Anhelo

13. Wiliam

La puerta de mi habitación aún vibraba con el eco de su cierre, un suave clic que sellaba el anuncio de mamá: "Entras al colegio a mediados de mayo". Y aquí estaba yo, en los albores de un mayo tan italiano, en Marina Grande, Sorrento, un lienzo en blanco sin planes, sin rostros familiares, sin más posesiones que las cuatro paredes que ahora acogían mi nueva realidad. El camión de la mudanza había partido ayer, dejando nuestras pertenencias, al menos lo esencial, en su lugar, insuflando un hálito de permanencia a esta existencia extraña y desconocida.

Afuera, la brisa marina se colaba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma inconfundible a sal y el dulce perfume de los omnipresentes limones de Sorrento. Podía escuchar el murmullo lejano de las olas rompiendo contra la orilla y el ocasional graznido de una gaviota. No era el silencio al que estaba habituado; este silencio venía envuelto en la sinfonía de un pueblo pesquero que bullía a su propio ritmo, ajeno a mi desorientación.

La idea de que el colegio era mi único puerto para la amistad se incrustaba en mi mente como una verdad ineludible. ¿Qué hacía uno en un lugar donde no conocía a nadie? ¿Adónde ir, en un sitio con callejones estrechos y casas que se aferraban a los acantilados, cuando no tenías ni idea de sus rincones escondidos, de sus puntos de encuentro, de la taberna donde los pescadores se congregaban al atardecer? Absolutamente nada. Era un lienzo en blanco, pero uno en el que no sabía cómo empezar a dibujar. La belleza escénica de Marina Grande solo acentuaba mi sensación de ser un intruso, un mero espectador, y no una parte de ese cuadro pintoresco.

Quizás, la idea de empezar de cero no era tan descabellada. En mis momentos más introspectivos, incluso la había idealizado: la posibilidad de reiniciar la vida, de corregir errores, de elegir caminos diferentes, de ser una versión mejorada de mí mismo. Pero ahora, con el silencio de mi nueva casa en un lugar tan vibrante y la incertidumbre del futuro inmediato, se sentía más como un pausa forzada. Mi vida anterior, mis recuerdos, mis amigos, todo eso seguía allí, intangible, inalcanzable, como una película que había dejado a medias.

Esta no era una oportunidad para reiniciar, sino más bien para continuar, para encontrar la forma de cerrar este ciclo y, con suerte, iniciar uno nuevo y emocionante. Un ciclo de adaptación, de descubrimiento, de esperar que, entre las barcas de pesca de colores brillantes y los rostros nuevos del colegio, encontrara la pieza que me faltaba para volver a sentir que mi vida avanzaba, y no que estaba suspendida en una especie de limbo soleado. Miré por la ventana. El sol de la tarde empezaba a teñir de dorado las fachadas de las casas, y yo me preguntaba qué otras sorpresas, o ausencias, me traería este nuevo comienzo en Marina Grande.



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En el texto hay: libros, amor lgbt

Editado: 16.06.2025

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