El castillo Volkov estaba envuelto en una quietud ominosa esa noche. El viento, que solía arrastrarse por las torres de piedra como una melodía incesante, parecía haber detenido su curso. La mansión, como un monstruo dormido, respiraba en el silencio, atrapada entre las sombras de los recuerdos y las promesas incumplidas. Todo estaba listo para el cambio. La oscuridad que había estado al acecho durante tanto tiempo comenzaba a tomar forma.
Izan Volkov ya no estaba. O al menos, el Izan que alguna vez fue había dejado de existir. El poder del anillo de obediencia, ese artefacto maldito que su propio padre le había colocado, lo había consumido por completo. La luz de su alma se apagó lentamente, como una vela que se va extinguiendo, y lo que quedó en su lugar era una cáscara vacía, una sombra oscura que controlaba su cuerpo, sus pensamientos, y sus deseos.
La magia del anillo lo había reducido a un espectro, una versión distorsionada de sí mismo, una fuerza que ni él mismo podía reconocer. El alma de Izan estaba atrapada en una jaula oscura dentro de su propio ser, sin poder escapar, sin poder liberar ni un solo grito de desesperación. Y la oscuridad que lo había consumido ahora gobernaba todo.
Izan comenzó a caminar sin rumbo, sus pasos pesados y lentos, casi mecánicos. La luz en sus ojos había desaparecido por completo, dejándolos vacíos y fríos, como dos pozos negros donde se perdían las esperanzas. Cada vez que intentaba recordar quién era, cada vez que intentaba aferrarse a la fragancia del amor que una vez había conocido, el anillo lo atacaba, lo aprisionaba más profundamente en su propio ser.
Lo peor era que ahora, lo que quedaba de Izan no solo deseaba ser liberado, sino que quería destruirlo todo. La oscuridad lo había transformado en una bestia de furia, en alguien que solo veía destrucción a su alrededor. El odio hacia su padre, Víctor Volkov, creció a niveles que nunca antes había conocido. Ahora, Víctor ya no era solo su padre; era su carcelero, el hombre que lo había condenado a vivir como un prisionero en su propio cuerpo.
Pero no solo Víctor Volkov era un objetivo. La magia oscura que gobernaba su ser también lo había vuelto contra Adrián, su verdadero amor. Lo miraba con ojos vacíos, como si Adrián fuera la causa de su sufrimiento, cuando, en realidad, Adrián era la única esperanza de liberación. Lo peor era que Izan no podía evitarlo. El control del anillo era absoluto. La luz de su amor por Adrián se desvaneció, reemplazada por una oscuridad insaciable, una necesidad de acabar con todo lo que alguna vez amó.
De repente, Izan se giró bruscamente, mirando a Laziel, su hermano menor. El odio que sentía por él también comenzó a crecer, aunque no entendía por qué. Laziel, que había sido testigo de la transformación de su hermano, miraba con angustia y desesperación cómo la oscuridad se apoderaba de Izan.
Quiso gritar, quiso hacer algo, pero sabía que nada que dijera llegaría a su hermano. Nada podía detener la furia que ahora lo controlaba. En ese momento, Adrián irrumpió en la habitación, con el corazón acelerado.
- ¡Izan!
Su voz era un grito desesperado, pero cuando Izan lo miró, ya no había amor en esos ojos. Solo había vacío, solo había destrucción.
- ¿Por qué haces esto? - preguntó Adrián, su voz quebrada por el dolor - ¡No eres así! ¡Izan, no lo eres!
Pero la respuesta de Izan fue una risa fría, vacía, como si todo lo que había sido Izan se hubiera desvanecido. La magia oscura del anillo lo había corrompido completamente.
- Lo soy ahora - dijo Izan, su voz carente de cualquier emoción, - Y lo seré hasta el final. Todo lo que una vez amé ahora no tiene sentido para mí. Y lo que más odié... lo destruiré.
Adrián se desplomó de rodillas, incapaz de moverse. Sabía que estaba perdiendo a Izan, el hombre al que amaba. La desesperación lo envolvía, y aunque su magia blanca era poderosa, no era suficiente para luchar contra la maldad que el anillo había desatado en él.
En ese instante, Laziel dio un paso hacia Izan, el corazón lleno de un dolor que lo desbordaba. Sabía que no podía dejar que su hermano cayera más profundamente en la oscuridad. No podía seguir mirando como todo lo que amaba se desmoronaba a su alrededor.
- No vas a perderlo, - susurró Laziel, con lágrimas en los ojos. - Aún podemos salvarlo.
Pero Adrián no tenía esperanzas. Sabía que el sacrificio necesario era demasiado grande, y que el anillo había ganado. Izan ya no podía ser salvado, al menos no sin destruirse a sí mismo en el proceso.
El día siguiente llegó con una tormenta de emociones. Víctor Volkov había dejado claro que su control sobre Izan era absoluto, pero lo que Adrián y Laziel no sabían era que la resistencia estaba comenzando a hacer mella. Los dos, decididos a ponerle fin a todo el sufrimiento, idearon un plan que los pondría cara a cara con el tirano que había destruido tantas vidas.
La primera etapa del plan fue desenmascarar a Víctor Volkov, a exponerlo frente a la aristocracia, desvelando las atrocidades que había cometido. El castillo Volkov se convirtió en el escenario de la caída del patriarca, y la verdad comenzó a revelarse.
En un evento social organizado por los mismos nobles que alguna vez habían sido sus aliados, Adrián y Laziel se levantaron en medio de una fiesta llena de lujos, en un salón dorado donde los poderosos de la ciudad se congregaban para celebrar sus triunfos.
La verdad comenzó a salir a la luz, desvelando las acciones de Víctor Volkov, el hombre que había esclavizado a su propio hijo, que había manejado a todos con una fuerza cruel e implacable.
Con las pruebas que Adrián había recolectado, las palabras de Laziel fueron claras y definitivas:
- Víctor Volkov no es solo un corrupto. Es un monstruo.
El ambiente cambió de inmediato, y en menos de lo que Adrián y Laziel podrían haber imaginado, Víctor fue arrestado y llevado ante la corte. La aristocracia, los mismos nobles que le habían otorgado poder, lo abandonaron por completo.