Ankharis Sangre Inmortal

1.-Dudas del Consejo-.

Darragh alzó la mirada desde el extremo de la mesa. A su alrededor, el aire vibraba con las consecuencias del retorno de Medb y Bogdan.

Ahora, era el deber del consejo dar respuestas.

Enderezó la espalda. Sus ojos evaluaban a cada uno de los presentes con la misma calma con la que una lobo observa la manada tras el aullido de advertencia.

—No se trata solo de un regreso —dijo con voz firme, mientras apoyaba sus manos sobre la mesa— Es un hecho que trastoca todo lo que creíamos predecible.

Deirdre, asintió levemente. Pietro —quien apenas lograba disimular una sonrisa torcida tras sus dedos entrelazados— desvió la mirada hacia el ventanal, pero su cuerpo vibraba como si esperara una chispa más para prender el incendio de los rumores. Blanche, callada, había adoptado la pose de un centinela, firme, pero sin emitir juicio aún.

Darragh continuó.

—El Sekhem no se activa por accidente. No se despierta por capricho ni puede mantenerse estable sin una voluntad clara. Hemos sido testigos del despertar de un Sekhem. Medb lo aceptó. Y lo besó frente a todos. El vínculo está hecho, aunque ella quisiera negarlo mañana. Y eso, compañeros, lo cambia todo.

Cormac frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho amplio.

—¿Qué es lo que cambia todo? Medb dejó su cargo, él también.

Darragh se tomó un momento antes de continuar.

—No propongo nada aún. Pero sí advierto que el despertar de un Sekhem después de siglos no se puede ignorar. —Hizo una pausa, mirando con seriedad a Blanche— La biología de nuestra raza no permite lujos narrativos. Según Senan el Sekhem despierta por pérdida no por propósito. No hay pérdida en los ojos de Bogdan. Esta vez fue propósito.

Senan asintió y agregó

—No olvidemos que el padre de Medb también era un Sekhem, puede haber algún tipo de factor genético.

Deirdre se acomodó en su asiento.

—Entonces, ¿qué sugerimos como primer paso? ¿Una evaluación de estabilidad? ¿Un monitoreo neurohormonal como en los meses después de que se fuera Medb?

Pietro bufó.

—¿Y vamos a meter a Gael en tubos y sensores también? Su único sensor parece estar entre sus muslos. Y, según tengo entendido, está perfectamente operativo.

Un golpe seco de la palma de Ethel contra la mesa cortó la risa de algunos.

—Moderación, Pietro. Aquí hablamos de deber. No de apetitos.

Darragh asintió con lentitud.

—Bien dicho. Sugiero, como primera medida, una semana de retiro vigilado para ambos. No por castigo, sino para estabilizar la química que seguramente los está dominando. Por lo que sabemos un Sekhem recién despertado puede llevar semanas, a veces meses, en lograr dominio sobre su impulso.

Cormac gruñó.

—¿Y si no quieren? Medb ya se marchó una vez.

—Y volvió —replicó Blanche— Y lo hizo bajo sus propios términos. Esas no son acciones de alguien inestable. Son acciones de alguien que decidió lo que quiere.

El silencio regresó por un instante. Luego, Pietro se aclaró la garganta.

—Propongo otra cosa: que se les asigne una vivienda nueva en los límites del bosque. Lejos del centro, lejos de las hembras en celo, y cerca de la vigilancia necesaria.

Brígid lo miró con aprobación.

—Podría funcionar. Con vigilancia intercalada del consejo. Que no interfiera, pero sí observe.

Deirdre tomó nota mentalmente.

—¿Y el rol político? ¿Se les asignará nuevamente autoridad?

Darragh negó con la cabeza.

—No de inmediato. El Sekhem no hace líderes. Hace guardianes. Y ahora mismo, ambos necesitan recordar eso.

.

El consejo estaba en completo silencio. No el habitual que antecedía una votación difícil o una queja de algún clan extranjero, no. Esta vez el silencio era espeso como miel, incómodo como una camisa mojada, cargado de lo que no se decía. Pietro tamborileó con los dedos sobre la madera de la mesa, la misma que había soportado discusiones, gritos y reconciliaciones. Él, sin embargo, no sentía ganas de gritar. Sentía ganas de reír.

—Bueno... —dijo finalmente, rompiendo el aire espeso con una voz teatral—. Al parecer, el tigre volvió a rugir.

Deirdre le lanzó una mirada que no era del todo reprobatoria. Más bien resignada. Brigid se cruzó de brazos y suspiró como quien ha visto demasiadas cosas como para sorprenderse ya. Pero Pietro no podía evitarlo. Había algo deliciosamente irónico en todo lo que estaba pasando.

Bogdan, el mismo que hacía semana y media apenas respondía monosílabos, el que iba a sus funciones de consejero con cara de funeral y las de semental con el entusiasmo de un burócrata, había regresado con los ojos negros y el pecho inflado. Había bailado tango. En público. Con Medb. Y luego se la había llevado como un macho alfa de las viejas leyendas, directo a una cama de titanio que él mismo había exigido.

—Nunca pensé vivir para ver algo así —murmuró Pietro, llevándose las manos al corazón con exageración—. ¿Alguien tomó fotos? ¿Videos? ¿Un retrato al carbón, al menos?

Ethel, como era de esperarse, no sonrió. Solo anotaba. Siempre anotaba.

—La activación del Sekhem de Bogdan implica repercusiones genéticas y sociales que deben analizarse —empezó a decir, sin alzar la vista—. No debe ser posible sin consecuencias o factores visibles. Esto indica una mutación o...

—O que el amor es un catalizador, mi querida Ethel —interrumpió Pietro con una sonrisa. Blanche se rió, y él le guiñó un ojo.

Pietro había visto a Medb salir de la fiesta con esa sonrisa de diosa griega en guerra, envuelta en plata y provocación. Y había visto a Bogdan convertirse, no en la bestia que todos temían, sino en algo más peligroso aún: un hombre que había vuelto a sentir.

—Estamos ante un nuevo ciclo —dijo Pietro finalmente, con voz más grave— porque ellos, juntos, nos entregan algo que creíamos perdido. Furia, sí. Pero también deseo. Y deseo es vida. —Se encogió de hombros. —Aunque claro, la cama de titanio ayudará con el resto.




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