Anhelo

14. Denmar

El folleto satinado se sentía pesado en mis manos, no por su gramaje, sino por el peso de la promesa que contenía. "Universidad del Monte". Las letras elegantes y el escudo imponente con una montaña estilizada ya me resultaban familiares por el omnipresente anuncio que la licenciada Turner había pegado estratégicamente en la dirección de la escuela. Debajo del nombre, en negrita y un tamaño de letra tentadoramente grande, se leía: "BECAS COMPLETAS PARA LOS ESTUDIANTES MÁS DESTACADOS".
Repasé las palabras una y otra vez: "altas posibilidades de ingreso". La directora Turner, con su voz melosa y su sonrisa impecable, había enfatizado cada sílaba como si leyera un pergamino sagrado. Habló de la excelencia académica, de los programas innovadores, del campus "rodeado de naturaleza virgen" y de "un futuro brillante". Pero para mí, todo se reducía a una sola cosa: la posibilidad de irme de Sorrento.

Sorrento. La palabra se me atascaba en la garganta como una espina. Una ciudad pequeña, conocida por su monotonía, por sus días que se desdibujaban uno en el otro, por sus sueños aplastados bajo el peso de la costumbre. Cada callejón, cada esquina, cada rostro conocido era un recordatorio de un camino que parecía preescrito. Había anhelado el escape, el aire fresco de un lugar donde no todos supieran mi historia de memoria, donde las expectativas no fueran una camisa de fuerza.

Mis dedos tamborileaban suavemente sobre el papel. La Universidad del Monte no era solo una institución académica; era un billete de salida. Significaba bibliotecas enormes con libros que no había tocado, profesores con acentos diferentes, compañeros de todas partes y, sobre todo, la oportunidad de ser simplemente Denmar, sin el prefijo de "el Denmar de siempre" o "el Denmar que todos conocen".

Cerré los ojos por un instante, visualizando el campus que aparecía en el folleto: edificios de piedra antigua, césped impecable, estudiantes riendo bajo árboles frondosos. Un mundo completamente diferente al polvo y la rutina de Sorrento. La beca era la llave; si lograba ser uno de esos "mejores estudiantes", la puerta se abriría de par en par. La presión, en lugar de agobiarme, me energizaba. La idea de escapar era un motor más potente que cualquier tarea o examen.
Una leve sonrisa se asomó a mis labios. Sorrento, con sus rutinas y sus miradas familiares, podría pronto ser solo un recuerdo lejano.

La promesa de la Universidad del Monte no era solo una oportunidad educativa; era la promesa de una nueva vida, una que yo estaba más que dispuesto a luchar por conseguir. El camino sería arduo, pero la meta, irme de Sorrento, valía cada gota de esfuerzo. El futuro, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía como una extensión del pasado, sino como un lienzo en blanco esperando ser pintado.



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En el texto hay: libros, amor lgbt

Editado: 16.06.2025

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