La aparición de Jack me había dejado conmocionada, aturdida y vacía. Salvador, al notar mi estado, me instó a hablar, y le conté todo. La expresión de su rostro al enterarse del abrazo de mi ex prometido fue difícil de soportar, pero le juré que no había pasado nada, que Jack ya no significaba nada para mí, y que nuestra vida juntos podía seguir adelante. Salvador no me creyó del todo, pero me dio otra oportunidad. A pesar de mi deseo de que todo volviera a la normalidad anterior a la reaparición de Jack, no podía negar que su abrazo había reavivado emociones olvidadas, emociones que solo él despertaba en mí.
Intenté retomar mi vida normal durante unos días, hasta que, al salir del trabajo, lo vi de nuevo. Deseé desaparecer, trasladarme a otro planeta, cualquier cosa menos enfrentarlo, pero, obviamente, era un deseo irrealizable. Decidí hablar con él. Le expliqué que mi vida había cambiado, que ya no era la misma Ana que él conocía, y que mi relación con Salvador era sincera y profunda. Le rogué que se alejara, que me facilitara las cosas, para evitar más problemas. Pero él se resistió, explicándome que su relación con aquella mujer rubia era una artimaña para apaciguar a su madre, quien lo acosaba con preguntas sobre mí. Había conseguido una novia ficticia; durante el día paseaban juntos para aparentar, pero al atardecer cada uno seguía su propio camino. Su confesión me dejó sin aliento. Solo pude susurrar que era la mejor decisión que había tomado.
El aroma a jazmín nocturno se mezclaba con la fragancia amaderada y cítrica de su colonia, un perfume que siempre me había gustado. Sus dedos, cálidos y ligeramente ásperos, rozaron mi mejilla mientras se acercaba. Sentí su aliento suave en mi oído antes de que susurrara su confesión, una voz ronca y baja que resonó profundamente en mi pecho. Sus ojos oscuros y profundos me cautivaron; en su mirada leí arrepentimiento, anhelo, un amor que parecía arder con la misma intensidad de siempre. El beso comenzó suave, un roce casi imperceptible, pero luego se intensificó, cálido y húmedo, una oleada de sensaciones que me dejaron sin aliento. El sabor de sus labios, junto al aroma a jazmín, creó un recuerdo imborrable. Sentí el latido frenético de su corazón contra el mío, un ritmo que se fundía con el mío, creando una sola melodía palpitante.
Tras el beso, le dije que era imposible seguir así, a escondidas, besándonos en callejones como adolescentes. Le pedí que se alejara, que no quería hacer sufrir a Salvador. Pero mis palabras parecían no llegarle; solo sus besos calmaban el dolor que me consumía. Finalmente, me alejé. Él me pidió que nos viéramos de nuevo la noche siguiente, que me esperaría en el mismo lugar.