Anne

•Capítulo Cinco•

—¡Hora de despertar dormilona! 

Me levanto de sopetón con el corazón en la mano, mis ojos rebuscan desesperados cualquier señal de peligro, sin embargo lo que me encuentro es a Max, y no es hasta eso, que me doy cuenta que fue él el causante de ese terrible grito.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —gruño arrojándole mi almohada celeste. 

—Ya es tarde, arriba —ordena ignorando la mirada de odio que le dedico, miro hacia hacia mi ventana y puedo distinguir el cielo aún oscuro, por lo tanto giro el rostro para mirar el reloj de mi celular y apenas son la 04:56 de la madrugada. 

—Estás loco si crees que ya me voy a levantar —espeto tajante, vuelvo a acostarme y me cubro la cabeza con mi frazada.

—No lo creo —murmura—, tienes exactamente —me arrebata la frazada descubriéndome totalmente, dejando a la vista mi pijama, que consta de una blusa con el dibujo de Bob El Constructor y unas bragas, me sonrojo al notar sus ojos recorrer mis piernas desnudas, un escalofrío me eriza los bellos del cuerpo al darme cuenta de la situación en la que nos  encontramos—... dos minutos para estar lista —termina la frase con la voz ronca.

Aparta la mirada de mis extremidades inferiores y me mira a la cara. No sé cómo sentirme, Max nunca me había visto con la piel tan descubierta, es más, nadie lo había hecho desde que tengo siete años y mi hermana ya fue suficientemente mayor para que no quiera bañarse conmigo. Ok, sí hubo alguien después de eso, el último que me vio con bragas fue un chico del colegio, era de intercambio, nos liamos una noche, sin llegar a follar, pero sí hubo toqueteo de promedio. Fue el primero y último en darme un orgasmo. Al día siguiente volvió a Ecuador y no volví a saber nada de él.

Bueno, el caso es que me siento avergonzada de que Max me haya visto en estas pintas.

—Aún es de madrugada —digo, tratando de sonar normal. 

Me estira de los abrazos obligándome a dejar mi amada cama, haciendo como que no pasa nada y que no estoy cubierta únicamente por una blusa que no me tapa ni la mitad del ombligo, porque ni sostén traigo.

—No importa, tenemos mucho que hacer. 

—¿Y se puede saber qué son esas benditas cosas? El taller no habré hasta las siete.

Me aparto de su lado y voy en busca de un short, me lo pongo rápidamente, mientras intento que no vea mi cara hecha tómate. Dios, parezco una adolescente hormonal. 

—Sí, pero antes debemos ir a la pista —comunica.

—¿Pista? —pregunto. Abro la otra puerta de mi armario y busco un sostén y una camiseta, todo bajo su atenta mirada— ¿A está hora?

—Sí —responde—, desde hoy se vuelve a abrir —explica—, ya es hora de que vaya entrenado, mañana es la inscripción —se le iluminan los ojos al comentarlo, sabré yo cuán importante es para Max el motocross. Es su verdadera pasión, no hay nada que ame más que subir sobre su moto y correr con ella.

—¡Mañana! —exclamo sorprendida— ¡Wow! No... No esperaba que sea tan pronto —menciono—. Pero de todas formas aún es temprano. 

—No si queremos ocupar la pista antes que todos. 

—Ok, ya entendí —accedo, uno porque no pienso aguarle su alegría y dos porque yo hago todo lo que Max pide, y para rematar, no creo poder dormir nuevamente—, dame cinco minutos y estoy lista. Ahora sal de aquí antes de que me arrepienta. 

—Jamás lo harías —asegura—, apúrate —me apunta con el dedo y sale corriendo hacia el comedor. 

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—Vamos Anne —apura Max cuando termino de montar su moto—, tampoco es tan temprano —se queja.

—Hmm  —ronroneo medio dormida. Creo que fue mentira eso de que no volvería a dormir, porque ahora estoy cayéndome de sueño.

Suelta una risita y da vida al motor de la moto, luego de unos segundos ya estamos en marcha dentro de la carretera. Recuesto mi cabeza en la espalda de Max y vuelvo a cerrar los ojos, pero cuando lo hago me invaden la mente unos ojos azules intensos, por lo que los vuelvo a abrir inmediatamente. ¿Cómo es que lo conozco de apenas uno días y ya lo ando pensando todo el tiempo? Sí, es lindo, sí, es sexy y me atrae, pero no le quita el hecho de que no es normal que se haya colado en mi mente tan rápidamente. Yo no soy de la personas que se enamoran o se sienten atraídas por otros sin conocerlos desde hace ya tiempo. 

La verdad es que Ariel me cayó muy bien luego de pasar tiempo con él, me demostró que no es tan engreído como creí, sí, es todo un Don Juan y está al tanto de lo bello que es, pero en ningún momento me trato de menos y se disculpó por haber tratado como lo hizo el día que nos conocimos.

 Pero no entiendo porque lo pienso tanto y porque mis manos empiezan a sudar con solo recordar sus ojos mirándome.

Alejo esos pensamientos y me concentro en el ahora, miro hacia los costados y lo único que distingo son las líneas creadas por las luces de la ciudad, que aún se encuentra a oscuras, si no estuviera tan acostumbrada a la, estúpidamente rápida, conducción de Max estaría pensando en mis últimas palabras, literal, vamos a más de 100 km/hr. Sara una vez fue con Max al supermercado y volvió con lágrimas en los ojos por el miedo que le causó, y en cambio yo, adoro la sensación que me causa la velocidad, como el viento alborota mi cabello y seca mi garganta. 

También se me da el conducir, pero prefiero reparar las ruedas antes que hacerlas rodar. 

—Ya llegamos —avisa Max pasando por enfrente de la entrada de la pista. 

—¿Seguro qué podemos entrar? —pregunto— Max, ni siquiera hay un alma. 

—Claro que sí —asegura—, Mario ya está dentro. 

—Si tú lo dices —digo dudando. 

Entramos al campo, donde se encuentran las distintas casetas donde cada participante se coloca junto con su mecánico o mecánicos, en caso de que tenga más de uno, para preparar para una carrera. Cuando llegamos a la caseta número 10, puedo visualizar que, efectivamente, Mario y unas cuantas personas más ya están aquí, unos hablando y otros preparándose para correr. 




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