Anhelo de amor

2

Amelia despertó con los ojos hinchados, otra vez.

Ya tenía el remedio para eso, así que fue a la cocina y preparó dos bolsitas de té y se los puso sobre los ojos durante un rato. 

El teléfono empezó a timbrar, y contestó. 

—¿Estás en San Francisco? —preguntó una voz muy conocida para ella, y el corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Era Catherine, la hermana de Damien.

—Conseguiste mi número.

—Tengo mis métodos —sonrió ella—. Pero contéstame, ¿estás en San Francisco?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Oh, bueno… es sólo que… quisiera pedirte un favor.

—Qué será —preguntó Amelia, algo molesta, y quitándose las bolsitas de té de ambos ojos y arrojándolas a un lado.

—Quería que hablaras con mi hermano.

—¿Estás loca? —gritó al instante—. Catherine, ¿cómo se te ocurre…?

—Tengo dos hermanos —la interrumpió Catherine elevando la voz—. El uno es el diablo, y a ese jamás te pediría que lo llames.

—Ah…

—Se trata de Zack… —siguió Catherine con tono preocupado—. Está pasando un mal momento.

Amelia guardó silencio por un momento. Siempre olvidaba que Zack era un Galecki, que era el hermano de Damien. Para ella, como si fuera de otro mundo; nunca los vinculaba con ellos, y era un poco extraño aun para ella.

—No me ha dicho nada —comentó bajando el tono de su voz.

—Ni te lo dirá. Sabes cómo es. Vamos, llámalo, a ver si contigo se desahoga un poco—. Amelia se echó a reír.

—Tal vez de eso se trata. Si quisiera contarme lo que le pasa, ya lo habría hecho, pues tiene mi número.

—Sí, a diferencia de mí. 

—Sabes por qué lo hago.

—Realmente no. Pero no importa ahora… Zack te necesita, Amelia… Él fue quien te ayudó cuando más lo necesitabas, ¿lo olvidaste?

—Y cómo, si te tengo a ti para que me lo eches en cara. Y acaso… ¿qué le está pasando?

—Se está divorciando —Eso dejó en silencio a Amelia. Zack, el hermano mayor de Damien, se había casado con Vivian, una hermosa mujer de buena familia, hacía unos ocho años. Ella estuvo en su boda, sólo porque se trataba de Zack. Había tenido que aguantarse la presencia de Damien, pero este estaba muy bien atado a su silla por la madre de su tercer hijo, y excepto para lanzarle miradas incómodas, no habían tenido contacto, así que había sobrevivido. 

Zack divorciándose.

El corazón le dolió un poco. Debía tener razones muy, muy poderosas como para llegar a eso, pues sabía que, para él, el matrimonio era para toda la vida.

—Lo llamaré.

—Oh, gracias. Hazlo hoy mismo. Está en San Francisco por unos días, y volverá a Los Ángeles… o no sé qué haga. Te juro que estoy muy preocupada.

—Vale, vale, lo llamaré hoy mismo.

Antes de hacerlo, Amelia revisó las redes de Zack. Pero él era tan circunspecto… No tenía Instagram, sólo Facebook, y la última fotografía subida era de él, Vivian y su hijo en algún paseo en el campo. No había nada más, así que de esa manera no pudo enterarse de su vida.

Tuvo que llamarlo.

—Vaya —dijo Zack con su voz grave—. Un milagro—. Amelia se echó a reír.

—Supe que estás en la ciudad y quise invitarte a tomarnos un trago. ¿Te apuntas? —lo escuchó suspirar.

—¿Un trago de qué?

—¿Tequila? ¿Vodka? ¿Whiskey? Yo invito.

—¿Tú a mí?

—¿Por qué no? ¿Eres machista?

—Oh, no. Está bien, haré que te arrepientas de invitarme —Amelia volvió a sonreír.

—Algo de lo que no me arrepiento es de… tu amistad. Es de las pocas cosas auténticas que me ha dado la vida.

—No te pongas sentimental —bromeó él, aunque su voz sonó extraña—. ¿Paso por ti, o nos vemos en un sitio en especial? —Amelia suspiró.

—Yo pasaré por ti.

—Mi dama galante y caballerosa —ella rio ahora con ganas.

No tuvo problemas para reclamar su auto en el bar en el que había estado anoche. Invirtió su día haciendo algunas compras, revisó en su teléfono algunas citas agendadas, regresó a casa y puso a lavar ropa, recibió una llamada de Andrew, su sobrino, y habló un rato con él. Adelantó cosas del trabajo, etc.

Al llegar la noche, fue al hotel donde estaba hospedado Zack, y al verlo no pudo evitar sentir alegría. Lo abrazó con fuerza y le besó la mejilla barbuda. Cuando lo miró a los ojos, notó en él los cambios. 

De adolescente, Zack no había sido guapo. Era pelirrojo, el cabello muy rizado, y su piel muy blanca y pecosa. Había necesitado ortodoncia un buen tiempo, y su cuerpo no era atlético. Todo lo contrario de Damien, que había sido casi perfecto desde niño. Sin embargo, la madurez le había hecho bien a Zack, y ahora no tenía nada que envidiarle a su hermano menor. Era alto, con más del metro ochenta, de espalda ancha y barba cerrada. De nariz recta, labios rosados y ojos gris azuloso, mentón cuadrado y orejas pequeñas; Zack era simplemente guapísimo. A eso se le sumaba que era mucho más humano, más gente, más persona, más de todo. 




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