Apenas pasan de las seis de la mañana cuando abro los ojos; esto de dormir con ella me está gustando mucho. No me queda más que admirar lo preciosa que es; aún no creo que esta chica esté apostando por mí. Cierro los ojos y la abrazo fuertemente deseando que el momento sea eterno, aunque sé que el encanto debe acabar antes de que Nina despierte.
—¿Isabella? —dejo un beso sobre su cabello— Hora de despertarse.
—Estoy muy cómoda —replica con voz ronca.
—Alguien va a despertarse pronto y nos encontrará así —levanta la cara, me sonríe quedito antes de sentarse.
—¿Dormiste bien?
—Mucho. ¿Y tú?
—De maravilla —llevo mi mano a su mejilla.
—Nunca había sentido esta… —mi pulgar juega con su suave piel mientras evito terminar la frase.
—Si me sigues viendo así, no me iré a ningún lado —aprieta mi mano con la de ella.
—Espero que entiendas que Nina no… —su índice se pega a mis labios.
—Me fascina tu feroz instinto; sé que la estás protegiendo. El tiempo me dará la razón.
—¿De qué?
—Que no eres un capricho —me acerco para besarla, se echa para atrás.
—Aliento mañanero.
—Besé tus mocos ayer, no podemos ir más abajo que eso —dejo un suave beso en sus sonrientes labios.
—Te veré más tarde —le cuesta un poco ponerse de pie, pero es porque no quiere marcharse.
—Llevo pasta para el desayuno —anuncio mientras caminamos a la puerta.
—Apenas somos esto —gesticula entre nosotras— y ya me quieres engordar —me encojo de hombros.
—Todas tenemos nuestras tácticas —se acerca para dejar un prolongado beso en mi mejilla. Se queda ahí reclinada por unos segundos.
—Te quiero, Emma —mis manos se aferrar a su cuello.
—También te quiero —se separa y me sonríe.
—Dale un beso de mi parte a mi preciosa y esto es para ti —besa rápidamente mis labios—. Hasta en un rato —se vira para ir por las escaleras. Me quedo embelesada viendo su perfecta figura caminar.
Siento mi pecho hincharse cuando regreso al sofá. Es más que obvio que ambas dormimos asquerosamente mal. Es tan incómodo, apenas y puedo mover el cuello, pero valió la pena el poder sostenerla toda la noche. Eso me da una idea, debo despertar a Nina lo más pronto posible y avisar que llegaré un poco tarde al trabajo.
Voy de la mano con mi pequeña hija, en la otra mi bolso con el desayuno; sigue en su trabajo de deletreo; evito meterme a corregirla, ella realmente lo está intentando. Sonrío. Sé que no lo estoy haciendo tan mal.
—Tu padre se llamaba Maximus. De cariño le decíamos Max.
—¿Me quería?
—Te amaba más que a la vida misma —trago—. Cuando estabas en mi panza, solía pasar mucho tiempo hablándote, contándote historias o simplemente diciéndote cómo había ido su día.
—¿Era alto?
—Bastante —levanto una ceja—, ¿por qué la pregunta?
—Porque me gustaría ser alta y tú no lo eres —me echo a reír.
—Papi se parece mucho a tío Nate, es casi como una copia de él.
—¿Eso lo hace mi papi?
—Tío Nate te cuidó como si fueras su hija desde que papá se fue. Depende de ti si quieres que sea tu papi —sigue caminando, pero la noto pensativa.
—No, yo quiero un papi sólo para mí y para ti.
—¿Para mí?
—Sí, veo a las mamis del colegio con un papi que las hace felices —amo lo detallista que es.
—Puede que encontremos eso —o quizá otra mami, digo para mí misma.
Llegamos con buen tiempo a la única tienda de muebles de la ciudad. Es pequeña, tiene lo básico y para todos los gustos. Nina hace muecas raras al ver el lugar en el que estamos.
—¿Qué hacemos aquí?
—Necesitamos un sofá nuevo.
—El que tenemos en casa es casi nuevo.