Anhelando ser tuya.

♡U N O

[Tiempo atrás...]

Llevaba días con un intenso dolor de muelas que me impedía realizar mis actividades diarias con éxito, incluso los analgésicos de venta libre dejaron de hacer efecto, provocando que las pulsaciones de dolor en mis muelas, aumentaran en cada respiración que daba.

La solución a mis problemas era muy obvia y sencilla; ¡asistir al dentista! Sin embargo, temía que sucediera lo peor, o sea, que tuviesen que extraerme toda la cantidad de muelas que tanto me dolían, estudiaba gastronomía, ni siquiera podía imaginarme una vida sin las muelas suficientes para degustar los exquisitos alimentos que estaba aprendiendo a hacer en la universidad.

Ahora que lo pensaba, tal vez mis dolencias se debían justo a mi pasión por la gastronomía, pues sobraba decir que sin importar las consecuencias, consumía cualquier clase de ingrediente sin analizar lo dulce, duro o ácido que pudiesen ser.

Consideraba que era tolerante al dolor, pero ni siquiera las quemaduras obtenidas en la cocina, se asemejaban a la tortura que sentía en mis muelas, me daba miedo quedarme sin ellas, pero en medio de tanto dolor experimentado en la noche, me daban inmensas ganas de ir por unas pinzas y sacármelas yo misma para calmar el interminable dolor.

Incluso con mi inteligencia, de vez en cuando era muy ilusa y me aferraba a la errónea idea de que en algún momento el dolor se me pasaría por arte de magia, pero en el futuro y malamente gracias a la experiencia, aprendí que una vez que te dolía un diente, no había vuelta atrás y las consecuencias se verían reflejadas conforme más tiempo dejaras pasar sin acudir a un profesional, aún cuando un diente dejara de dolerte a las horas, días o semanas, eventualmente regresaría el dolor si no te atendías con los profesionales adecuados.

Aunque me aterrorizara la idea de acudir al dentista y pese a que mojara mis bragas de miedo al pensar lo peor que podría pasar, tenía que armarme de valor para ir a una consulta general y que de una manera o de otra, el dolor en mis muelas pudiese calmarse y es que no era sólo lidiar con pulsaciones dolorosas, sino que como dije al principio, debido a mi dolor se me estaba complicando realizar cosas tan importantes para mí como ir al gimnasio, asistir a la universidad, estar varias horas en la cocina y pasar tiempo de calidad con mis amigos.

Era la hija menor del matrimonio del casanova, Daniel Johnson y de la mejor mamá del mundo, Paulette Johnson, además de que mis dos hermanos eran hombres, lo que significaba que todos en mi familia me mimaban en exceso, por lo que siempre acudía a ellos cuando necesitaba que me dieran el valor suficiente para hacer algo tan importante como lo que tenía que hacer obligatoriamente.

A pesar de que vivía sola por elección propia «y claro que con la ayuda económica de mis papis», frecuentaba mucho la casa de mis papás, además de la libertad, el otro principal motivo por el que decidí mudarme, fue por lo cerca que me quedaba la universidad del departamento que me alquilaban mis papás, al estar viviendo cerca de la universidad, me evitaba el inmenso estrés de tráfico que experimenté de recién inicié la carrera y cuando aún vivía con mi comprensiva familia.

Era un hecho que disfrutaba de tener mi propio espacio, poner mis reglas y darle a mi departamento el uso que quisiera, pero estar con mis papás era una de las cosas que más disfrutaba en la vida y es que me tocó nacer en la familia más bonita de todas, ya que incluso en las adversidades, el amor salía a relucir.

Mi mamá, mi papá y mis celosos hermanos eran el mejor regalo que pudo darme la vida, existir ya era motivo de agradecimiento cuando tenía a personas tan maravillosas iluminando mi camino, sin duda alguna, mi familia era mi mayor tesoro, ¡amaba a todos con la fuerza de un huracán!

Me fue imposible no sonreír al pensar en mis papás, fue por eso que sin más preámbulos, me marché a uno de los establecimientos de las famosas joyerías Johnson, en dónde estaba segura de que se encontrarían mis papás considerando el día y la hora que era.

Le di vida al auto último modelo que me obsequió mi papi en mi cumpleaños y sin necesidad del navegador, conduje sin parada alguna y siguiendo los señalamientos y semáforos necesarios hasta llegar al centro comercial en el que se encontraba la joyería de mi familia.

Saludé a los clientes y entré en el área de personal autorizado, atravesé el largo pasillo y llegué a la oficina en dónde mis papás trabajaban.

—¡Hola! —exclamé efusiva asustándolos.

—¡Hija! —enloquecí con la tierna voz de mi mamá.

—¡Bebé! —exclamó papá igual de emocionado que yo. 

—¡Papis! —los chillidos no dejaban de aparecer.

Nos dimos un fuerte abrazo y dejé que mis papás besaran cada rincón disponible de mi rostro.

—No puedo creer que mi bebita cada vez esté más bonita, mujer, ¡eres la culpable de eso! —se quejó mi atractivo progenitor.

—¿Yo qué culpa tengo, amor? —se quejó la mujer de ojos color miel.

—Miranda heredó la belleza de su preciosa mamá.

—¡Aww, Daniel! —chilló tan enamorada como el primer día y sin importarles mi presencia, se besaron como si fuesen dos adolescentes, esos loquillos eran mi motivación si se trataba del aspecto del amor.




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