—¡Quiero pizza! —exclamo.
Me lanzo con todo mi peso sobre la espalda de Max. El toma aire al soportar mis cincuenta y dos kilos.
—Pero si acabamos de merendar —contesta extrañado mi abuelo caminado a nuestro costado.
—¿Y eso qué?
—Cuando se trata de comida es mejor hacerle caso a Anne —menciona Max riendo.
—Me conoces tanto —alago.
Estamos caminado por la vereda, sin rumbo alguno.
Ok, en realidad van caminado Max y el abuelo.
Luego de cerrar el taller, decidimos salir a dar una vuelta para hablar de cualquier cosa, hemos hablado de puras trivialidades, pero se siente tan bien la compañía relajada que es como si estuviéramos conversando de algo muy importante.
Esto es lo bonito de pasar rato con el abuelo y con Max, te hacen olvidar de todo y te sumergen a un mundo tan bonito, lleno de bromas y pasatiempos. Estoy tan acostumbrada a ellos que nunca falta un tema de conversación, y el ambiente con ellos es tan cálido que es imposible aburrirte.
Ellos siempre han estado ahí para mí, para aconsejarme, para corregirme, pero por sobre todo para escucharme. Son las de las pocas personas en todo el mundo me comprenden, para la mayoría siempre fui y seguiré siendo rara, la chica que prefiere tuercas y tornillos antes que zapatos y vestidos; ellos siempre han entendido que ser diferente no me hace menos especial ni menos importante, ellos siempre estuvieron, y sé que seguirán estando, si me caigo para poder levantarme, yo sé que ellos me tenderán sus manos y me cargarán en sus espaldas cuando ya no pueda levantarme.
—Será mejor que yo de media vuelta y vaya a casa —dice mi abuelo luego de unos minutos.
—Ok —contestamos Max y yo al unísono.
Después de que el abuelo se fuera, nos acercamos a un banco que está en el parque al que hemos llegado.
Nos sentamos uno al lado del otro, apoyo mi cabeza a su hombro y nos quedamos así, mirando el parque, que está conformado por arena lavada y viejos columpios, los cuales están totalmente oxidados, asientos de plásticos con las respalderas llenas de grafitis de artistas callejeros, y esos juegos a los que te subes a colgarte boca abajo hasta que sientas que el vomito se te avecina en la garganta.
La oscuridad de la noche es acompañada por una brisa fresca, ésta hace que mis mechones rebeldes del moño mal elaborado de mi cabello vuelen sin parar y generen un movimiento relajante. La luz que brinda la vieja columna de cemento es tan tuene que es imposible adivinar si seguirá alumbrando o estallará dentro de dos segundos, mientras que la luna es acompañada de las pocas estrellas que puede ofrecer la ciudad de Asunción, algunas nubes las cubren durante algunos minutos pero luego vuelven a aparecer relucientes formando figuras geométricas.
—¿Ya has decidido que carrera seguir? —pregunta Max, cortando el silencio relajante.
—Estuve pensando seriamente en Ingeniería en Automotriz —cuento—, pero aún no me decido.
—Quieres seguir los pasos de tu abuelo, ¿no es así?
—Sí —afirmo—, quisiera cumplir el sueño que él no pudo. Quisiera enorgullecerlo con eso. ¿Te parece una buena idea? —pregunto levantando la vista para encontrarme con sus cálidos ojos marrones.
—Es la mejor idea que jamás se me hubiera ocurrido.
—Tampoco exageres —replico. Vuelvo la vista a los viejos columpios.
—¿Pero es lo que tú quieres para tu vida? —inquiere. Siento sus dedos acariciar mi cabeza.
—Sí —aseguro.
Porque es cierto, la mecánica es mi vida, fue lo que le dio sentido a mi existencia. No me veo haciendo otra cosa.
—Pues entonces adelante, Anne —anima—, mírame —pide y lo hago— eres una genio en esto de coches y motocicletas —asegura—, en fin, en todo lo que tenga ruedas, si ese es tu sueño arriésgate por él y ve con todo. Yo sé que lo logras y aumentarás aún más ese orgullo que abuelo el Marc posee por ti.
—¿Enserio lo crees? —dudo.
Me toma con ambas manos del rostro y me besa la frente.
—No me cabe la menor duda.
Me estira hacía su cuerpo y me estrecha entre sus musculosos y cálidos brazos, hundo la cabeza en el hueco de se hombro y cuello e inhalo su aroma a cuero y vainilla. Él hace lo mismo y nos quedamos así, en silencio, cada uno fundido en el aroma del otro.
—Te adoro mi pequeña Anne.
—Y yo a ti mi pedazo de mierda glamorosa —coincido, recordando como lo llamaba cuando Sara nos obligaba a jugar con ella a la pasarela de modas, él era su modelo principal.
—Por supuesto, peluquín rubio.
Después de poco nos levantamos de la banca y caminamos en dirección a mi casa, intercambiamos varias bromas hasta que nos encontramos frente al nuevo portón verde de la entrada de mi hogar. Me despedí de Max con un abrazo y él continuó hasta llegar a la suya.
Al entrar a la casa, me dirijo al salón donde se encuentra mi familia viendo en la televisión un programa de boxeo femenino.
—Ya llegue —comunico.
Dejo un beso en la mejilla a mamá, lo mismo con papá, sin embargo, es un golpe en la cabeza lo que le regalo a Sara, ella me devuelve el golpe en el estómago, mientas que el abuelo me regaña por tapar la vista al televisor.