El investigador de ocultismo, M.R. Hauntcraft, llegó al misterioso pueblo de Anguil con su mente llena de leyendas y secretos. Su búsqueda original de una reliquia templaria que supuestamente había pertenecido a César Borgia para controlar la voluntad de sus seguidores en Roma, había sido dejada de lado momentáneamente. Anguil tenía sus propios misterios que necesitaban ser desentrañados.
El pueblo, envuelto en un silencio opresivo, parecía estar suspendido en el tiempo. M.R. Hauntcraft caminaba por las desiertas calles con cautela, consciente de que cada sombra podía ocultar un secreto oscuro. La atmósfera en Anguil era asfixiante, como si el aire mismo estuviera cargado con una presencia sobrenatural. Agotado por su travesía, Hauntcraft se vio obligado a buscar refugio en Anguil por una noche. Mientras deambulaba por las calles, encontró una pequeña panadería que todavía estaba abierta. Una débil luz amarillenta se filtraba por las ventanas, creando formas grotescas en las paredes.
Al entrar, un escalofrío le recorrió la espalda. La panadería estaba desierta, excepto por una niña pálida y de ojos profundos que estaba parada detrás del mostrador, con una sonrisa inquietante en su rostro. Hauntcraft se acercó, sintiendo una extraña incomodidad en su presencia.
—Bienvenido, Hauntcraft —susurró la niña con una voz que parecía arrastrarse desde las profundidades de la oscuridad—. Sabía que vendrías.
El investigador se quedó atónito por un momento, tratando de entender cómo la niña conocía su nombre. La intriga y la inquietud se entrelazaron en su mente mientras se preguntaba qué secretos ocultaba Anguil.
La niña continuó hablando, su voz lenta y melódica.
—Soy el último vestigio de los primeros habitantes de Anguil. Hemos sido desterrados de este pueblo por un cura católico, y ahora busco venganza. Pero antes, debes ayudarme a descubrir la verdad.
La incomodidad de Hauntcraft creció aún más ante las palabras de la niña. La oscuridad parecía susurrar desde cada rincón de la panadería, envolviéndolo en un abrazo helado. A pesar de su instinto de alejarse, su curiosidad y su papel como investigador del ocultismo lo impulsaron a seguir adelante.
—¿Qué verdad buscas que descubra? —preguntó Hauntcraft, tratando de mantener la calma.
—El pueblo de Anguil guarda un secreto oscuro, uno que solo tú puedes desvelar —respondió la niña, su sonrisa deslizándose hacia una mueca siniestra—. Pero ten cuidado, M.R. Hauntcraft, la oscuridad que se oculta en estas calles es más antigua y poderosa de lo que puedes imaginar.
Hauntcraft se estremeció ante las palabras de la niña y su advertencia. La intriga y el peligro se entrelazaban en su mente, alimentando su determinación de descubrir la verdad oculta en Anguil.
Decidido a encontrar respuestas, Hauntcraft alquiló una habitación en un antiguo hotel del pueblo. Mientras se acomodaba en la oscuridad de su habitación, una corriente de aire gélido hizo que se le erizara el vello de la nuca. Con cautela, examinó la habitación en busca de la fuente de la corriente.
Fue entonces cuando notó una nota deslizándose debajo de la puerta. La recogió y la leyó con atención. Estaba escrita en una caligrafía antigua y temblorosa, y decía: "Abandona Anguil antes de que sea demasiado tarde. No te adentres en los secretos que oculta la oscuridad. La muerte te espera".
La nota le llegó de una forma extraña y misteriosa, aumentando su intriga y despertando aún más su deseo de descubrir la verdad. La advertencia amenazante solo intensificó su determinación de enfrentar la oscuridad de Anguil.
Hauntcraft sabía que su camino no sería fácil. La presencia de la niña y la inquietante nota eran indicios de los horrores que le esperaban. Sin embargo, no podía ignorar la llamada de la oscuridad que envolvía al pueblo. Mientras cerraba la puerta de su habitación con determinación, juró a sí mismo que no abandonaría Anguil hasta que desvelara los secretos que habían sido enterrados durante siglos.
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M.R. Hauntcraft decidió que era hora de confrontar al panadero sobre la inquietante niña que había visto en su establecimiento. Entró en la panadería y buscó la mirada del panadero, quien parecía más incómodo de lo habitual.
—Disculpe, señor. Hace un momento vi a una niña muy peculiar aquí en la panadería. Me preguntaba si sabía algo al respecto —inquirió Hauntcraft con curiosidad.
El panadero, visiblemente inquieto, evitó el contacto visual y respondió de manera vaga.
—No sé a quién te refieres, señor. Tal vez fue solo tu imaginación jugándote una mala pasada.
Hauntcraft notó la evasividad del panadero y sintió que algo no encajaba. Antes de que pudiera indagar más, salió de la panadería con frustración. Sin embargo, al llegar a la calle, una mujer joven y misteriosa lo abordó.
—Discúlpeme, ¿puedo hablar un momento? —dijo la mujer, con una sonrisa intrigante en los labios—. He notado tu interés en los secretos de Anguil. Creo que puedo ayudarte.
Hauntcraft, cautivado por la enigmática mujer y su ofrecimiento de ayuda, accedió a seguirla por un callejón oscuro. La mujer parecía saber más de lo que dejaba entrever, como si estuviera conectada con los secretos ocultos del pueblo.
—Existe un monte en las afueras del pueblo, un lugar con muchos misterios ocultos —susurró la mujer, su voz llena de misticismo—. Si quieres encontrar respuestas, debes dirigirte allí. Pero ten cuidado, los secretos que alberga son peligrosos y pueden consumirte.
Hauntcraft, intrigado por las palabras de la mujer, decidió emprender su camino hacia el monte mencionado. Sin embargo, antes de que pudiera llegar muy lejos, fue interceptado por la policía local. Los oficiales, agresivos y desconfiados, lo acusaron de entrometerse en asuntos prohibidos y lo arrestaron injustificadamente.
En medio de un diálogo acalorado, Hauntcraft intentó explicar su interés legítimo en la investigación, pero los oficiales se mantuvieron firmes en su decisión. Mientras lo esposaban y lo llevaban a la comisaría, Hauntcraft escuchó fragmentos de una conversación entre los oficiales.