Me despedí de Leonor. En realidad, debo admitir que no paré de llorar al pensar que la única persona que me había entendido en todo este tiempo, que me había comprendido, que me había ayudado a encontrar un lado de mí que ni yo sabía que existía, se iba. Mi amistad con Leonor era el claro ejemplo de que para ser amigos, no necesariamente tienes que ser de la misma edad. La amistad radica en las personas; es una habilidad que todos tenemos, pero no todos podemos mostrar, y Leonor sí lo sabía mostrar.
Recuerdo la vez que nos conocimos. Fue un día hermoso; ella salía del supermercado, cargada de bolsas, y yo iba de camino a casa. Recuerdo que no quería llegar a casa, que lo único que quería era hacer algo para matar el tiempo de regreso, y ahí fue donde miré a Leonor. Lo primero que pensé fue: "Le ayudo, y siembro una conversación de una hora y listo". Lo primero que hice fue acercarme y saludarla; ella se sorprendió, ya que normalmente en esta sociedad, la habilidad de ayudar a las personas está mal vista. Pero en mi caso era lo contrario; siempre estuve dispuesto a ayudar, sin esperar nada a cambio. Acompañé a Leonor hasta su casa, en realidad estaba a menos de 200 metros del supermercado. No conversamos nada en el camino, solo bastó llegar a su casa. Estaba listo para despedirme, pero ahí…
--Fue un placer, señora…
--¿Cómo te vas a ir? Ya casi llueve. Pasa.
--Mamá me va a regañar",-- en realidad sí quería quedarme, pero tampoco quería ser una molestia.
--Ahhh, pásame su número, yo le digo--, me lo dijo con una afirmación a la cual no pude reaccionar.
--Bueno, me quedo--, afirmé.
Pasamos adentro de su casa. Nos presentamos, me dijo su nombre y yo le dije el mío. Me ofreció café. Leonor hacía un café espectacular, nunca me dijo cómo lo hacía, pero lo único que me comentó era que utilizaba canela.
Me contó todo sobre ella. Me sorprendió, ya que la había visto por las calles y lo único que podías escuchar eran rumores que resultaron no ser ciertos. Me comentó sobre cuando falleció su esposo. Sus hijos decidieron irse, ya que decían que en el pueblo no tenían futuro. Anhelaban una vida llena de comodidades, pero bastó un mes de trabajo y un buen sueldo para olvidarse de su madre. Era estúpido, ya que Leonor era una señora de un gran corazón y no se merecía eso; de hecho, ninguna madre se merece ser tratada así, pero lamentablemente nos cegamos a "es lo que me conviene a mí" y nunca pensamos en los demás, nunca pensamos en lo mal que llegamos a ser con ese comportamiento de mierda que a veces mostramos.
Leonor lloró, se desahogó y eso me gustó, ser esa fuente de consuelo, ser esa persona que siempre está ahí para escuchar. Aunque a veces me preguntaba: "¿Quién me escuchará a mí? ¿Quién estará dispuesto a escucharme sin juzgar?". Era mi gran miedo, ser escuchado y luego que mis problemas o dificultades estuvieran por todo el pueblo, en la boca de gente que lo único que le interesa es acabar con la reputación y dignidad de otra persona.