Anne

•Capítulo Dos•

—Buenos días —saludo. 

Entro a la cocina donde se encuentran mis padres y mi hermana.  

—Buenos días —responden al unísono.  

Me siento sobre una de las sillas, y me acomodo para tomar el desayuno. 

Me duele la cabeza, a causa del poco sueño y creo que mis ojos están por explotar. Ahora sí creo que debería utilizar una de esas pastillas para conciliar el sueño, de lo contrario me volveré un verdadero mapache, si es que no lo soy ya, teniendo en cuenta mis ojeras descomunales. 

—¿Y el abuelo? —pregunto. Alargo la mano y tomo una rebanada de pan tostado.  

—Salió temprano con Máx, me parece que iban al taller —informa mamá.  

—¿Temprano? —inquiero con el entrecejo fruncido— Pero si son las seis —aclaro, eso para mí sigue siendo horas de la madrugada— Vaya que hay gente a la que le encanta madrugar.  

—Sabes como es el abuelo —menciona Sara, mi hermana— es un caso perdido. 

—Desde antes de conocer a la abuela —agrega papá, como si el fuera a saberlo. Para aquel entonces el de seguro ni estaba en los planes de mis abuelos. 

—Mejor se callan y desayunan —ordena mamá—, que ustedes dos —apunta en dirección en que papá y yo estamos— tienen que ir a trabajar, y tú señorita  —ahora se dirige a mi hermana— tienes que ir al colegio, ya basta y sobra con las materias que has reprobado para seguir alargando la lista.  

—Fueron dos materias ni que fuera para tanto —refunfuña la aludida—, años anteriores había dejado más, así que ni te quejes —suprimo una carcajada llevándome a la boca la taza con chocolate caliente— ¿Y tú de que te burlas? —me pregunta con evidente enfado, si sus ojos fueran dagas ya hubiese muerto desagrada.  

Me encojo de hombros, restándole importancia. Dirijo la mirada al pequeño televisor que se encuentra sobre una mesita adornada con una jarrón de flores, que por cierto, había hecho yo en la época de escuela. Es horrible, pero mamá se empeña en hacerme pasar vergüenza. 

En las noticias están hablado sobre una mujer –que por lo visto es bastante importante– que ha vuelto luego de años al país, cómo si eso le interesara a alguien.  

—¿Sabías que Máx tiene novia? —me dice de la nada mi madre.  

—Sí, me enteré ayer —respondo con siquiera mirarla. Ese es un tema que la verdad, me la suda. 

—Que pena —se lamenta Sara—, y yo que ya me estaba haciendo ilusiones —explica, mientras recoge el último pan tostado que quedaba en la mesa. La miro de mala manera, más por haber tomado la última porción que por sus palabras. 

—Serás tonta —le dice mi padre, a la vez cambia el canal del televisor— Si ni se a fijado en Anne cómo crees que te haría caso a ti.  

¿Qué me habrá querido decir? 

Justo cuando le daba un sorbo al chocolate, Sara suelta:  

—¿Quién dijo que la ilusión era por mi? Es por Anne. 

Empiezo a toser descontroladamente, por lo que mi madre se acerca y me da palmaditas en las espalda como si fuera niña. Siento como el chocolate casi se me sale por la nariz y vuelve al interior de mi garganta. Que Asco. 

—¿Estás bien? —interroga mama, preocupada. 

Asiento con la cabeza y mi hermana continúa.  

—Cualquiera que los viera diría que son novios, ¿Y saben? Yo siempre los he shippeado, me parecen una pareja súper compatible, o sea, los dos son idiotas. 

—Estarás de coña —espeto—, para empezar, yo no soy idiota —aclaro—, Máx sí, pero eso lo trae de nacimiento, ya no hay nada que hacer para estas alturas, y además —agrego para dar énfasis a mi argumento—, tengo buen gusto.  

—Mmm —murmura papá, como si no fuera creíble lo que digo— Lo  que tú digas. 

Se levanta de la silla y yo lo único que puedo hacer es mirarlo con la boca abierta, estoy súper indignada. 

—No la apoyes —reclamo. 

Dejo mi taza a medio terminar y me levanto de la mesa. Dando por terminada esta tonta conversación, busco mi quepis, el único uniforme del taller, y lo encuentro tirado en el suelo, ¿yo lo dejé ahí? Me lo coloco y me despido con mi habitual manera, al estilo militar, y me dirijo al taller. 



—¿Hola? 

En todo el taller, resuena la voz de una mujer. 

