Anne

•Capítulo Ocho•

Para cuando miro la hora, ya son más del medio día, ni siquiera me había dado cuenta de todo el tiempo que pasó. Termino mi segundo vaso de capuchino y lo dejo junto al otro, cierro el libro y lo dejo sobre la mesa. Reviso mi teléfono y veo que tengo un mensaje de Max, lo ignoro, también hay uno de Marito y otro de Sara, les respondo a ellos y luego guardo mi celular.

Miro por la ventana a los transeúntes que van deprisa por la acera. Minutos después llevo los vasos a la joven que se encuentra en la barra, le doy el dinero correspondiente y luego me dirijo a las estanterías para colocar nuevamente el libro en su lugar, camino por los pasillos para encontrar su sección y lo coloco cuidadosamente entre los libros de fantasía. Le doy una mirada rápida a los demás libros para hacerme una idea del próximo que leeré el día que vuelva, me decido por uno de autor colombiano de mucha fama.

 Para cuando regreso a la salida, me llevo la grata sorpresa de ver a Ariel conversando con la joven que me había cobrado por mi bebida y ésta le da unas indicaciones hacía mi dirección y él, a mirar hacia dónde ella le indica, hace un gesto de aprobación y viene a paso seguro. Al parecer no me ha visto, aprovechando eso, doy media vuelta y simulo buscar un libro, no sé por qué lo hago, pero algo me incita hacerlo. Se acerca al pasillo en el que me encuentro y mira en la estantería de libros clásicos, pero al parecer no encuentra lo que busca. 

—¿Te ayudo? —Pregunto a sus espadas. Ariel gira bruscamente, sobresaltado por mi interrupción.

—¿Anne? —sonríe al percatarse que soy yo— Hola, me diste un susto de muerte —comenta sin dejar de sonreírme y me da un beso en la mejilla. 

Lo saludo devolviéndole la sonrisa, también dejo un beso en su mejilla y aspiro disimuladamente su aroma. Que bien huele.

—Lo siento, esa no era la intención —me disculpo—, creo que no te diste cuenta quién era la que estaba a tu espalda.

—No, la verdad es que no me di cuenta que eras tú. ¿Llevas mucho viéndome?

—No —respondo—, pero no te salude porque estabas muy concentrado buscando.

—Sí, no conozco este lugar, no encuentro el libro que busco —explica. 

—¿Quieres qué te ayude? —Ofrezco.

—Te lo agradecería. Es un libro para mi hermana, me lo pidió hace unos cuantos días y hasta ahora tengo tiempo para buscarlo. 

Hoy viste unos jeans desgastados, rasgados en los muslos y una playera azul. ¿Por qué todo le tiene que quedar tan bien?

Trato de no mirarlo tan fijamente, no quiero que piense que soy una perturbada. Está bien que me guste, pero no debo exagerar.

—Entiendo, ¿te  dijo el nombre del autor? —Inquiero— Aquí lo ordenan por orden alfabético.

Me coloco frente al estante, quedándome justo al lado de él. Puedo sentir su calor corporal al estar tan cerca de él.

—Creo que me dijo Jane Austen. ¿La ubicas? —Su mirada se clava en mi rostro y me miran profundamente. ¿El también se da cuenta del ambiente que se está creando? Porque yo sí.

—Claro —respondo, aportando la mirada—, sígueme, las obras de Austen están por aquí —lo conduzco por el lugar hasta llegar a la sección correspondiente— ¿Y el nombre del libro? 

—Orgullo y Prejuicio —informa.

Me giro sobre mi eje, y estoy tan emocionada que mencione al Orgullo y Prejuicio, que no tengo en cuenta que su pecho queda a solo diez centímetros del mío, o tal vez sí le tomo atención, pero lo camuflo.

—¿En serio? —Murmuro— Yo adoro ese libro, lo he leído más veces de lo que la memoria me permite recordar, tiene una trama genial y su lenguaje es de otro mundo, y ni hablar de su realismo. 

—Entonces lees libros, a parte de arreglar autos —afirma. Asiento, siendo muy consciente de nuestra cercanía.

—Una faceta no tan conocida mía, pero que siempre está presente —digo mirando sus ojos azules, son muy hermosos.

—Cada día me sorprendes más, chica mecánica. 

—Créeme, te seguiré sorprendiendo —aseguro. 

Visualizo el libro en lo más alto de la estantería, miro a mi alrededor buscando alguna fuente ayuda, lo que  encuentro es una pequeña escalera utilizada para estos casos, la tomo y la coloco en la dirección del libro y me subo en ella para tomarlo. Ariel me ayuda sujetado la escalera para que no ceda con mi peso.

Subo hasta el tercer escalón sin ningún problema, pero en el cuarto siento un temblor, al parecer está algo desoldado el peldaño. Aún así llego hasta el libro y se lo paso a Ariel y bajo nuevamente. 

Pero claro, si yo no paso vergüenza no soy yo.

 Cuando estoy por llegar al suelo, el escalón sale despedido hacia el piso y yo caigo de espaldas, suelto un pequeño grito por la impresión, cierro los ojos esperando el golpe, pero, de alguna manera, nunca llega y en lugar de él, siento unos brazos tomarme en vuelo evitando que llegue al piso. Abro los ojos asustada y choco con una mirada azul, entreabro los labios sorprendida. 

—Cuidado —susurra con la voz ronca.

—Gra–gracias —musito con la garganta seca. Me incorporo y me aparto de sus brazos. 

Pero la lejanía no dura mucho.

Me toma del brazo y me estira hacia su anatomía. Choco contra su duro pecho y él entrelaza una de sus manos en mi cintura y con la otra me toma de la nuca me acerca a su rostro. Sus labios impactan con los míos y se funde en un beso voraz, que me deja sin aliento y me hace pedir más, aumento la pasión del beso ingresando mi lengua en su boca y chupando su labio inferior. Sonrío en medio del beso cuando siento mi espada pegada a la estantería y mi pecho totalmente pegado al suyo. Llevo mi mano a su cuello y lo atraigo más a mí, como si eso fuera posible.

—Me encantan tus labios —susurra sobre mi boca, separándonos unos milímetros para que pueda observar sus ojos cargados de deseo. Vuelvo a acortar la distancia y lo vuelo a besar, lame mi labio inferior pidiéndome permiso para meterme la lengua, si supiera que no es lo único que quiero… Sonrío ante ese pensamiento y abro la boca gustosa. 
Besa malditamente bien. ¿Cuándo me habían besado así? Creo que nunca. Me encanta la manera en la que toma el control sobre mí y me guía a la estratosfera con sus sutiles caricias en mi cintura y cuello, me prende un montón como su cuerpo se pega al mío y puedo sentir el calor abrasador que desprende y como sus labios juegan con los míos un juego de seducción y pasión que me incitan a querer seguir y pedir más y más.




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