Cuando llego al taller nadie se encuentra en él, solo lo ignoro y vuelvo a trabajar por el Toyota, solo me faltan unos toques más y estará listo para ser entregado.
Mientras trabajo mis pensamientos van hacia Marina Gutiérrez. Es una mujer muy dulce, pero hay algo en ella que no cuadra, como si en sus hermosos ojos ocultará algo, no lo sé, es cómo si tuviera secretos que quiere soltar pero no puede, también me he dado cuenta del dolor que carga consigo, ese tipo de dolor que lo llevas impregnado en la mirada y cualquiera que te viera diría que has pasado horas llorando –aunque ya no lo haces porque las lágrimas se han secado–, sin embargo, trata de brindar esa dulce sonrisa la cual contemple todo el tiempo que estuvimos juntas.
Y también no puedo dejar de pensar en la manera que me habló sobre su apellido, como si fuera una maldición disfrazada de bendición, cómo se puso tensa al conocer mi fecha de cumpleaños o cómo se quedo en un trance al confirmar que era en abril, porque a mí no me cabe eso de "también tengo un pariente que cumple años en abril", bueno, tal vez sea cierto, pero de todas formas eso no le quita que noté que es una muy buena mujer.
—¿Es a mí o me pagaste con la misma moneda? —pregunta Max entrando al lugar.
Giro la cabeza y frunzo el ceño.
—¿De qué hablas?
—Ayer fui yo quien decidió almorzar sin ti y ahora eres tú —Camina por el taller y deja sus cosas sobre una mesita y continúa con el trabajo que dejó antes de ir a almorzar.
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—Ah eso —espeto—, lo que ocurrió es que casi atropello a una mujer.
–¿Qué, te encuentras bien? —Deja el destornillador tirado en el suelo y camina en mi dirección, me toma el rostro con ambas manos y busca cualquier indicio de algún tipo de herida, cuando se percata que no tengo nada su semblante se tranquiliza y por fin se aparta de mí— ¿Cuándo ocurrió?
—Cuando salí a probar el Toyota —respondo.
—¿Por qué no me dijiste nada?
Le regalo una sonrisa y poso mi mano en su brazo izquierdo dándole un pequeño apretón.
—Se me pasó —justifico—, y además no tiene importancia, solo fue un susto.
—Ok, ¿a qué acuerdo llegaron? —estiramos unas sillas y nos sentamos, hay que estar cómodos a la hora de chismosear.
—Solo lo dejamos pasar, no hubo ningún daño.
—¿Entonces por qué tardaste tanto?
Cruzo mis pies y los dejo descansando sobre los muslos de Max.
—¿Llegaste a ver a una mujer rubia, de unos cuarenta años, aquí, ayer?
—Sí, estaba hablando con Marc —afirma asintiendo con la cabeza.
—Era esa mujer —comento—, aproveché la oportunidad para preguntarle de qué estaba hablando con mi abuelo.
—Tú sí eres chismosa —acusa entrecerrando los ojos.
—Cállate, eso es mentira —bromeo—. Pero no me dijo nada, y eso que me llevó a un restaurante para disque conversar.
—No jodas —exclama.
—No lo hago —aseguro—, no me respondió ni una vez, y se lo pregunté tres veces. Solo me contó que lo conoce desde que es niña y que no lo veía hace mucho tiempo; y se me hace muy rara la señora.
—¿Por qué lo crees?
—Me pregunto si Marc era mi abuelo, si soy hija de Samara —cuento—, y la cereza del pastel fue que se puso súper más rara cuando supo que tengo veinte años y que cumplo en abril.
—¿Crees que Marc oculta algo?
—Sí
—Tienes teorías no es así —Asiento con la cabeza.
—La primera —enumero—, fue amante del abuelo —abre la boca con forma de O, enarca las cejas y asiento—; la segunda, es hija del abuelo.
—Eso explicaría tu parecido con ella —apunta.
—¿Me parezco a ella?
—Ajám —responde.
Arrugo el entrecejo y entrecierro los ojos pensativa. No me había dado cuenta de eso.
—¿La tercera?
—No tengo una tercera pero la segunda se hace más fuerte ahora.
—¿Se lo preguntarás a tu abuelo?
—No lo sé —dudo—, ayer se puso muy reacio cuando le pregunté sobre ella. Lo investigaré por mis propios medios, ellos están ocultando algo y voy a saber qué es.
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Ya llegada la noche cerramos el taller y salimos en dirección a mi casa, yo voy colgada a la espalda de Max y el abuelo a un costado nuestro, nuestra típica salida.
—No veo la hora en que empiece la competencia —afirma Max, todo ilusionado.
—Ya nos hemos dado cuenta —menciona el abuelo riendo.
—Lo dices cada diez minutos Max —acoto.
—Bueno pues creo que nunca lo terminaré de decir.
Seguimos hablando de trivialidades hasta que llegamos a la casa. El abuelo entra primero y Max le sigue, cierro la puerta con una patada sin necesidad de bajarme, Max se dirige hacia la sala cuando el timbre de la casa suena.
—Mierda —gruño. Bajo de la espalda de Max y me dirijo a la puerta, la abro y enseño mi cara de "Qué mierda quieres" hasta que me doy cuenta de quién es la persona que se encuentra frente mío.
—Ya son las ocho —se justifica Ariel.
—¿Ariel? —murmuro su nombre.
—Lo olvidaste —menciona con una pequeña sonrisa—. Nuestra cita —aclara.
—Este... yo... —balbuceo— Claro que... No lo olvidé —miento.
Enarca una ceja y entrecierra los ojos.
—¿Segura? Si lo hiciste no importa, podemos quedar para otro día.
Niego con la cabeza repetidas veces.
—No, cómo crees. Dame diez minutos y estoy lista.
—Ok —concede.
Me doy la vuelta para ir corriendo a mi habitación, pero a medio camino recuerdo que lo dejé en la puerta y vuelvo junto a él.
—Pasa —pido—, no te quedes ahí.
Me hago a un lado para darle paso, sin embargo él sigue en el mismo lugar.
—No, prefiero quedarme afuera.
—¿Qué? No tengas vergüenza —pido—, pasa.
—No —repite—, enserio. Estoy bien, te esperaré en el auto.
Hago una mueca con el labio y acepto.
—Como quieras, ya vuelvo.