morir su madre, su vida dio un vuelco. Fue duro
cargar con la ausencia de una madre en cada aspecto de su vida a
los once años, en la escuela, en el vecindario, en casa, en especial
en su cama de noche cuando la soledad se hacía más nítida. Y
cuando perdió también a su padre, cuanto dolor, el quedo tan
desdichado que no pudo recomponerse como para hacerse cargo
de sí mismo, menos de una niña. Se pasaba las lunas y los soles
tendidos en un colchón de lágrimas, apenas comía, y tenía que
estar muy bello el día, los cuales eran pocos, para que Annie
recibiera un saludo o algún gesto amable de su parte.
Pero aun fue fuerte, lucho por conseguir moneda tras moneda, pan
tras pan, día a día para ella y su padre. Mantuvo a la familia en
pie, sola, con su entereza, con su fuerte determinación de vivir a
pesar del dolor. ¿Qué llevo a Annie a dejar su lucha a un lado, a
abandonar a su padre, así como él había hecho con ella? ¿Qué
engaño se encendió en su mente como para hacerle creer que con
todo lo que había luchado, no merecía la pena seguir viviendo?
Jamás lo sabremos. Pero lo que si sabremos es que Annie, es un
pilar y un ejemplo, para cualquiera que piense en algún momento
que su vida ha sido dura. La joven Annie a muerto sí, pero nos ha
dejado una lección de por vida a todos, a lo mejor muchos dirán,
“pero se rindió”. Entonces les diremos, que no. Porque si su
decisión tan valiente a los once años de edad, de sobreponerse a la
muerte de su madre y sobrevivir y alimentar a su padre
incapacitado durante trece años ha sido rendirse, les digo, eso no
es rendirse. - Se detuvo y dejo de mirar hacia su público
imaginario para ladear la cabeza hacia un lado y mirarme, sus
ojos intensos ahora brillando, a lo mejor por lagrimear.
Hacía mucho que no lloraba, de hecho, años. Recuerdo cuando
fue la última vez, estoy segura de que fue una noche en la soledad
de mi cuarto a los once años aproximadamente. Lamentándome
por mis dos perdidas, porque el estado de mi papa ya era
deplorable. Era la primera vez que escuchaba sus gemidos desde
mi habitación, lloraba y oía fuertes ruidos guturales. Algo
comenzó a surgir en mí, odio quizás. No hacia mi padre, no tenía
la culpa de su debilidad, y me apenaba por él. El odio era hacia mí
misma. Hacía días que aceptaba con fragilidad la caridad de mis
vecinos al traerme comida invitarme a dar paseos. El apoyo
emocional de mis maestros de escuela, incluso mi nuevo terapeuta
que con ansias me animaba a asimilar las cosas de la mejor
manera. Lamentablemente el simple hecho de estar allí lo único
que hacía era recordarme porque estaba ahí y lo desdichada que
era mi vida en ese momento.
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Editado: 23.11.2021