La puerta se cerró detrás de Medb con un leve crujido de madera, y el silencio que se instaló fue denso, palpitante. Bogdan ya estaba desnudo, esperándola, sentado al borde de la cama como un animal contenido. La miró con esa mezcla de hambre, reverencia y deseo que le era imposible disimular desde que la reconoció como suya.
Medb no dijo nada.
No necesitaba hacerlo.
Se deshizo de la bata con un solo movimiento, dejando que cayera a sus pies, revelando la piel dorada por el fuego y marcada por sombras suaves. El cabello plateado le caía suelto por la espalda, húmedo de la ducha, y sus ojos lo sostenían como una sentencia.
Bogdan se puso de pie, respirando hondo como si necesitara contenerse para no arrodillarse.
Pero Medb ya caminaba hacia él.
Lo tomó de la nuca y lo besó sin previo aviso. No había timidez en el gesto. Era un reclamo. Una certeza. Su lengua invadió su boca con la urgencia de quien encuentra hogar. Bogdan gimió suave, acogiéndola entre sus brazos, pero Medb lo empujó hacia atrás hasta hacerlo caer sobre el colchón.
Ella lo montó sin demora, apoyando las palmas sobre su pecho para estabilizarse. No lo miraba. Lo sentía. Lo conocía con el cuerpo. Deslizó las caderas hacia adelante y atrapó su erección entre los labios húmedos de su sexo, rozándolo, provocándolo, humedeciéndolo con movimientos lentos que no eran ternura: eran castigo.
Bogdan cerró los ojos con los músculos tensos. Podía sentirla caliente, abierta, receptiva. La deseaba tanto que dolía.
Cuando finalmente lo tomó dentro, lo hizo de una vez, con un gemido grave que se le escapó de la garganta como un conjuro.
Bogdan jadeó, clavando los dedos en sus muslos. —Medb...
—Calla —ordenó ella, arqueando la espalda. Su cuerpo lo acogía por completo, apretado, profundo, palpitante.
Medb comenzó a moverse con un ritmo lento, ondulante, como si bailara sobre él. Sus manos se deslizaron por su pecho, luego por su cuello, hasta enredarse en su cabello. Lo obligó a mirarla.
—Eres mío —dijo con voz baja—. En cada parte. No me lo niegues.
Bogdan gruñó con fuerza. —No podría aunque quisiera.
Ella sonrió. Una sonrisa oscura, orgullosa. Y entonces aceleró el ritmo.
Se movía sobre él con la certeza de quien manda en ese cuerpo. Cada golpe de sus caderas era profundo, exacto, provocador. Lo montaba con fuerza y sin tregua, mientras sus uñas le marcaban los hombros, su pecho se pegaba al de él y su aliento se confundía con el suyo.
Bogdan gemía sin vergüenza, tomándola por la cintura, ayudándola a hundirse más, a apretarse más contra él. Sentía su calor envolverlo por completo, como si el mundo se cerrara en torno al espacio donde estaban unidos.
La presión en su vientre era insoportable. El placer crecía sin pausa, implacable.
Medb se inclinó y lo besó de nuevo, profunda, salvajemente. Su lengua reclamó cada rincón de su boca, succionándolo como si bebiera de él.
—Dame todo —susurró, lamiéndole la comisura—. No quiero restos.
Bogdan rugió. No había otra palabra para ese sonido. La volcó sobre la cama en un solo movimiento, quedando sobre ella. Ella abrió las piernas con gusto, con ansia. Lo recibió con la espalda arqueada, con los muslos rodeándolo como garras.
Ahora era él quien marcaba el ritmo. Pero no era dominio. Era entrega. Era impulso nacido de su promesa. La embestía con fuerza, profundo, una y otra vez, mientras la miraba a los ojos como si cada estocada fuera un “te reconozco”.
Medb le arañaba la espalda, lo jalaba contra sí, gimiendo con la voz rasgada, rota, sincera.
—Más —jadeó—. Más fuerte. Quiero sentirte en los huesos.
Bogdan obedeció. La penetró más hondo, más rápido, hasta que sus cuerpos chocaban con un ritmo brutal. El sudor les cubría la piel, y los gemidos se mezclaban con el sonido húmedo de su unión.
Medb alcanzó el clímax primero. Su cuerpo se tensó, sus piernas se cerraron con fuerza, su espalda se arqueó como un arco quebrado y un grito sordo se escapó de su garganta. No era un grito de placer solamente. Era posesión.
Bogdan la siguió segundos después. Se derramó dentro de ella con un gemido que no le pareció humano. Su cuerpo entero se sacudió, y por un instante no supo dónde terminaba él y dónde empezaba ella.
Cuando el temblor pasó, quedaron pegados, envueltos por el sudor, el olor de sexo y la pulsación de algo más profundo que la carne.
Bogdan apoyó la frente contra su cuello. Respiraba agitado, con el corazón tamborileando en su pecho.
—Te amo —murmuró, como si eso lo hiciera más real.
Medb lo abrazó. Fuerte. Como quien sostiene un juramento.
—Lo sé.