Tiro a un lado el trapo con el que estaba encerando una camioneta, y me fijo en un espejo, para darme cuenta que llevo la cara llena de grasa. 

Cuando salgo al encuentro de dicha mujer, me encuentro cara a cara con la famosa Maura, la nueva novia de Max. Es una chica con el cabello largo y oscuro, que le llega hasta la cintura, sus ojos son de un  azul cielo, casi podrían pasar por transparentes, su es tez blanca, la nariz la tiene respingada y sus labios, para razón de Max, son perfectos, ni tan carnosos, ni tan finos. 

¿Cómo se quién es? 

Fácil. 

Instagram lo sabe todo señores. 

Va vestida con un vestido floreado que favorece bastante a su figura, y también lleva unos tacones de aguja, que yo ni en la otra vida podría utilizados, y por último tiene un maquillaje ligero nada excesivo. Parece una jodida modelo. 

—Hola —saludo, dejando me ver desde atrás de la camioneta— Bienvenida al taller mecánico Ruedas Felices. 

El nombre fue idea de mi abuela, que en paz descanse. Es tan patético, pero abuelo estaba tan enamorado que no le importó que si taller se llamara de semejante forma. 

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunto, dando todo de mí para no parecer una maleducada. Mi humor por la mañana suele ser confundido con maltrato. 

Ella se dedica a mirarme de pies a cabeza, sus ojos se enfocan en mi rostro y lanza una mirada de asco. 

Ruedo los ojos, como si me importara. 

—Quiero hablar con mi novio —demanda— ¿Podrías llamarlo? 

Me giro perezosamente sobre mi eje y vuelvo hacia la camioneta. En el trayecto llamo Max de un grito. 

—¡Max, te buscan!  

—Además vulgar —susurra, pero aun así puedo oír lo que dice la mala imitación de barbie morena. 

No le hago caso y vuelvo con lo mío. Pasan por lo menos cinco minutos y Max no aparece, la chica ésta repasa con la vista todo el taller, no sin dejar la misma mirada que me brindó a mí. 

—Oye tú —me llama. Levanto la cabeza y la miro por sobre el capo de la camioneta— No eres capaz de traerme una silla mientras espero, de paso vuelves a llamar a Máx, y por cierto que la silla este limpia. 

Levanto las cejas y arqueo los labios con burla incrédula. 

—¿Perdón? 

Me dirijo a donde está ella para enfrentarla. 

—Mira guapa, a mí no me das ordenes, porque no soy tu empleada y por si no te has dado cuenta esto —señalo con mi dedo índice haciendo un círculo— es un taller, no un salón de belleza. 

—Me he dado cuenta —puntualiza de manera altanera.  

—Y si quieres hablar con Max —continuo, haciendo caso omiso a su parloteo—, llámalo tú, yo no soy su niñera.  

—Pero trabajas aquí —menciona. 

—¿Acaso has traído algún auto para reparar? —pregunto, aunque es por pura ironía— ¿O tal vez una moto?: No, así es que te aguantas. 

Vuelvo a caminar hacia la camioneta.  

—¿Qué más se puede esperar de una mujer que arregla autos? —comenta— Vulgaridad.  

Me vuelvo a girar, ya está, me ha colmado la poca paciencia que cargo. Aprieto mis dedos formando un puño y cuando estoy por encajarlo en la cara de esa tonta, Max aparece y se coloca en medio de las dos y me detiene.  

—¿Pero qué sucede? 

Mira primero a su barbie y luego a mí.  

—Ella empezó —acusa “Maurita”, con su odiosa voz. 

—Ella me insulto, solo iba a darle su merecido —me defiendo.  

—Anne, por favor —me reprende Max, lanzándome una súplica con los ojos, para que solo lo dejé estar. Aprieto los dientes y vuelvo a la camioneta. 

Lo que me faltaba, empezar el día soportando a esa cosa horrorosa y su insoportable voz, y para el colmo, que Max la ponga a ella primero. 

Desde mi posición veo como, prácticamente, se comen a besos. 

Tengo unas ganas tremendas de decirles que se busquen un motel. 

Minutos después ella lo separa de su cuerpo y le hace una seña indicando su ropa, la niña pija no quiere ensuciar su vestidito de diseñador; él levanta las manos en son de disculpa. 

No llego a oír lo que dicen, pero luego de un rato aparece el abuelo e indica a Max seguir con el trabajo, sonrío complacida por ello. Maura hace un horrible mohín de pena, que es más forzado que las buenas notas de Sara, y luego se marcha.  

—Discúlpala, no está acostumbrada a esto —se excusa Max, aprovechando que paso por su lado.  

