Angelus

Capítulo 9

Una joven de mi estatura y misma edad espiritual, es decir de esa juventud en la que todos los espíritus están, con unos enormes ojos negros, cabello rubio atado en una cola, ojeras violetas bajo sus ojos y labios carmesí observaba todo a nuestro alrededor.

La escena era espeluznante, mis oídos comenzaron a percibir sonidos y entonces todo fue más cahotico, gritos, llantos, lamentaciones. Una mujer era arrojada al piso por tres hombres. El humo no me dejaba ver bien sus rostros pero sus expresiones eran atormentadoras, sonrisas enormes y miradas diabólicas, negras.

Lanzaron sobre la mujer que yacía sin fuerzas sobre el pavimento agua de un bidón. Entonces me di cuenta de que no era agua casi al instante en que uno de los sujetos encendía un trapo y lo arrojaba, la mujer fue invadida por las llamas, incinerada viva allí frente a nuestros ojos.

-¡NO!- Grite corriendo hacia ella mientras sus gritos se iban transformando en alaridos desesperantes.

-¡ANNIE!- Me grito la joven de cabello rubio. Su voz fue tan sonora, estridente como un rayo, me hizo caer al suelo. Se acerco y me ayudo a ponerme de pie.- Lo siento, deja de guiarte por tus sentimientos, por tus instintos, ya deberías dejar de ser tan impulsiva. ¿Eres un ángel? Pues,  compórtate como uno.

Aun retumbaba en mi cabeza el sonido de su grito cuando abrí los ojos y vi como la joven ángel se acercaba a la mujer en llamas que estaba extendiendo su mano hacia arriba como si buscara que alguien la sujetase, entonces de un suave tirón de su mano la puso de pie y ambas se abrazaron. Su cuerpo seguía en llamas bajo sus pies, pero la mujer estaba limpia, sin quemaduras en la ropa o llagas en la piel y con un pacífico y agradable gesto.

Quería saber de que hablaban, ¿Y porque no estaba agonizando después de todo lo que vivió hacia tan solo un segundo? ¿Acaso una vez que morimos ya no recordamos dolor o angustia alguna? Intente recordar mi propia muerte… y la verdad, aunque recordé la secuencia de imágenes, era como si no fuera yo la que lo vivió, sino alguien más. No era yo la que se sentía desdichada, sola, con frío y afligida sobre ese puente antes de saltar. Ya no se sentía ese vacío, ese dolor punzante de cargar un gran peso sobre la espalda. Entonces me fui de mis pensamientos al ver que el rostro de la mujer se ensombrecía, ¿Qué podía perturbarla ahora en su nuevo estado? Entonces la escuche.

-¿Mis hijos? ¡Tengo que encontrar a mis hijos! Les dije que se escondan en el ropero. ¡Aun están en la casa!

La mujer nos guio por una calle hasta su casa que quedaba a unos cuatrocientos metros de allí. Había algunas casas en llamas, otras destrozadas como por una explosión, algunas con suerte todavía estaban intactas con puertas y persianas atrancadas con maderas y clavos. Hombres que parecían espectros pasaban corriendo como sombras con armas, antorchas a nuestro lado, y no nos hacían daño porque no podían vernos. Familias escapando de sus casas incendiadas tosiendo por el humo y empujándose para saltar por una ventana rota o una puerta. Niños que estaban solos gritando el nombre de sus padres, padres que gritaban los nombres de sus hijos. Embarazadas que lloraban sujetándose la panza mientras corrían a la velocidad que mas podían. Otras que iban con bebes en los brazos. Muchas personas tenían partes de su cuerpo mutilados o directamente le faltaban miembros o los tenían en llamas y tenían que revolcarse en el pavimento o quitarse la ropa y andaban desnudos y repletos de cortes y quemaduras en las que la piel les colgaba derretida. Entre los escombros de las casas habían cuerpos algunos gemían, otros solo respiraban, otros nada. 

Muerte, desolación a mí alrededor y en mi corazón impotencia. Era un ángel enviado de la presencia de Dios y no podía hacer nada porque tenía que seguir reglas. Había mas ángeles que solo nosotras dos, pero no miraban a su alrededor el desastre como yo. Todos tenían una tarea, una urgencia, y no parecían perturbados estaban tan absortos en sus urgencias y sus rostros en paz. 

Después de que los espíritus eran levantados de sus cuerpos sin vida iban siendo guiados por una calle, había una grande multitud.

Al llegar a la casa la madre rio de felicidad al verla de pie y libre de fuego. Entonces casi al instante de llegar, cuando ya nos disponíamos a entrar, un hombre salió por la puerta. Dio una zancada muy larga y una explosión detrás de él lo hizo volar por el aire, los escombros y el fuego nos traspasaban los cuerpos espirituales. La mujer que habíamos levantado de las llamas después de morir nos miro. Quería encontrar en nuestros ojos alguna explicación. O quizás no explicación, quizás buscaba en nuestros ojos algún atisbo de esperanza, una chispa que le hiciera poder lograr respirar porque había entrado en pánico y no podía siquiera pestañear.  Sea lo que sea que buscaba no lo encontró en nosotras porque aun no nos recomponíamos de la sorpresa que nos llevo aquella catástrofe.

-¡¿QUE VOY A HACER AHORA?!- Grito y cayó al piso de bruces. Gritaba cosas que no entendíamos y no porque fuera en otro idioma, sino porque su mente deliraba. Tristemente para mí los ángeles entendemos el idioma del corazón y podía percibir nítidamente su dolor y desespero. 

-¡MAMI!- Grito una voz muy pequeña.

-¡MAMI!- Grito otra voz que era aun más pequeña, y más angustiada.

Ni un rasguño. Si quiera miedo de atravesar las llamas. Nada. Solo una punzada de dolor en sus corazoncitos por oír los lamentos de su madre. Venían abrazaditos desde los escombros, el más grande alzo en sus brazos al pequeño de apenas dos años para ayudarlo a bajar de un montón de ladrillos apilados y rotos. La mujer levanto el rostro del piso, su semblante volvió a ser sereno y lleno de luz. Volvieron a llamarla pero esta ya estaba allí para sostenerlos a cada uno entre sus brazos. Me quede observando la imagen, tan pura, tan llena de amor. Ya nada iba a separarlos. 

Nadie podría culparme por lo impresionada que estaba, sentí nauseas, miedo y a la vez entereza y fortaleza… 




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