El sol del mediodía bañaba la pequeña habitación de Salvador cuando el mensajero le entregó la carta. Reconoció la delicada caligrafía de Ana al instante; su corazón latió con fuerza, lleno de esperanza.
Con manos ansiosas rompió el sello y comenzó a leer. A medida que avanzaba, su expresión se transformaba. La ilusión en sus ojos se apagó lentamente, reemplazada por una profunda tristeza.
Se sentó en el borde de la cama, la carta temblando en sus manos. La releyó una y otra vez, como si buscara entre las palabras algún resquicio, una señal de que todavía había esperanza. Pero no la había.
—Un bonito recuerdo… —murmuró con amargura, apretando los ojos para contener las lágrimas—. Para ella fue solo eso… un recuerdo.
Dejó la carta a un lado y cubrió su rostro con las manos. Durante largo rato permaneció así, luchando con la desesperanza que lo invadía. Comprendió que Ana había tomado su decisión, y que nada podría cambiarla. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, seguía latiendo ese amor imposible, condenado a quedarse en silencio.
Esa misma tarde, en la casa de los padres de Jack, Ana buscó un momento a solas con Frank. Lo encontró en la biblioteca, hojeando un libro de tapas gastadas.
—Padre, ¿puedo hablar con usted? —preguntó con voz suave.
Frank levantó la mirada, percibiendo la seriedad en el rostro de su hija. Cerró el libro y asintió.
Ana se sentó a su lado y respiró hondo.
—Hoy he escrito a Salvador. Me pidió que le diera una última oportunidad… pero le dejé en claro que lo nuestro pertenece al pasado.
Frank la miró fijamente, sin decir palabra. Ana continuó, con firmeza en la voz:
—Sé que en aquel tiempo de separación me aferré a él como un consuelo, pero nunca fue amor verdadero. Hoy lo entiendo. Lo que siento por Jack es diferente… es profundo, es real.
Los ojos de Frank se suavizaron. Puso su mano sobre la de su hija.
—Me alegra escucharlo de ti, Ana. Temía que esa sombra pudiera aparecer en el momento menos esperado. Pero si lo has dejado atrás, entonces tu corazón está libre para tu futuro.
Ana sonrió con dulzura.
—Sí, padre. Estoy lista. Lista para casarme con Jack y empezar mi vida a su lado.
Frank la abrazó con fuerza, y por primera vez desde mucho tiempo, Ana sintió que todo estaba en orden. Que su pasado había quedado atrás, y que su camino hacia el altar se abría limpio y brillante frente a ella.
Cerrar puertas, abrir caminos
El sol del mediodía bañaba la pequeña habitación de Salvador cuando el mensajero le entregó la carta. Reconoció la delicada caligrafía de Ana al instante; su corazón latió con fuerza, lleno de esperanza.
Con manos ansiosas rompió el sello y comenzó a leer. A medida que avanzaba, su expresión se transformaba. La ilusión en sus ojos se apagó lentamente, reemplazada por una profunda tristeza.
Se sentó en el borde de la cama, la carta temblando en sus manos. La releyó una y otra vez, como si buscara entre las palabras algún resquicio, una señal de que todavía había esperanza. Pero no la había.
—Un bonito recuerdo… —murmuró con amargura, apretando los ojos para contener las lágrimas—. Para ella fue solo eso… un recuerdo.
Dejó la carta a un lado y cubrió su rostro con las manos. Durante largo rato permaneció así, luchando con la desesperanza que lo invadía. Comprendió que Ana había tomado su decisión, y que nada podría cambiarla. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, seguía latiendo ese amor imposible, condenado a quedarse en silencio.
Esa misma tarde, en la casa de los padres de Jack, Ana buscó un momento a solas con Frank. Lo encontró en la biblioteca, hojeando un libro de tapas gastadas.
—Padre, ¿puedo hablar con usted? —preguntó con voz suave.
Frank levantó la mirada, percibiendo la seriedad en el rostro de su hija. Cerró el libro y asintió.
Ana se sentó a su lado y respiró hondo.
—Hoy he escrito a Salvador. Me pidió que le diera una última oportunidad… pero le dejé en claro que lo nuestro pertenece al pasado.
Frank la miró fijamente, sin decir palabra. Ana continuó, con firmeza en la voz:
—Sé que en aquel tiempo de separación me aferré a él como un consuelo, pero nunca fue amor verdadero. Hoy lo entiendo. Lo que siento por Jack es diferente… es profundo, es real.
Los ojos de Frank se suavizaron. Puso su mano sobre la de su hija.
—Me alegra escucharlo de ti, Ana. Temía que esa sombra pudiera aparecer en el momento menos esperado. Pero si lo has dejado atrás, entonces tu corazón está libre para tu futuro.
Ana sonrió con dulzura.
—Sí, padre. Estoy lista. Lista para casarme con Jack y empezar mi vida a su lado.
Frank la abrazó con fuerza, y por primera vez desde mucho tiempo, Ana sintió que todo estaba en orden. Que su pasado había quedado atrás, y que su camino hacia el altar se abría limpio y brillante frente a ella.