Angelus

Capítulo 7

Al entrar en la habitación  de mi padre me asuste. Él no estaba en la cama. Corrí al baño. Tampoco estaba. Marriot debía saber algo. Al llegar a su casa iba a golpear la puerta y entonces recordé que no iban a abrirle a un fantasma. Asique me desaparecí, ya podía controlar eso, se sentía un poco diferente. Así como cuando se te baja la presión y te sientes débil. Así me sentía, débil, a lo mejor porque mi graduación de materia bajaba tan al límite que nadie podía verme. Era como una especie de vapor transparente todo mi cuerpo y mi ropa tomaba la misma consistencia. Traspase la puerta.

 Allí sentado estaba mi padre tomando una taza de té humeante. Podía oler que era de tilo. ¿Qué hacia mi padre levantado? ¿Y en la casa de una vecina? ¿Qué hacia mi padre de pronto con pensamientos en su mente, mirando con fijeza un punto, y lágrimas en sus ojos? ¿Qué hacia mi padre sintiendo dolor, cuando siempre había permanecido como una planta?

Me acerque a él. Podía leer su expresión. Se sentía triste. Apenado. Arrepentido. ¿Algo más?, Destruido.

Llego Marriot de una de las habitaciones y le cubrió con una manta. Sentí la necesidad de agradecérselo. De alguna manera…¿Podría agradecérselo algún día?

-Deja de culparte. Estas enfermo. No te culpes por ello. 

-Toda su vida, la ignore. Toda su vida… - Su voz sonaba quebrada, dolida, amarga, muerta.

-Pero por tu enfermedad. No podías hacer nada.

-¡Y tampoco puedo hacer nada ahora!- Sus ojos se enfocaron en ella y Marriot se sobresaltó al igual que yo al escuchar el elevado tono sombrío de su voz.- La he perdido. Para siempre. Y no me queda nada. Debía ser yo quien la cuidara, la protegiera, la alimentara. Deje sobre sus hombros toda la carga, y me sumí en mis propias pesadillas, perdió a su madre primero, y luego a mí, y de la peor manera.

Marriot no sabía que decir. Podía ver en su mirada cuanto apreciaba a mi padre, y con cuantas ansias procuraba que él se recompusiera. Se limitó a guardar silencio, se recostó sobre la mesa y hundió su rostro entre sus brazos. Al poco tiempo pareció haberse quedado dormida. Entonces me di cuenta, era mi turno de hablar. 

Me acerque a mi padre, que temblaba de la rabia. De tan fuerte que pensaba podía escuchar lo que decía.

-Si tan solo ella estuviera aquí ahora. Le diría, le diría…

-¿Qué me dirías?- Le susurre.- Hazlo ahora.

Él pensó que tan solo imaginaba mi voz. Pero lloró larga y tendidamente, descargando su dolor. Entonces dijo:

-Te diría lo mucho que te amo, lo mucho que lamento haberte dejado sola con la perdida de mama y con la vida. Te diría gracias, por haberme cuidado tantos años. Y te prometería que si volvieras las cosas cambiarían. Y mucho.

Toque su corazón lo cual hizo que su culpa se hiciera humo por una llama que salió de entre mis dedos.

Entonces suspiro, su mandíbula se relajo. Abrió los ojos.

-¿Estás aquí? Annie, ¿Estás aquí verdad?

No contesté. Pero entonces tome su corazón entre mis manos y expurgue su dolor. Su rostro cobro ánimo. Quería que supiera que siempre estaría para él. Quería que supiera que no había nada porque perdonarle, que todo estaba bien. Entonces tome su esperanza, esa, que le hacía creer en su desesperación que yo en algún momento volvería y la volví una roca de fuego sólida. Así en sus pensamientos supo que yo siempre estaría para él y la desesperación quedo sin espacio en su pecho y salió de él. Por ultimo le abrace. Podía sentir la calidez de su espalda en mi cuerpo. Y sabía que él aunque parcialmente, podía sentirme también como si lo cubriera una delicada manta cálida. Lloramos juntos. De felicidad, de amor, de esperanza, de fe. Entonces poco a poco mi padre se quedó dormido sobre la mesa. Y su sueño no era como el de siempre, negro y lleno de angustia. Era un sueño placido y tranquilo. Su rostro reflejaba paz.

