Arranca Baltazar Ruiz
Los tres únicos ratones becados en la academia de magia gatuna eran, por decirlo de alguna manera, una especie de experimento social. Las élites no consentían que seres que no fueran felinos se presentaran a los exámenes de admisión, mucho menos que fueran asignados a alguna de las tres casas de hechicería. Era tan normal que se remontaba a tiempos lejanos en la historia, algo que no eran más que prejuicios infundados. Los pequeños roedores lo sabían y tenían una obligación moral de probar que merecían estar ahí, como cualquier otro alumno.
—¿Escucharon el rumor? —interrumpió Luis de repente—. Hay un profesor que quiere dejar entrar a la escuela a cualquiera que pase el examen sin excepción.
Los otros dos ratones dejaron de masticar las golosinas que tenían en la boca, estaban impactados y un movimiento en falso provocaría un atragantamiento. Después de deglutir con cuidado, Alonso y José se llevaron a su amigo casi a rastras hacia un lugar apartado.
—No puedes andar por ahí diciendo esas cosas, creo que uno de los gatos de tercero te escuchó —reprendió Alonso—, ¿podrías tener más cuidado?
—Déjalo, Luis, solo quería mantenernos informados, por algo tiene las orejas más grandes de los tres —dijo José con un tono burlón.
—¿Por qué siempre metes mis orejas en las conversaciones? Eres un fastidio. En fin, el tema parece serio, el profesor Albert presentó una petición formal, la corte del Rey está inmiscuida en esto. Me da mala espina, cuando hay intereses políticos las cosas pueden tornarse peligrosas. No sabemos lo que nos espera, tenemos que...
El pequeño Luis siguió hablando en un monólogo sin parar por otros cuatro minutos, sin que ninguno de los ratones presentes pudiera evitarlo. Al detenerse para tomar aire, se arrojaron sobre él para cerrarle la boca amarrándola con sus propios bigotes.
—Lo siento, amigo mío, pero cuando empiezas a parlotear no podemos pararte si no es usando la fuerza. Debería estudiar un hechizo para ello.
—Ni que lo digas... Alfonso, ¿piensas que Albert esté haciendo lo correcto? Los demás alumnos dejaron de molestarnos porque él pasa vigilante, pero...
—No lo sé, no lo sé. ¿Ya estás más tranquilo?
Luis contestó con la cabeza, José lo desató de inmediato.
—No quiero pelear con ustedes en este momento, sin embargo, déjenme advertirles que, si vuelven a usar mis bigotes, juro que los convertiré en sapos a ambos.
—Lo siento.
—Yo también, aunque te lo tenías ganado.
Al decir esto, José se alejó por si Luis intentaba jalarle las orejas, con lo que pudo ver por el corredor que iba hacia el comedor, que el profesor Albert se dirigía acompañado de un escolar de último año, uno de los más cercanos a graduarse de la escuela para convertirse en magos reconocidos por el gremio.
—¿No es raro que un escolar acompañe a un profesor de primer curso? —inquirió José—, creo que si los seguimos obtendremos respuestas.
—Solo quieres un motivo para saltarte la próxima clase. José, ¿le hacemos caso a este cabeza de nuez y seguimos al profesor?
El pequeño ratón lo pensó unos segundos, la curiosidad lo atormentaba.
—Veamos qué pasa, ¡andando!
Responde Víctor Fernández García
En la lustrosa Akademia, nadie, ni siquiera la propia directora, podía saltarse ciertas normas relativas al protocolo.
Eso era algo que valía para cualquiera de las múltiples facultades.
Había que llevar gorro de bruja.
Ya fueses lagartija, dragón, jirafa, ratón o conejo.
—¡No me caben ni la mitad de las orejas!
La maldición del conejo fue pronunciada de forma tan sonora que ecos vagos fueron devueltos desde cada una de las lejanas esquinas del larguísimo pasillo.
Se encontraban en la Facultad Felina Magigato de Magia e Intereses Arkanos Universitarios. La FFMIAU, como se la conocía a título popular, era puntera en reputación, aunque también en exigencia.
También en elitismo selectivo.
—¿Qué diantres miran esos gatos? ¡Pasmaos, poneos a estudiar o algo! —bramó el conejo en cuanto se percató de que estaba siendo analizado, con más desprecio que curiosidad, por un grupo de alumnos de tercer curso.