Anita

Capitulo 39. Las Voces Del Pueblo

Los días que siguieron al compromiso fueron un torbellino suave de emociones. La casa de la familia de Jack parecía respirar alegría; había risas, miradas cómplices y ese brillo especial que solo aparece cuando un futuro comienza a tomar forma.

La noticia del compromiso no tardó en llegar al pueblo. No pasó ni un amanecer antes de que los vecinos comenzaran a comentar, primero en susurros y luego con entusiasmo abierto, que Ana y Jack finalmente unirían sus vidas. Algunos se acercaban a felicitarlos en la calle, otros enviaban pequeños obsequios o buenos deseos escritos en papeles perfumados.

Ana, aunque feliz, empezó a sentir el peso de tantas miradas. Caminaba entre la gente con una sonrisa tímida, tratando de disimular la creciente ansiedad que se escondía detrás de sus ojos. A cada pregunta sobre la boda, ella respondía con amabilidad, pero en su pecho las emociones se mezclaban: ilusión, nervios, responsabilidad… todo junto.

Jack lo notó de inmediato.
—Estás muy callada —le dijo una tarde, mientras caminaban juntos hacia la plaza.
—Es solo que… es mucho —admitió ella—. Me emociona, pero me asusta un poco decepcionar a alguien.
Jack tomó su mano con la tranquilidad de quien sabe escuchar lo que no se dice.
—No tenés que demostrar nada, Ana. La boda es para nosotros, no para el pueblo. Yo solo quiero casarme con vos. Con tus risas, tus dudas y todo lo que sos.

Esas palabras la desarmaron. Sintió que el aire volvía a su pecho y que podía respirar otra vez.

Mientras tanto, Frank se ocupaba de los preparativos desde un lugar más práctico. Se reunía con la familia de Jack, revisaba detalles de organización, pedía cotizaciones y conversaba con antiguos amigos que insistían en ayudar. Sin embargo, cada tanto se detenía para observar a su hija, con esa mezcla de nostalgia y orgullo que solo un padre siente cuando una etapa llega a su cierre natural.

Una tarde, la encontró en el jardín, doblando una lista de invitados con las manos temblorosas.

—Todo el mundo me pregunta cosas, papá —confesó ella—. Qué vestido voy a usar, cómo será la ceremonia, qué flores me gustan… y yo solo quiero que salga bien.
Frank se sentó a su lado.
—Lo importante ya está bien —respondió—. Vos lo elegiste a él, y él te eligió a vos. Lo demás es decorado.

Ana apoyó su cabeza en su hombro, sintiendo el calor familiar que siempre la había sostenido.

Las semanas avanzaron con ese ritmo dulce y tenso a la vez. Los preparativos florecían: Ana comenzaba a elegir telas, el pueblo ofrecía ayuda, los amigos de Jack ya planificaban pequeñas sorpresas, y las familias se entrelazaban con naturalidad.

Pero entre todo ese movimiento, cada vez que Jack y Ana encontraban un momento a solas, él hacía lo mismo: le tomaba las manos, la miraba a los ojos, y le recordaba que el amor se construye despacio, sin exigencias, sin miedo.

Y así, paso a paso, la boda ya no parecía una montaña imposible, sino un camino que ambos estaban empezando a recorrer juntos, rodeados de voces, flores, y un pueblo entero que celebraba su historia.




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