Ankharis Sangre Inmortal

7.-Consenso-.

El amanecer entraba por las ventanas, luz tenue como si temiera abrirse paso, como si incluso el aire temiera interrumpir la desnudez que ahora cubría la sala como una niebla densa y callada.

Los cuerpos yacían en el suelo, sobre las mesas, contra las paredes. Algunos cubiertos por mantas. Otros aún entrelazados en el calor tibio de lo que había sido más que una orgía.

Nadie hablaba. Solo se oían respiraciones lentas. El crujido de la madera. El eco del placer convertido en culpa.

Medb fue la primera en levantarse. Su cuerpo aún vibraba, pero su rostro no tenía sombra de rubor. Era dignidad lo que vestía. Una calma que solo tienen las reinas después de una tormenta. Bogdan dormía a su lado, desnudo, aún abrazado a su pierna como un cachorro que no quiere que el mundo comience de nuevo.

Ella se apartó con dulzura. Caminó entre los cuerpos como quien atraviesa un campo de batalla sagrado. Observó a Pietro, cubierto con una manta que Frank sostenía con una mano, aún dormido también. Blanche estaba recostada sobre Lugh, el cabello revuelto como una corona de hiedra. Giovanni y Deirdre se sostenían las manos incluso en el sueño. Brónach y Darragh habían compartido un abrigo. Ethel tenía la cabeza sobre el muslo de Senan, que permanecía despierto y meditativo, como si estuviera en oración.

La reina no dijo palabra. Se dirigió al lavamanos del pasillo contiguo. Se enjuagó las manos. Mojó su rostro. Miró su reflejo. No vio vergüenza. Vio origen.

Cuando volvió al salón, Alexander ya estaba sentado. Había recuperado sus pantalones. Tenía los ojos fijos en el centro de la mesa, donde el anochecer había comenzado. No parecía enojado. Parecía procesar.

—¿Vamos a fingir que esto no ocurrió? —preguntó con voz firme.

Senan fue el segundo en hablar.

—No ocurrió en el plano de la política. Pero ocurrió. Y ocurrió para todos.

Brígid se incorporó. Se cubrió el pecho. Tenía la mirada alta, pero los labios trémulos.

—¿Y ahora qué? ¿Qué clase de consejo somos si nos devoramos al primer aroma de deseo?

—Uno honesto —dijo Pietro sin abrir los ojos. Frank soltó una carcajada, ronca. Se sentó despacio.

—Fue el celo de Medb. No fue sólo físico. Fue…—dudó— algo más grande.

—Fue Cróga —dijo Blanche, levantando la copa vacía que nadie recordaba haber llenado—. Fue la tierra.

—¿Y qué decide el consejo respecto a los humanos? —preguntó Lugh, ya más despierto. El silencio volvió a tomar el centro.

—No podemos ofrecer esto como espectáculo —dijo Medb, con voz grave—. Nadie que no haya sentido esto puede entenderlo. Y si no se entiende, se corrompe.

Alexander asintió.

—Estoy de acuerdo. Que venga el turismo. Que vengan las cámaras, las rutas. Pero esto… —señaló la sala— esto no es un paquete turístico.

Bogdan se incorporó por fin. Su mirada fue hacia Medb. Y luego hacia los demás. Habló como quien recoge los restos de una lanza rota:

—Si esta es la Fiesta de los Instintos… entonces los Instintos nos eligieron a nosotros. No a los visitantes. No a los curiosos. A nosotros.

Senan lo miró con respeto. Ethel bajó la cabeza. Pietro asintió sin sonreír. Todos comprendían. No fue una falta. No fue debilidad. Fue rito. Y los ritos no se repiten. Se viven. Se recuerdan.

...

El amanecer estaba borracho. Así parecía, colándose por las ventanas de la sala del consejo con una torpeza dorada, iluminando pieles entrelazadas, prendas por la mitad, y más de una risa suelta resonando en la madera.

No era el silencio de la vergüenza. Era el silencio satisfecho de quien ha sobrevivido a una tormenta... deliciosa.

El consejo entero se encontraba disperso como naipes en una mesa tras una jugada afortunada. Nadie buscaba cubrirse. Nadie evitaba las miradas. Hubo un instante, uno solo, de mutua contemplación…

Y entonces, Blanche estalló en carcajadas.

—¡No puedo creer que acabara montando a Lugh sobre el acta del consejo! —gimió de risa, con el cabello aún enmarañado y la falda colgándole de un tobillo.

—Técnicamente, eso vuelve la decisión legal —añadió Pietro, sin moverse del regazo de Frank, que aún olía a vino y piel.

Frank sonrió sin abrir los ojos.

—Nunca pensé que la Fiesta de los Instintos llegara temprano esta semana… y sin avisar.

Brígid, todavía abrazada a Alexander, alzó una ceja y se estiró como un gato.

—Si esto fue una “emergencia hormonal”, propongo que ocurra más seguido. ¿Una vez al mes? ¿Cada luna nueva?

Medb se paseaba con una manta como capa y los pies descalzos, como una deidad de otro tiempo. Bogdan la seguía a paso lento, con el pelo revuelto como si acabara de salir de un cuento prohibido.

—¿Cómo vamos a explicarlo a los humanos? —preguntó Deirdre, con la voz aún ronca, sentada encima de Giovanni, que no parecía tener intenciones de moverse.

Senan se acomodó los trenzados del cabello, con la dignidad de un anciano que ha visto demasiado, pero jamás esto.

—No se explica, se comparte. Eso hacen los pueblos verdaderos con su magia. La comparten o la entierran. Y nosotros no somos sepultureros.

Pietro se levantó y aplaudió dos veces.

—¡Votemos de nuevo! ¡Ahora mismo! ¡Quiero que esto sea legal, canónico, y turístico! —gritó, con una sonrisa más amplia que sus argumentos.

—¿Qué propones exactamente, Pietro? —inquirió Darragh, con una mano apoyada sobre el muslo de Brónach.

—Propongo... —Pietro giró sobre sí mismo, aún desnudo—... ¡que abramos la Fiesta de los Instintos a los humanos! ¡No para que la observen desde detrás de un vidrio! ¡Para que participen!

Hubo un silencio.

Y luego, caos.

—¡¿Qué?! —exclamó Brígid.

—¡Yo apoyo! —gritó Blanche.

—¡Locura! —murmuró Giovanni, pero no se apartó de Deirdre.

—¡Genial! —dijo Lugh, levantando ambas manos.

Alexander alzó la voz:

—¿Quiénes serían admitidos? ¿Bajo qué reglas? ¿Y si no aguantan la energía del sexo colectivo? ¿Y si uno se desmaya apenas alguien le ronronea cerca?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.