Me desperté hace una hora, son apenas las ocho de la mañana y no he hecho más que verla dormir. He tenido tiempo suficiente para preguntarme si lo que estoy haciendo es una locura o si debería seguir a mi corazón. Y mi corazón lo tiene muy claro, la quiero a ella. Con todo lo que implique, con todos los obstáculos, con todos los miedos y con todas las esperanzas. Sólo la quiero a ella.
Con mi índice detallo cada parte de su perfecto rostro. Su piel es tan suave, incluso se ve más joven dormida. Eso hace que me sienta un poco mal. En perspectiva ocho años son nada. Lo sé, lo entiendo, pero mi parte pesimista dice que le estoy quitando mucho al aceptar esto. Alguien de su edad, alguien que tenga gustos afines, alguien que pueda cuidarla, que la quiera.
—Esa soy yo, maldita sea —gruñó y por un momento temo que mis personalidades múltiples hagan acto de presencia. Me tapo la boca para evitar reírme.
Isabella se mueve un poco, pero sigue durmiendo. Dejo un beso sobre su frente antes de brincar fuera de la cama. Voy al baño antes de dirigirme a la cocina a preparar algo de desayunar. Su refrigerador está semi vacío, cuando cierro la puerta veo una nota; “Atraso de dos meses” veo el nombre y la considerable cantidad que se pide para cuidarlo al mes. Me asomo a la ventana, veo un pequeño market, tomo mi cartera y voy para allá. Cuidando dejar la puerta ligeramente abierta para entrar de nuevo.
Me toma unos cuantos minutos elegir qué comprar. Regreso a casa y con alivio confirmo que Isabella sigue profundamente dormida. Me toma muy poco hacer un desayuno decente; estoy por terminar cuando escucho unos perezosos pasos detrás de mí, en segundos unas delicadas manos se aferran a mi cadera.
—Buenos días, guapa —su cara se esconde en mi cuello. Tomo sus manos para que no se aleje de mí.
—Buenos días, bella durmiente —como en casa, me reclino hacia su cuerpo—. ¿Descansaste bien?
—De maravilla. Muero de hambre.
—Justo a tiempo. Estoy buscando las instrucciones para el té que me preparaste ayer.
—Lo prepararé yo —deja un beso sobre mi cabello antes de soltarse. Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo cuando su calor desaparece.
Unos cuantos minutos después estamos alegremente desayunando; se ve descansada, un poco más tranquila que ayer. No hay necesidad de esconder las miradas o lo que estamos sintiendo, descaradamente nos quedamos viendo unos instantes. Sus preciosos ojos me ven con ternura, sé que son un reflejo de los míos. Estoy completamente cautivada por ella. Sin pensarlo llevo mi mano a su rostro.
—¿Estás segura? —no dice nada por varios segundos, simplemente me ve.
—Totalmente —le sonrío.
—También yo —aseguro; su sonrisa se hace más grande. Mi teléfono irrumpe el momento—. Esa debe ser mi madre, es hora de ir por Nina.
—¿Puedo ir?
—Tengo algunos mandados que hacer después de ir por ella y me gustaría que descansaras más —su rostro no esconde la decepción—. Pero puedes acompañarnos a la cena y quizá pintar un poco. Mañana hay escuela.
—Me encantaría mucho eso.
—Arreglado —me pongo de pie con la intención de levantar los platos. Su mano me detiene.
—Yo lo hago, ve por tu hija —asiento. Voy por mis cosas y le envío un mensaje a mi madre para que pase por mí. Cuando regreso a la cocina ella sigue plácidamente sentada.
—Mi madre pasará por mí, te veo más tarde —lo pienso un poco antes de dejar un prolongado beso sobre su cabeza.
—Hasta más tarde —no dejo que se levante.
—Sé dónde está la puerta, ve a descansar —sonríe débilmente. Me contoneo un poco más de lo normal porque sé que me está viendo.
Mamá llega muy rápido, casi creo que estaba cerca de aquí. Veo con una enorme sonrisa a mi hija que me ve desde el asiento trasero.
—Buen día, muffin —me inclino para dejar un beso en la mejilla de mi madre—. Buen día, mamá.
—¿Es la casa de quién creo que es?
—Hablaremos de esto en otro momento —susurro.
—¿De quién es la casa? —pregunta mi hija.
—De una amiga, mi amor.
—¿Segura de lo que estás haciendo?
—Ha pasado mucho tiempo desde que me sentí así —explico en francés a mi madre. Mis abuelos nacieron en Francia, ella misma vivió hasta su adolescencia ahí y me enseñó el idioma desde muy que nací—. Me siento viva y feliz.