La idea de cambiarme de ciudad no me gustaba en lo absoluto. No me molestaba la noción o el hecho de tener que mudarme, odiaba las mudanzas. Me concentraba en la idea de que una persona está bien tal y donde es, donde se sintiera cómodo, y yo sentía que ya había encontrado ese lugar.
Cuando mamá me propuso la idea de que papá iba a dejar a cargo de alguien más su grupo Vale, era su vida. Mi abuelo se lo había encargado antes de fallecer: crear un servicio de banquetes para bodas o eventos desde cero. No es tarea fácil, por ello papá tenía la obligación de hacerse cargo, ya que era hijo único. Y a diario siempre me recalcaba que eso sería algún día mío, que sería yo quien llevara la delantera. No me molestaba, me encantaba la idea. Muchos jóvenes no tienen la habilidad o la oportunidad de crecer con las facilidades en las que yo sí pude. Mamá siempre me decía que la cualidad del ser humano, o su esencia, es hacer lo que uno en realidad le guste, aunque las cosas que uno anhela no siempre salgan como se esperan. Tenía razón.
Eso no fue lo que pasó con mamá. Su vida era la cocina. Renunció al prestigioso puesto de ejecutiva que le esperaba si hubiese seguido con lo que su padre le inculcaba, por el hecho de estar rodeada de grasa y de sartenes. Dejó la universidad, en la cual estudiaba computación, una carrera a la que no todos aplicaban, mucho menos en la famosísima Universidad del Monte. Todos deseaban esa universidad, se tachaba como la mejor universidad del país, y sí era cierto. Presidentes y diputados se graduaron en dicha universidad. Mamá dedicó su vida a la cocina, emprendió un postgrado de seis meses en artes culinarias, un curso gratuito impartido por el Ministerio de Educación. No me explicaba por qué dejó todo lo que tenía por el sencillo hecho de cocinar para otras personas.
Siempre me explicaba el porqué, y yo no lo admitía. Viajó a Marruecos para especializarse en el uso de especias y un tal "cuscús" que nunca había conocido. En vez de abrir su propio restaurante de comida marroquí, ya que era lo que le gustaba, se centró en trabajar para restaurantes. Y gracias a su dedicada arte hacia la cocina, fue una de las ganadoras para entrar en el famoso grupo Vale. Ahí es donde conoció a papá... tengo entendido.
Nunca me contaron cómo se conocieron y no me interesaba saberlo, me imaginaba que fuese una de esas historias cursis de libros... De ahí solo sé que mamá renunció a su trabajo cuando nací yo.
Y papá, siempre estuvo todo el tiempo en el trabajo y yo solo pasaba tiempo con mamá, mi comunicación con ella era superior que la mía con papá. Él trabajaba a tiempo completo, todo el día, todos los días menos los domingos. Siempre hacían planes para salir de casa a los cuales casi nunca acepté, prefería ir a jugar con mis amigos al básquet, siempre los domingos fueron de básquet. Mis compañeros de clase desde la primaria, han sido mis amigos desde siempre. Creo que las personas se acercaban a mí por el simple hecho de ser Arévalo, un apellido que solo se caracterizaba por ser de las familias del dueño del grupo Vale. Sentía que no tenía amigos o amistades verdaderas. Pero aprendí a vivir con ello.
Mamá se acercó con el gran entusiasmo de dejar nuestra hermosa casa en Roma para mudarnos a un tal pueblo llamado Sorrento. Había comprado una casa a una señora ya mayor que no podía ni caminar, creo. Estaba emocionada no solo por el hecho de comprar una casa en un pueblo con vista a una cordillera, sino porque papá también se iría con nosotros. Supuse que nada más serían unas vacaciones. Pero resultó que era de manera definitiva, sin esperanzas de regreso.
Yo no quería, yo no deseaba. Tenía mi vida en la ciudad, las tazas de café en Starbucks, a pasar las tazas de café en casa, ya que no imaginaba una cafetería en un pueblo al cual consideraba fantasma.