Anne

•Capítulo Doce•

—Hola —levanto la cabeza y miro por sobre el capo de la camioneta gris  me encuentro reparando, en la entrada del taller se encuentra el chico de los ojos azules intensos que tanto me gustan. 

—Ariel —murmuro—. No te esperaba por aquí.

Dejo aún lado mis herramientas y me acerco. Cuando estoy lo suficientemente cerca, planta un dulce beso en mi mejilla, gesto que se me hace bastante dulce. 

Aunque una tos incómoda hace que no pueda disfrutar del momento. Giro la cabeza esperando ver el rostro furioso de Max, pero, para mi total sorpresa, en lugar de mi mejor amigo me encuentro con mi abuelo.

—Abuelo  —formulo también incómoda— Yo —la voz me sale muy débil al ver su ceja izquierda enarcada—,eh…  Te presento a Ariel, un amigo.

—¿Amigo? —Pregunta confundido— No me habías hablado de él.

Ariel me mira acusadoramente, me encojo de hombros y le regalo una sonrisa de disculpa. Tampoco es que vaya con mi abuelo para contarle sobre mis liges o mi amigo con derecho.

Porque eso es Ariel ¿No? Un amigo con derecho a roce. O al menos yo lo entendí así, claro, con la diferencia de que él quiere que sea más que su amiga especial. 

—Un gusto, señor —habla Ariel tratando de rellenar el silencio que se formó—, su nieta me ha hablado mucho de usted —confiesa extendiendo el brazo en dirección al abuelo en forma de saludo y éste lo  recibe de forma gustosa. 

Por lo menos no se puso en plan padre celoso. El abuelo nunca  fue así, gracias al cielo.

Es más, varias veces me cubrió para que mamá no se diera cuenta que salía por las noches con chicos, era nuestro secreto, bueno, o algo así, porque después me descontaba el suelo, supuestamente esa era mi forma de pago a su silencio.

Eso me enseñó que nada es gratis en la vida. 

Cruel realidad.

—El gusto es mío, muchacho. 

—Lamento no haberte hablado de él —me disculpo, aunque sea innecesario—, pero todo esto de mi padre hizo que me vuelva más despistada de lo que soy. 

—¿Tú despistada? Eso es calumnia, Anne —se burla el abuelo con sarcasmo que termina con todo rastro de incomodidad. 

Por eso lo amo, es una persona tan relajada que hace sentir cómoda  a cualquiera.

—¡Abuelo! —Reclamo pero aun así sonrío. 

—¿Y como se conocieron, muchachos?

Estiro un par de sillas y se las paso a ambos. Como solo hay dos, yo me siento sobre el capo de un auto.

Así, todo casual.

—¿Te acuerdas de esa noche que llamaron en la madrugada y pedían servicio de grúa?

El abuelo asiente arrugando el entrecejo.

—¿Y también que yo había ido porque no podía dormir y cuando regrese te comenté que el cliente era un idiota que se había olvidado de recargar el tanque de combustible?

Ariel se pone rojo y yo solo puedo reír por mí maldad.

—Ajám, lo recuerdo.

—Pues te presento al idiota —me muerdo el labio inferior para no soltar una carcajada, Ariel se rasca la nuca y sonríe avergonzado. Me mira entrecerrando los ojos y yo le guiño uno.

—¿Entonces fue así como conociste al pedante este? —Pregunta Max metiéndose en la conversación.

—Oye, no empieces —pido frustrada.

—Al parecer el pedante es otro —murmura Ariel.

—¿Cómo me llamaste, imbécil? —Max se acerca lo bastante para demostrar que contento, no está.

—¿No me oíste o solo te gusta que te digan cosas sucias? —Inca Ariel mirándolo a la cara.

Miro al abuelo buscando ayuda, pero él está igual de shockeado.

 Perfecto. 
¿Qué es eso que se huele? ¿Ataque de machos trogloditas en medio de una lucha de testosterona? 

Ridículos.

—¿Por qué no le preguntamos a las chicos del campus si no es a ti al que le gusta que le digan cosas sucias al oído? —Ataca Max.

Ruedo los ojos cuando Ariel se levanta para encararlo.

—¿Me estás llamando gay?

—¿Te calza el zapato?

—Yo no tengo problema con disfrutar de la sexualidad, ¿puedo decir lo mismo por ti, reprimido? 

La cara de Max se vuelve completamente roja y es ahí cuando el universo me indica que debo intervenir.

Tarde, Ariel ya lo tomo de la camisa cuando mi amigo lo empujó poniendo las manos en su pecho. El abuelo continua sentado como si nada y me indica con la cabeza que los pare. 

Como si yo tuviera la culpa, ash.

—A ver, a ver  —digo interponiéndome en medio de ambos—. O dejan su ridícula discusión homofóbica o se van a la calle y demuestran quien tiene la orina con olor más fuerte para marcar un territorio, pero aquí lo dejan por la paz. O se van ambos.

Ariel se aparta de mí y de Max y nos da el espacio suficiente para respirar, en cambio Max, me toma del antebrazo y me deja pegada a su cuerpo.

—No la toques —ladra Ariel.

Fulmino a Max con la mirada y trato de apartarme, pero lo único que recibo es que me sujete con más fuerza.

—¿Y quién eres tú para decirme que hacer o qué no? —Reta Max tomándome de la cintura.

—Max, como no me sueltes —advierto entre dientes.

—Soy su novio —dice Ariel.

El taller quedó en completo silencio. Creo que hasta los cuatro dejamos de respirar.

Mierda.

¿Y desde cuándo soy su novia?

—¡¿Qué mierda?! —Exclama Max, es ahí donde por fin me suelta, y sin nada de delicadeza, por cierto.

—¿Qué cosa? —Se une el abuelo –por fin– a la conversación.

—Lo que oyeron —afirma el ojiazul—, Anne y yo somos novios.

Siento su mano entrelazarse con la mía, mientras que lo único que puedo hacer es parpadear y quedarme muda y quieta, muy quieta e impactada.

Esto se va a poner feo.

—¿Eso es cierto, Anne?  —Pregunta mi abuelo incorporándose de la silla.

¿Es cierto? No, claro que no.

Abro la boca para negarlo pero Max se me adelanta.

—Es una jodida mentira, Anne no estaría con un pijo como tú.

Mi mejor amigo espera que le dé la razón, y la verdad, no sé qué es lo me está deteniendo.




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