Las noches en la ciudad eran frías y llenas de ecos antiguos, como si el mismo viento susurrara los secretos que nadie debía conocer. Las luces doradas de los candelabros de la aristocracia reflejaban sobre los rostros perfeccionados por generaciones de privilegio, y todo parecía estar en su lugar, cuidadosamente ordenado.
Pero Adrián no podía dejar de pensar en aquella mirada. La forma en que los ojos de Izan Volkov se habían clavado en él, como si tratara de esconder su propio tormento detrás de una máscara de perfección. Algo no encajaba, y Adrián, quien rara vez se dejaba arrastrar por su curiosidad hacia alguien, encontró que esa sensación en su pecho no desaparecía.
Era una sensación incómoda, un dolor silente que lo picaba bajo la piel, un deseo extraño por desentrañar lo que se ocultaba detrás de la fachada de Izan. Él, quien hasta ese momento solo había conocido la fría indiferencia por el resto del mundo, sentía ahora una urgencia por entender al joven aristócrata, por conocer qué lo atormentaba.
—No es como los demás —pensó Adrián, mientras paseaba por los oscuros pasillos de su mansión, las paredes recubiertas de madera pulida y las alfombras suaves que amortiguaban sus pasos.
Las imágenes de aquella noche seguían jugando en su mente, repitiéndose como un eco que nunca cesaba. Izan era como una estrella en el cielo nocturno que deslumbraba a todos, pero él, como un extraño magnetismo, sentía que podía ver a través de la luz y tocar las sombras que se escondían en su alma.
Adrián, quien por tanto tiempo había sido indiferente a todo y a todos, comenzó a sentir una necesidad inexplicable. La búsqueda de una verdad oculta que ni siquiera sabía si deseaba descubrir. ¿Por qué? ¿Por qué había algo en Izan que lo había atrapado?
Nunca antes se había interesado por nadie más que por su hermana melliza, Evelyn, con quien compartía todo, desde pensamientos hasta los más oscuros deseos. Nunca había permitido que nadie más se colara en su mente, en su corazón. Pero Izan había entrado sin pedir permiso. Y ese pensamiento lo sacudió más que cualquier otra cosa.
Una semana después de la fiesta, Adrián empezó a indagar. No lo hacía por mera curiosidad, sino porque sentía que algo más grande lo estaba empujando. Se sentó en su escritorio, frente a su mesa de caoba, una lámpara encendida proyectando sombras inquietantes sobre los papeles.
Sus dedos recorrieron con rapidez los registros familiares de Izan Volkov. Su familia era tan poderosa que sus nombres se mencionaban a menudo en las altas esferas de la política, los negocios y las universidades. Un imperio construido sobre siglos de tradición, con poderosos vínculos que casi parecían inquebrantables.
Victor Volkov, el padre de Izan, era conocido como el hombre que había logrado consolidar una red de poder que controlaba muchas de las influencias en la ciudad. En cada círculo aristocrático, su nombre era sinónimo de respeto, incluso de temor. Había sido quien manipuló y moldeó el futuro de su familia con manos de hierro. Pero eso era lo superficial, lo que todo el mundo veía.
Adrián frunció el ceño, desconcertado por lo que estaba descubriendo. Lo que veían los demás no era lo que realmente importaba. La familia Volkov era famosa, sí, pero era tan perfecta como una escultura de mármol que oculta el pudrimiento en su interior. Era su poder lo que estaba destinado a reprimir. Pero, ¿y Izan? ¿Cómo se encajaba él en todo esto?
Izan era la imagen de la perfección, la joya brillante en la corona de la familia, pero al mismo tiempo, era su mayor prisionero. Las palabras, los murmullos, los susurros detrás de su espalda hablaban de su educación impecable, de su belleza perfecta, de su inteligencia asombrosa… pero nada de su alma, de su sufrimiento, de su verdadero ser.
La ansiedad creció en Adrián mientras leía más y más sobre Victor y sus logros. Pero nada decía sobre Izan. Nada sobre lo que él sentía.
—El poder no siempre puede esconder la verdad. —murmuró Adrián, y la frase, que no sabía de dónde había salido, se quedó resonando en el aire.
Su mente comenzó a despejarse, y una idea se fue formando. Si Izan estaba atrapado en su propia familia, si su vida estaba siendo gobernada por su padre con un control que ni siquiera los demás entendían, entonces Adrián debía averiguar lo que había detrás de su control. ¿Qué era lo que realmente lo aprisionaba?
No era solo el poder, no eran solo los papeles de familia, no era solo el dinero. Era algo mucho más profundo.
Adrián cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo de sus pensamientos. Podía ver a Izan, no a través de sus ojos, sino en su alma, en lo que su alma mostraba: una lucha constante, una rebelión que no podía ser escuchada.
Su corazón palpitaba con una intensidad que nunca había sentido antes. Izan no era solo una figura deslumbrante en una fiesta. No era solo un cuerpo perfecto. No era solo un nombre que se pronunciaba entre risas elegantes.
Izan Volkov era la contradicción misma. Era el dolor que se oculta tras la apariencia, la agonía que se ahoga tras la máscara de la perfección. La vida le había dado una prisión dorada, y el anillo, la cadena invisible que se apretaba más fuerte con cada intento de escapar.
Adrián no podía dejar de pensar en esa imagen, en ese rostro tan bello, tan atormentado. En esos ojos. La forma en que su mirada, tan vacía como si estuviera muerta por dentro, había titilado por un segundo, reflejando una chispa de algo más, de algo que Adrián no podía entender, pero que deseaba conocer. Esa conexión, esa inquietante conexión que lo había alcanzado, lo había marcado, lo había cautivado. ¿Qué demonios le sucedía?
Se levantó de su escritorio, sintiendo un peso extraño en su pecho, como si de repente, todo el aire le faltara. Y fue entonces cuando entendió lo que no había querido reconocer: su corazón estaba atrapado, ya no era solo la curiosidad.