Después del emotivo reencuentro entre Ana y su padre, la casa se llenó de una calma serena. Frank, agradecido por tener nuevamente a su hija a su lado, quiso compartir ese momento con quienes también habían sufrido la ausencia de los jóvenes. Por eso, propuso que al día siguiente viajaran juntos a visitar a la familia de Jack.
Ana aceptó con entusiasmo; sentía curiosidad y cierta emoción por conocer más profundamente a la familia de aquel hombre que le había devuelto la esperanza. Jack, por su parte, se mostraba feliz pero también ansioso: en el fondo sabía que esa visita sería el escenario perfecto para dar un paso que llevaba tiempo guardado en su corazón.
Ana, Jack y Frank llegaron a la finca de la familia de Jack al caer la tarde. El lugar estaba iluminado con faroles que daban un aire cálido y acogedor. La madre de Jack salió a recibirlos con los brazos abiertos, rodeando a su hijo en un abrazo que parecía sanar ausencias. Luego saludó a Ana con ternura y a Frank con respeto, invitándolos a entrar.
La cena fue abundante, llena de risas y recuerdos. La familia celebraba el reencuentro, y por primera vez en mucho tiempo todos parecían compartir una misma paz. Jazmín correteaba bajo la mesa, arrancando sonrisas cómplices de Ana y Jack.
Al finalizar, Jack tomó la mano de Ana y la condujo al jardín. El cielo estaba despejado y las estrellas brillaban como pequeñas joyas sobre la oscuridad. Ana lo miraba fascinada, pero al girar el rostro notó que Jack estaba más serio que de costumbre.
—Ana… —susurró, deteniéndose bajo un rosal—. Hay algo que necesito decirte.
Ella lo observó con dulzura, esperando.
Jack respiró profundo.
—Cuando estuviste lejos de mí, mi vida se volvió un caos. Fueron meses de turbulencia, de noches interminables en las que no sabía qué hacer ni a dónde ir. Me levantaba con la esperanza de que estuvieras bien, y me dormía con el vacío de no tenerte. Intenté ocuparme con viajes, con el trabajo, con cualquier cosa que calmara la angustia… pero nada funcionaba. Porque la verdad, Ana, es que mi vida no tiene sentido sin ti.
Su voz se quebró, pero continuó:
—Te extrañé con cada fibra de mi ser. Y ahora que estás aquí, ahora que el destino nos concede esta segunda oportunidad, sé con certeza que no quiero volver a perderte. Tú eres mi hogar, mi paz y mi destino.
Ana sintió que las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Entonces Jack se arrodilló frente a ella. Sacó un pequeño estuche de terciopelo de su bolsillo, lo abrió y dejó al descubierto un anillo que brillaba bajo la luz de la luna.
—Ana… ¿quieres casarte conmigo?
Ana llevó las manos a su boca, incapaz de contener un sollozo de alegría.
—Sí, Jack… sí, con todo mi corazón.
Se inclinó y lo abrazó con fuerza, mientras él la rodeaba con sus brazos y Jazmín daba vueltas a su alrededor, como si también celebrara aquel instante.
Desde la galería, la madre de Jack, Frank y algunos familiares los observaban en silencio, conmovidos. Frank, con los ojos húmedos, murmuró para sí mismo:
—Mi niña dorada por fin encontró su destino.
La noche quedó sellada con un beso profundo bajo el cielo estrellado, un juramento silencioso de amor eterno.