Estaba odiada de ser vista como una víctima, porque me estaba
convirtiendo en una, ¿Y eso no lo decidía yo? no quería terminar
como mi padre. Podían pasarme miles de tragedias, pero tomar el
papel de víctima, jamás. Me sequé las lágrimas y me propuse no
volver a llorar desde entonces. Me idee una rutina, levantarme
temprano cada día y valerme por mi misma. Mi padre me había
enseñado a pescar, me llevaba cada domingo desde que tenía
memoria. Sabia a donde habría más peces y a que horario tenía
que ir. Y lo más importante sabía cómo hacerlo y tenía las
herramientas. Al finalizar la mañana en el rio siempre tenía baldes
llenos que salir a vender a las casas del barrio, incluso algunas
pescaderías me compraban cuando traía uno o dos cajones
repletos en un carro que tiraba con mi bicicleta. A mitad de la
tarde regresaba a mi hogar de hacer las compras, me bañaba e iba
a la escuela. Al regresar obligaba a lavarse a mi padre y
cenábamos juntos. O, bueno, si cenar juntos vale cuando tienes
que insistirle a la otra persona constantemente a que abra la boca,
mastique, trague y aun agradezco que la digestión la hiciera su
cerebro por sí solo, su inconsciente me ayudaba más que su
consiente a veces. Podían ser tan largas que terminaban con que
alguno de los dos bostezábamos y entonces nos contagiábamos el
bostezo una y otra vez, y eso, aunque a cualquiera le parecería
común y corriente, para mí era motivo de gran alegría, porque era
una conexión que tenía con él. Al menos en algo, y era tan
sencillo e inconsciente.
Al final de cada cena siempre me sentía satisfecha, lograr hacer
todo lo que tenía que hacer en el día ocupaba mi mente y por la
noche estaba tan exhausta que solo acostarme era suficiente para
dormirme profundamente, sin angustias, sin soledad, sin malos
recuerdos, solo una que otra pesadilla y debes en cuando.
Pesadillas en las que me encontraba sola en una cama, con la
misma mirada y esencia perdida que mi padre. Horrorizada por
ellas siempre me levantaba a tomarme un té, por lo general el tilo
hacia que mi mente desatendiera cualquier asunto y volviera a
serenarse.
Con toda la fuerza de voluntad que logré forjar cumplí mi
ferviente promesa de no volver a llorar. Hasta ahora al menos. Ya
se me empezaba tapar la nariz por lo cual jadeaba. Me arrodille
despacio. Mi mente estaba totalmente fuera de sí. Ya no me
invadía esa calma inconsciente de mi pasivo estado. Me
encontraba embargada de sentimientos. Duda y enojo por aquel
sujeto que tanto sabía de mí, odio por romper mi promesa,
vergüenza por mi estado tan deplorable y frágil, agonía por la
ruptura de mi coraza de mármol, y desazón por revivir mis
lúgubres recuerdos del pasado, donde alguna vez había habido
dicha y paz en un corazón ahora tan agrietado y cansado.
El joven se acercó un poco y me ofreció un pañuelo. Ese gesto
hizo que lograra volver en mí. Levante otra vez mis defensas
negándome a aceptarlo y deje de llorar, limpiándome con mi
vestido. Vestido que era de mi madre, y que por eso había
decidido ponerme esta noche. Noche que dio un giro de
trescientos sesenta grados. De pronto me embargo un sentimiento.
Lo reconocí al instante. Temor.
Restregándome un ojo mire al joven. Sus ojos obscuros
mirándome con una fijeza espectral. La media sonrisa en sus
labios carmesí.
- ¿Cómo sabes tanto de mí? - Le pregunte frunciendo tanto el
entrecejo que me dolía.
-Sé todo de ti porque soy un ángel. - Me quede un rato inmóvil
hasta que sus palabras cobraron sentido en mi mente. - Tu ángel.
Al menos por ahora.
Mi temor se disipo. De acuerdo ya empezaba a cobrar sentido. El
tipo era un lunático de esos que saben todo de ti y están tan
obsesionados que han averiguado hasta tu tipo sanguíneo.
Después de todo no es casualidad que estuviera aquí, era obvio
que me venía siguiendo y quien sabe desde hace cuánto tiempo.
Para saber a qué cosas jugaba yo de niña sospeche que la
psicopatía conmigo venía desde hace años. Bueno eso explica que
todavía no haya llamado a la policía, el tipo esta demente. Me
bajé al nivel de la calle abandonando mi idea suicida y sin decirle
más nada me di la vuelta y comencé a caminar. El me siguió el
paso, lo cual sospeche que haría.
-No soy un psicópata. - Mi paso casi falló, pero no quería
demostrarle que sus palabras seguían teniendo efecto en mí,
asique continúe. “¿Acaso mi expresión es tan obvia que percibió
mis pensamientos?”
-No. La verdad eres bastante moderada para expresarte. Lo cual
admiro. Tienes miles de ideas o sentimientos en la cabeza y en tu
rostro solo se ve una tumba vacía. Admirable, a mí me llevaría
años frente al espejo un autocontrol así. Soy demasiado expresivo
¿Sabes? A veces pienso que…
- ¿Cómo es que…? - Lo interrumpí. Tenía miedo de preguntar,
dudé de la manera de como preguntarlo, pero después lo hice al
fin. - ¿Sabes lo que hay en mi mente?
-Te lo dije, soy tu ángel, y si tu propio ángel no sabe qué piensas
o que sientes ¿Cómo iba a ayudarte? Mago no soy. -Hablaba
como si tal cosa.
-Deja de seguirme ¿Si? - Mi voz sonó amenazante, había
aprendido algo de lucha en algunos callejones donde no te
quedaba otra que luchar o perder tu dinero. Era un poco más
grande que yo, pero había podido con sujetos del doble de mi
estatura y contextura. No porque tuviera realmente mucha fuerza,
sino porque sabía cómo confundirlos con maniobras evasivas,
como siempre decía mi madre “Es más maña que fuerza”, Quizás
ella no se refería a una pelea callejera, porque jamás se imaginaria
que yo me viera involucrada en una, sino a un asunto cotidiano
como por ejemplo abrir un frasco de mermelada. En fin, me sentía
posicionada como para enfrentarlo. Me detuve y lo miré fijo a los
ojos. Con las manos levantadas enseñando mi exasperación. -
¿Qué quieres de mí?
-Necesito tu ayuda. Salve tu vida y…- Sus ojos bajaron al piso,
pareció incómodo.
- ¡Acabas de arruinar mi muerte!
-Bueno, como sea… ¿Me ayudaras o no?
-Estoy cansada… Fue un día… Ya sabes. - Dije una vez que
resolví que después de todo había logrado convencerme de vivir
un poco más. “Las cosas no pueden empeorar, después de todo lo
que he pasado continuar al menos sería como demostrarle a la
vida que no me he rendido, que puedo ser aún más fuerte. Creo
que uno demuestra su verdadera fortaleza y valor, cuando ser
fuerte es lo único que te queda. - Sea lo que sea tendrá que
esperar. - De verdad me sentía agotada. - Búscame mañana
supongo que sabrás donde encontrarme. - Dije recordándome que
era un obsesivo.
Me di la vuelta con la esperanza de que no me siguiera, y así fue,
de un instante a otro deje de oír sus pasos y al llegar a la entrada
del puente me volteé para ver y a pesar de que le quedaba más de
medio puente de trayecto ya no estaba. Supongo que tenía prisa o
que estaba entre las sombras nuevamente.
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Editado: 23.11.2021