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La navidad pasó demasiado pronto. Qué rápido se estaba pasando el tiempo, y a la vez, qué lento.
Pronto tendría que decidir a qué universidad iría, y eso, más que de incertidumbres, la llenaba de expectativas.
No elegiría la universidad de Sacramento, no otra vez, no, nunca. Elegiría una en San Francisco, o Los Ángeles, si acaso. Ojalá pudiese permitirse una privada, pero tal como estaban las cosas, eso no lo veía posible. Ni devolviendo el tiempo había conseguido hacerse rica, o a sus padres, a tiempo. Elvis tenía un trabajo modesto en Paradise, y Mary se ocupaba del hogar; no tenía una profesión. Lo que había conseguido acumular en su trabajo de fines de semana no alcanzaba sino para pagar, tal vez, unos pocos meses de manutención, nunca una matrícula en una universidad privada, como era su deseo.
¿Qué universidad elegiría Zack?, se preguntaba. ¿Se apegaría al plan del pasado yendo a Sacramento, o cambiarían en algo las cosas? Él ya estaba en su último año de secundaria. Pronto se iría. Sabía que, aunque los Galecki no eran ricos, sí que tenían más posibilidades. El padre de Zack y Damien era médico en el hospital, y Denise era enfermera. Por lo que sabía, ambos deseaban que sus hijos les siguieran los pasos en el mundo de la medicina, pero sólo Catherine lo había hecho. Zack, como ella, había preferido el mundo de los negocios, y Damien… Damien también, pero luego de graduarse a duras penas, no había hecho nada con su vida.
¿Cambiarían ahora las cosas? Damien ya no tendría una esposa a la que atormentar, podría acostarse con todas las mujeres que quisiera libre de culpas. Ya no estaría ella allí para recriminarle cada vez que lo hiciera, ni para reprocharle, y, por ende, sería más libre.
Suspiró al comprender que, a pesar de todo, a pesar de lo malo que había sido con ella, el odio que había sentido antes por él se había ido desvaneciendo. Verlo otra vez de niño le daba una nueva perspectiva de todo, y había conseguido afrontar sus propias culpas y responsabilidades en aquel fracaso.
Con todo lo que le sucedió, concluyó simplemente que nunca debieron juntarse, nunca debieron besarse siquiera. Aunque se pudo evitar lo peor devolviéndola a ella a sus dieciséis, al haber aterrizado en una fecha en la que ya se habían dado besos, él se creía con cierto derecho sobre ella.
Había eventos que no cambiarían por más que ella se esmerase, se recordó. Lo de la rifa de los mil dólares ya se lo había dejado muy claro; aunque se empeñara, los acontecimientos siempre se desarrollarían de la misma forma porque estos afectaban el destino de los demás, no sólo el suyo.
No era a eso a lo que la habían devuelto; no tenía permiso para cambiar el rumbo de la historia de la humanidad. No podría impedir que atacasen las torres gemelas por más que lo anunciara y previniera al país de ello, pero en su vida y sus decisiones personales sí que podría dar un giro de ciento ochenta grados.
Tal vez también pudiera ayudar a sus amigos. Estaba tratando de inculcarle a Bev un poco más de amor propio y defensa contra hombres aprovechados, y también a detectar relaciones tóxicas para terminarlas a tiempo. Tal vez pudiera salvarla de Lewis.
Le dolía que Zack se hubiese alejado tanto. Temía no poder ayudarlo contra Vivian.
No sabía si aquello que sentía cada vez que lo veía de lejos era añoranza. Después de la universidad, Zack y ella pocas veces estuvieron por mucho tiempo en la misma ciudad; la relación siempre se había llevado por teléfono o mensajes de texto, pero cuando coincidían, siempre se reunían para hablar y ponerse al día el uno en la vida del otro.
Sin embargo, saber que estaba allí, en Paradise, y no hablarle, no llamarlo, era raro, y le molestaba en cierta forma las barreras que él había puesto. Siempre él se había acercado para bromear o hacerle compañía, pero ahora era distante. Ni la miraba, y cuando ella se le acercaba, él encontraba algo que hacer, y siempre se alejaba.
Por otro lado, Damien seguía siendo un grano en el culo. No le importaba que tuviera otras noviecitas. Verlo en esa tónica era tan natural para ella que no le movía ya ninguna fibra, pero a cada momento la buscaba, la seguía, le enviaba mensajes incómodos y la verdad es que ya se estaba cansando.
Ella y su enorme boca. Declararse para terminarle, confesarle que siempre lo amaría para luego decirle que no iban a estar juntos… había sido la peor movida de su vida, de esta vida. En su creencia de que volvería pronto de nuevo a sus treinta y seis, no calculó el impacto que palabras así tendrían en una persona que era cuando menos, un ególatra.
Y lo era. Dios, viéndolo desde sus maduros ojos de una mujer de treinta y seis, Damien nunca cambió, nunca maduró. Se quedó en sus dieciséis eternamente.
A ella la vida la había arrasado, enseñándole a golpes que las cosas no son tan fáciles, que todo hay que lucharlo para conseguirlo. Él no. Él había mantenido esa filosofía de vida facilista y cómoda.
En cambio, Zack…
—No sabía que… trabajabas —le sonrió ella, gratamente sorprendida, al verlo de cajero en un nuevo restaurante del pueblo. Lo había visto desde afuera a través de los cristales al pasar. Afortunadamente, tenía unos cuantos dólares en su bolsillo, así que pudo entrar y hacer un pedido.
—Sí —contestó él, escueto—. Trabajo.