Me fui de la casa con un apacible sentimiento de que el estaría bien de ahora en más. Sonreía levemente con los ojos entrecerrados mientras caminaba hacia casa. Entonces sentí una alarma en mi cabeza. No de esas que hacen ruido y perturban el silencio sino de esas que hacen un sonido susurrante que te perturba la paz. Busque la urgencia dentro de mí. Y la hallé. 

Un sujeto con un arma blanca en la mano, algo así como una maza. Tomaba a una joven por sus cabellos y la golpeo. Espantoso. Caí al suelo, jamás me acostumbraría a ver las atrocidades y tragedias humanas.De pronto un gemido gutural provenía de mi garganta y me ensordecía. Cuando la soltó del pelo la joven callo inerte al piso. Me acerque a ella en la visión. No respiraba. Estaba muerta.

Los sentimientos de impotencia me hacían forcejear con mis músculos, con cada poro de mi piel. Quería salir de esa escena horripilante y gritar a la policía lo que había visto que pasaría. Gritar a esa joven que no se acercara a ese maníaco. Gritar, solo gritar auxilio.

Entonces Joel pasó una mano por mi rostro. Desde mis ojos hasta el mentón. Sentí como si el pesar en mi mente desapareciera todo. Mi corazón se fortaleció y volvió a latir tranquilamente, y mi cuerpo agarrotado se relajo por completo. Entonces me levanto de la quijada y dijo:

-¿Trabajo?

Asentí. Ya no me dolía nada. Pero mi mente aún permanecía alerta. Como perturbada. 

-¿Y cuánto tiempo tenemos?

-Es una urgencia. 

-Bien. Hacia allá entonces.

Esta vez la traslación fue mucho más efectiva que la anterior. De un momento a otro yo estaba bajo la piel de un hombre de gran estatura. Podía sentir sus pesados huesos y basta carne entre mi espíritu. Caminaba pausadamente. 

Una joven que parecía deunos veinticinco años le estaba mirando con lágrimas en los ojos. Podía sentir que a medida que él se acercaba a ella el odio y la frustración crecían dentro del corazón del cuerpo donde yo me encontraba. Entonces sin pensarlo dos veces tome su corazón entre mis manos. Pero este permaneció tan acorazado y rígido, frío y sin afecto, que me pregunte como le era posible incluso realizar su función más sencilla de bombear sangre. De pronto sentí una grieta en la coraza. Su semblante sombrío y lleno de rencor se apaciguo un poco. Solo un poco. Pero entonces vi una sombra negra que se acercaba. Tenía la forma de un cuerpo humano. Pero no lo era. Esa cosa no era humana. Tenía ojos vidriosos igualmente negros, pelos de la misma consistencia sombría, enmarañados y dedos contraídos dándole un aspecto espeluznante. Le grito algo que no escuché. Su voz sonó ininteligible para mí. Como si hablara en otro idioma. No conocía muchos idiomas de los diferentes países, pero ese no era un idioma humano, siquiera su voz ni su acento era algo que había escuchado nunca. Era como un cantico. Uno malicioso. Entonces el hombre se debatía para sus adentros mirando el rostro de aquella mujer con la que parecían haber estado discutiendo hacía rato por sus aspectos enojados y dolidos. Pero entonces sin dejarme introducirme más en su pecho lo cerró. Decidido a escuchar ese cantico que no provenía en lo más mínimo de un ángel de Dios. La coraza agrietada se cerró. Él ya había tomado su decisión.




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