Anne

•Capítulo Diez•

Salgo a la calle con lágrimas en los ojos, me derrumbo en la acera y levanto la mirada a el cielo. 
Me pasé toda la tarde en mi habitación, llorando a escondidas de mi padre, no quiero que me vea débil, quiero demostrarle lo fuerte que soy y que estoy dispuesta a entregarle mi fortaleza en este momento tan difícil. Pero de todas formas, no puedo evitar sentirme fatal recordando lo que nos reveló hace unas horas. Mi papá enfermo del riñón, aún no lo puedo creer, o mejor dicho, no lo quiero creer; escuché muchos casos de muerte a causa de esta vil enfermedad pues no es nada fácil conseguir un donante, las personas en los hospitales suelen esperar por meses a que uno aparezca, para la mayoría nunca llega, y si llega ya es tarde.

 De solo comparar a mi padre con uno de esos pacientes, hace que mis ojos vuelvan a llenarse de lágrimas a causa del terror que tengo. 

Escucho unos pasos a mis espaldas y me apresuro a limpiar mi rostro con la manga de mi chaqueta de punto, no quiero que nadie me vea así, por más que sé que todos en la casa están en las mismas que yo. 

—Hola, Anne —habla Max a mis espaldas, sin dudarlo ni un segundo, me levanto y giro sobre mi propio eje y lo rodeo con mis  brazos en un abrazo que causa que las lágrimas se vuelvan a deslizar por mis mejillas. 

—¿Qué pasa nena? —Pregunta preocupado. Acaricia mi cabello y yo niego sin que las palabras puedan salir de mi boca— Tranquila, llora todo lo que necesites. 

Mis manos se forman puños cuando tomo la parte delantera de su camiseta y escondo mi rostro en su pecho, los sollozos me impiden hablar y mi garganta se siente seca por el nudo que se formó en ella. Sus brazos me apegan más a su cuerpo y evita que me caiga cuando mis piernas amenazan con dejarme caer.

—Mi papá... —musito, un sollozo impide que sigua hablando, estoy muy asustada, no quiero perder a papá.

 Él espera pacientemente, sin presionarme,  sabe que no podré hablar hasta que mi llanto disminuya.

Pasado unos minutos, me sorbo la nariz y me desprendo de sus brazos. 

—¿Qué ocurre con tu papá? —Inquiere  susurrando, me toma el rostro entre sus manos y me brinda una mirada preocupada. 

—Él está enfermo. 

—¿Qué? —Asiento secándome las lágrimas— ¿Qué es lo que tiene? 

—Insuficiencia renal —respondo—, los doctores dicen que está demasiado avanzada y que… —la voz se me corta y cierro los ojos un momento para poder continuar— Lo único que garantizará su vida es un transplante de riñón.

Esas fueron las palabras que más me han costado decir en toda mi vida.

Me quiebro al analizar el fuerte significado de ellas. ¿Si no conseguimos un donante, papá muere?

Yo siempre supe que hay personas que luchan por su salud día tras día, que hacen hasta lo imposible para seguir vivos, que los familiares de esas personas no descansan y buscan hasta debajo de las piedras algo que mantenga a sus seres queridos junto a ellos.  Pero siempre fue una realidad tan lejana, jamás creí que yo sentiría la impotencia que esas personas sufren, esas ganas de querer romper todo a mi paso porque no puedo evitar que alguien a quien yo amo esté padeciendo algo así.
Lo vuelvo a abrazar y, esta vez, él me recibe con los brazos abiertos, luego los cierra con la fuerza necesaria para decirme sin palabras que él se encuentra conmigo, que estará aquí para darme consuelo. Tal vez este sea el abrazo que necesité desde hace tres horas, cuando recibí esa horrorosa noticia, este abrazo sin palabras que dice todo lo que necesito. 

Max no me dejará sola.

—Va a estar bien —asegura con la voz firme—, ya lo verás. El señor Martín es muy fuerte. 

—Yo lo sé, Max —musito—, confío en la fuerza de papá, pero ¿y si no encontramos a un donante?

—Claro que lo hallarán —quita sus brazos de mi cintura y toma mi rostro entre sus manos, me hace mirarlo directamente a los ojos, su mirada me hace sentir tan protegida, ella me asegura que todo estará bien—, tienes que ser optimista, nena, y más en estos momentos que tu padre necesita que lo seas, porque él necesita verte fuerte y con una sonrisa que le transmita esperanza, y por sobre todo amor, ese amor que solo una hija puede dar —su voz me trae tanta paz y tanta esperanza que no sé qué sería de mí si Max no estuviera en mi vida— ¿Entiendes? —Asiento con la cabeza y él seca mis lágrimas con sus fuertes dedos, para luego besarme en la frente— Te quiero, corazón, y estoy contigo y con tu familia para lo que necesiten, ¿ok?

—Gracias, Max.  Yo… —lo vuelvo a abrazar y escondo mi rostro en su cuello— Te quiero tanto, y te necesito más que nunca, no te olvides de eso, por favor.

Sus manos dan pequeñas caricias a mi cabello y su respiración calmada me tranquiliza, me hace olvidar de todo lo que está ocurriendo. El ritmo de los latidos de su corazón me llenan de paz; y ahora es que me doy cuenta de esto: lo único que necesito para estar bien es a Max, no hay nadie más que pueda hacer que deje de sufrir, él es mi fortaleza, él es la calma a mi tempestad, él siempre me traerá luz sin importar cuán oscuro esté.

Si no me había dado cuenta, ahora lo hago.

Mi celular interrumpe el silencio que se creó en el ambiente, a regaña dientes me separo del cuerpo de mi mejor amigo y reviso mi celular.

Ariel.

No quiero contestar, yo solo necesito estar con Max. No quiero estar con nadie más ahora. Mañana hablaré con Ariel y le explicaré lo que ocurrió.

El sonido se detiene y apago mi móvil. Max me mira expectante, quiere saber quién era.

—Ariel —informo.

Asiente con la cabeza sin decir nada.

—¿Podemos ir a tu casa? —Pregunto.

—Vamos.

Me toma de la mano y me guía hasta su casa. El interior está a oscuras, eso me indica que Marta, la mamá de Max, aún no ha llegado. 

No nos detenemos en la sala y vamos directo a su habitación. Entramos a ella y él enciende  únicamente las lámparas de su mesita de noche, para dar un poco de iluminación.




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