Animaladas

Capítulo 7: El Deshuesadero

 

 

Arranca Ulises Miranda

 

 

Las estrellas titilaban en el cielo oscuro al ritmo de la música que ya se escuchaba en la lejanía, el viento helado golpeaba mi rostro y algunos copos de nieve se enredaban entre mi cabellera que se mecía. El ascenso por la pendiente de la colina hacía que cada vez hiciera más frío dentro del auto.

     «Ahora mismo estaría en mi cama tomando un buen chocolate caliente en vez de estar castañeando los dientes en mitad de la nada», pensé, pero una invitación de Lady Lyla a sus lujosas fiestas no se recibía todos los días; de hecho, nunca había recibido ninguna invitación formal de los reyes eméritos de Villa Bigotes, en parte porque no se pueden enviar cartas a otras realidades alternativas; y había sido una suerte que estuviera en Animalia justo cuando la realeza me envió aquella invitación.

     Después de avanzar un poco más, al fin, un cono iluminado por varios faros comenzó a verse en la cumbre de aquella colina y, conforme avanzaba, veía cada vez más la parte restante de la mansión que esa noche fungía como la anfitriona de la opulenta celebración. Pude apreciar que varios autos grandes se estacionaban frente a las puertas y descendían dinosaurios y jirafas con esmoquin y pajarita (sí, desde esa distancia veía todo eso). Cocodrilos ejercían el papel de guardias de seguridad y checaban los bolsos de todos los que ingresaban a la mansión.

Tenía curiosidad por saber cómo checarían debajo de los sombreros de las jirafas, pues a tal altura, era imposible para los pobres cocodrilos, pero justo en ese momento escuché un silbido que provenía del lado izquierdo de mi auto y que me sacó de mis pensamientos. Volteé inmediatamente, pero no vi nada, hasta que una voz me hizo dar cuenta de que tenía que ver un poco más abajo.

     —¡Eh, tú! Fíjate por dónde vas, grandullón. —Si bien, la voz me causó cierta gracia, pues era aguda pero muy gruñona, al ver a mi colérico peleador, me causó todavía más.

     Un pequeño ratoncito con una bufanda roja y un sombrero de copa iba manejando un mini convertible al que aparentemente había olvidado montarle el techo. La nieve tenía cubiertos los asientos y gran parte de su ropa. Los bigotes le temblaban y aunque intentaba disimularlo, sus pequeños dientes le castañeaban (sí, desde mi distancia, podía ver todo eso).

     Sus cachetes regordetes se inflaron y, tras lanzarme una mirada asesina, aceleró y se perdió entre el viento y la nieve. En ese momento me percaté de la diminuta carretera que había al lado de donde yo conducía y pude observar que otros autos en mini avanzaban lentamente por el camino de dos carriles hacia la fiesta.

     «Menudo problema en el que casi me meto».

 

 

 

*********************

 

 

     La mansión estaba resguardada por más cocodrilos de los que había alcanzado a ver en la lejanía. Cuando me detuve en la puerta y bajé de mi vehículo, reconocí de inmediato al guardia que me recibiría: Nelson.

     —¡Pero mira qué sorpresa! Si es don «No-soy-de-este-mundo». —No, no me gustó su tono sarcástico.

     —Hola Nelson, qué bien que me recuerdes.

     —Vamos, si las veces que te he visto ha sido para echarte de eventos privados de donde no fuiste invitado, claro que te recuerdo.

     —Solo fue una vez, y fue porque tenía que hablar con Funesto. Además, gracias a mí el rey Husk no se atragantó con aquella gomita y hoy está aquí recibiendo a sus invitados de Villa Bigotes.

     Nelson me miró con recelo y luego asintió.

     —Supongo que por eso estás hoy aquí, ahora eres amigo de los reyes.

     —Creo que, si alguien salva tu vida, lo haces tu amigo. —Ambos reímos.

     Me dejó pasar. Dentro, la fiesta era un infierno, en especial para todos los ratones, pues los elefantes y los rinocerontes habían tomado el control de la pista y del equipo del DJ. La música estaba a tope, y el suelo tremaba al ritmo. Los ratoncitos se cubrían las orejitas y corrían sin sentido buscando a alguien que detuviera el escándalo.

    Los retumbos hacían que se elevaran y volvieran a caer al piso. Me hubiera sentido mal por ellos de no ser porque la mayoría reían mientras corrían. Agradecí que no estuvieran aterrados de verdad, pues yo, siendo humano, no hubiera podido ni acercarme a esos enormes elefantes y rinocerontes sin recibir trompazos.

     Estos enormes amigos brincaban, reían y se movían al ritmo de la música. La pista de baile se hundía poco a poco mientras algunos rinos daban volteretas y retaban a los elefantes a hacerlo mejor que ellos. Un rinoceronte de aspecto fortachón (más que los otros) se acomodó sus lentes oscuros y desde el panel del DJ miró a todos con una sonrisa retadora, bajó el volumen y solo en ese momento los ratones tuvieron un momento de tranquilidad. Mentiría si dijera que la gran mayoría no huyeron aprovechando la calma y buscaron las puertas más cercanas para irse a otra parte de la mansión. El rinoceronte fortachón tomó el micrófono con sus gigantescas manos y comenzó a hablar con un tono muy grave de voz.



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En el texto hay: fantasia, reinos, animales

Editado: 03.09.2023

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