El teléfono vibró sobre la pila de libros que había estado consultando, un sonido familiar que me sacó de mi inmersión en las páginas. Era un número conocido: el de la señora Vic. Deslicé el dedo para contestar, una ligera curiosidad picándome.
-Den, cariño, ¿estarías libre para pasar por casa un poco más tarde? -la voz cálida y jovial de la señora Vic se escuchó al otro lado-. Me encantaría invitarte a tomar un té y charlar un rato, si no es mucha molestia.
Sonreí. La señora Vic, Victoria, era una de esas personas que irradiaban amabilidad, siempre con una palabra amable y una taza de algo caliente lista para ofrecer. Además, vivir solo en el pueblo, inmerso en mis estudios, a veces me hacía extrañar la compañía.
-Claro que sí, señora Vic -respondí con entusiasmo-. Con gusto iré. ¿A qué hora le viene bien?
-Perfecto, Den. Ven cuando puedas, estaré aquí -contestó ella, y la llamada finalizó con un suave clic.
Un par de horas después, caminé por el familiar sendero de gravilla que conducía a la casa de Vic. El sol de la tarde comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados, y un aire fresco y prometedor se colaba entre los árboles. Al llegar a la puerta, la señora Vic ya me esperaba, con una sonrisa que le iluminaba el rostro.
-¡Den! Pasa, pasa, querido -exclamó, haciéndome un gesto para que entrara.
Dentro, el aroma a galletas recién horneadas y a té se mezclaba en una atmósfera acogedora. Después de los saludos y las charlas iniciales sobre mis estudios y el pueblo, la señora Vic me miró con una expresión que no supe descifrar del todo. Había una pizca de astucia, de amabilidad, y algo más que aún no alcanzaba a comprender.
-Den -comenzó la señora Vic, su voz adquiriendo un tono más serio pero aún suave-, sabes que Will está por entrar a clases pronto, ¿verdad?
Asentí, mi corazón dio un vuelco casi imperceptible al escuchar el nombre de William. Will, el chico tan diferente a mí, con esa aura despreocupada y esa sonrisa fácil que me desarmaba. Había intentado mantener mis sentimientos a raya, un anhelo silencioso y constante que me acompañaba.
-Y me he dado cuenta de lo excepcional que eres en tus estudios -continuó la señora Vic, observándome con atención-. Eres tan dedicado, tan brillante. Y Will... bueno, a Will le vendría de maravilla un empujón antes de empezar. Pensé... ¿sería posible que le dieras algunas clases? Como un apoyo, para que se prepare bien.
Las palabras de la señora Vic resonaron en el pequeño salón. Me quedé en silencio por un momento, procesando la petición. ¿Darle clases a William? La idea era, a la vez, fascinante y aterradora. Fascinante porque significaría pasar más tiempo con él, conocerlo mejor, estar cerca de la persona por la que mi corazón latía de una manera tan particular. Aterradora porque exponía mis sentimientos, los hacía más vulnerables, más difíciles de contener. ¿Cómo iba a mantener la compostura, mi papel de tutor, cuando lo que realmente anhelaba era mucho más que una simple relación de estudiante y maestro?
La señora Vic me miraba expectante, su sonrisa amable sin inmutarse. Sentí la presión de la decisión, la intersección de mi anhelo personal con una oportunidad inesperada. Era una encrucijada que podría cambiar el rumbo de mi propio futuro, entrelazando el mío con el de William de una manera que jamás había imaginado.