Anhelo

15. Wiliam.

El repicar incesante del teléfono interrumpió la quietud de la tarde, que hasta ese instante, había sido un bálsamo para mi alma atribulada. Con un suspiro, deslicé el dedo por la pantalla, el nombre de Marco destellando en ella, una reminiscencia de mi vida pasada en Roma.

-¿Qué pasa, Marco? -Mi voz sonó más áspera de lo que pretendía, teñida por el cansancio de los últimos días.

Al otro lado de la línea, un torrente de palabras se desató, atropelladas por la prisa y una indignación palpable.
-¡William, no vas a creer lo que me acabo de enterar! Estaba en el café de siempre, ¿sabes? Y vi a Dayanara... con Romel. No solo estaban juntos, William, parecían... demasiado cómodos. Él la tomó de la mano, y luego, ella le sonrió de una manera que... que a ti nunca te sonreía. Y te juro que no fue la primera vez que los veo. Escúchame, amigo, esa chica no te merece. Ni un ápice.

Un silencio gélido se instaló entre nosotros, aunque yo sentía el eco de las palabras resonando en mi cabeza, cada una como un martillazo. No era una sorpresa. En el fondo, una parte de mí ya lo intuía, una intuición dolorosa que se había negado a reconocer.

-Ya se acabó, Marco -respondí, mi voz ahora un murmullo apenas audible. La afirmación, aunque escueta, llevaba el peso de una verdad irrefutable.

Marco, al otro lado de la línea, pareció dudar por un instante, quizás percatándose del tono desprovisto de emoción.

-Lo siento mucho, William. Sé que esto te debe estar destrozando.

Pero yo ya no lo escuchaba. La llamada se convirtió en un eco lejano, mientras mi mundo interior se desmoronaba. Una punzada helada se instaló en mi pecho, expandiéndose, oprimiéndome el corazón con una fuerza implacable. La depresión, esa sombra que había intentado mantener a raya con la promesa de un futuro "más realista y de más alcance", ahora me envolvía por completo, arrastrándome a las profundidades de la desesperanza. Cada respiración se sentía pesada, el aire espeso y denso, incapaz de llenar el vacío que me consumía. Me sentí engañado, no solo por Dayanara, sino por la propia vida, que parecía reírse de mis anhelos, de mis intentos por construir una realidad más estable. La visión de Romel, ese chico de la escuela que siempre me había parecido tan... insignificante, revoloteaba en mi mente, magnificando la herida. ¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Tan necio? El engaño era una daga retorciéndose en mi interior, y no sabía cómo detener la hemorragia.



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En el texto hay: libros, amor lgbt

Editado: 16.06.2025

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