Lo miro si  poder creérmelo, ¿esta de joda? ¿Acaso porque ella haya nacido en cuna de oro tiene el derecho de hablarme como lo hizo?  

Levanto mi mano derecha y enseño mi dedo del medio, dejando en claro mi decisión. 

—¿Por favor? 

Me mira con una expresión que se asemeja a un perrito hambriento. Endurezco el rostro y suspiro. 

—De acuerdo, —accedo— pero solo por que tú me lo pides, porque ya de entrada me cae mal —informo. 

Doy unos paso hacia una motocicleta, la reviso y verifico que hace falta cambiarle las ruedas.  

—Entiéndela  —pide, continuando con la conversación—, es una chica de cuna de oro, no está relacionada con nada de esto. 

—Vaya, no me había dado cuenta —mascullo con sarcasmo venenoso. 

Siento sus brazos rodear mi cintura desde atrás. Deja un beso sonoro en mi mejilla y deja descansar su mentón sobre mi hombro. 

—Eres la mejor —murmura—. Dale una oportunidad por mí. 

Levanto mi mano y la dejo sobre las suyas, acaricio el dorso de su muñeca con mi pulgar, haciendo círculos sobre ella. 

—Lo intentaré —prometo. 

Vuelvo a sentir sus labios, pero esta vez su beso me lo deja en la coronilla. 

 



Estoy muerta del cansancio, y ni siquiera es medio día, y eso que no estoy contando todo el trabajo que aún nos queda. Max ha reparado un Ferrari y yo me he encargado de lavarlo y encerarlo, pero hasta trabajando en equipo veo muy lejos el tener un descanso, a parte del que tenemos a la hora de comer. 

Mi abuelo sin embargo se ha ocupado de una camioneta de los años ’70, no logro reconocer la marca, pero si me doy cuenta que el dueño está tirando su dinero a la basura, porque esa chatarra ya está en su lecho de muerte. R.I.P camioneta, se te quiso. 

—Bastante cargado el día, eh —menciona mi amigo, mientras se quita su camiseta y la utiliza para darse aire dándole giros en su dirección. 

—No me digas —me quejo, le arrebato la camiseta y copio su acción, pero se la vuelvo a lanzar al recibir de lleno el olor a mapache. Suelta una carcajada y la huele, hace un gesto de aprobación.  

—Olor a macho pecho peludo que se respeta. 

No puedo evitar reír con él, aunque el comentario me resulta súper machista, o sea ¿Qué se respeta? ¡Por favor! 

El abuelo nos lanza una mirada de advertencia. Ruedo los ojos cuando aparta la vista.  

Lo sé, soy toda una chica rebelde. 

—¿Y cómo va lo de la competencia, ya tiene fecha fija? —pregunto para volver a mi trabajo de encerar, mientras que Max se dirige a la motocicleta a la que yo había cambiado las llantas.  

—Aún no han dado fecha, —responde—, pero a más tardar empezará el próximo mes —asegura acariciando el asiento del biciclo. 

—¿Piensas inscribirte este año?  

—Por supuesto —dice lo obvio—, este será mi año. Pienso quedarme con el primer puesto y no con un miserable tercero. Aunque no lo creas, el año pasado lloré bajo mantita. 

—De eso estoy segura —me burlo— ¿Seguro que le vas a las mujeres? —su respuesta es señalada con su dedo número tres— No te quejes que el año pasado diste un buen rendimiento —continuo omitiendo su gesto. 

—Pero no el mejor —objeta y vuelve hacía mi.  

—¿Y ya tienes un mecánico? —pregunto como quien no quiere la cosa. 

—Claro, tengo al mejor.  

—¿Ah sí? —me hago la desinteresada y evito mirarlo— ¿Y cómo se llama ese mecánico?. 

—Pues yo más bien diría mecánica —corrige. Sus manos me toman de la cintura—, creo que tú la conoces, su nombre es igual al de la hermanastra malvada de la cenicienta.  

—¿Drícela?  

Me giro sobre mi eje quedándome cara a cara con él. Sus manos sin en mi cintura. 

—La otra, la más fea. 

Le doy un golpe en el hombro. 

—No recuerdo su nombre —gruño. 

—Anastasia —dice, saboreando mi nombre.  

—Ah, esa.  

—Sí, esa. Ella es la mejor mecánica que he conocido hasta hoy, además dicen que jamás comete un error. 

Lo acuno entre mi brazo y el me responde apapachándome más fuerte, pero lo suelto de inmediato al recibir de lleno su asqueroso olor. 

—Deberías darte un baño —aconsejo  










 




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