—Pero ella empezó —protesto con la voz aguda.
—Basta, Anastasia —me regaña el abuelo, inflo mejillas enojada y él me mira duramente—. Recoge las cosas que ya es hora de irnos —ordena demandante e ignora mi rabieta de niña caprichosa.
Pero es que no puedo evitarlo. Me enerva que esa chica crea que puede llegar a mi lugar de trabajo y agredirme. Puede meterse su orgullo por el… ¡Ah!
Yo pensaba darle una explicación, pero ella prefirió pegarme, que se abstenga a las consecuencias.
—Ok —digo de mala gana.
Será mejor que a Max ni se le ocurra dirigirme la palabra después de esto, porque ahora si que no me controlo. Una queriendo llevar la fiesta en paz con su noviecita y la muy fresa ni siquiera colabora.
Me ocupo en hacer lo que me pide mi abuelo y desvío la vista de vez en cuando para cerciorarme de que Max siga en la calle.
Puedo verlos discutir en la acera a unos metros de la entrada del taller, hago acoplo de toda la paciencia para no ir a encarar a esa mal pensada. Max la agarra del rostro, desesperado, e intenta acercar su rostro al de ella con intención de besarla, pero Maura le propina una cachada que hace que el rostro de mi mejor amigo se incline hacia un costado. Ver esa escena me causa un dolor en el pecho, aunque no logro descifrar el porqué.
¿El que él la haya intentado besar o el que ella lo haya golpeado?
Obviamente es lo segundo.
Me dirijo hacia ellos para ponerla en su lugar, pero el abuelo se apresura y me toma del brazo.
—Te dije que no, Anne, no te metas en sus problemas.
—Pero es que... ¡Abuelo! —reclamo pero él me lanza una mirada de advertencia.
Vuelvo la vista a la calle. Maura se gira sobre su eje y se aleja de Max hacia un auto rojo, que por lo visto es suyo, se adrenta a éste y antes de que Max la alcance lo enciende y sale a toda velocidad a la carretera. Max se queda mirando unos momentos en su dirección y luego vuelve hacia nosotros.
—Has lo que te dije —vuelve a repetir mi abuelo luego de ver esa escena.
Asiento con la cabeza y me alejo de él.
Max recoge sus cosas sin mirarme y yo hago lo mismo, y todo esto dentro de un ambiente de incomodidad que se creó. El abuelo, en cambio, hace como si los últimos cinco minutos no hubiesen existido y nos habla con toda la naturalidad del mundo— ¿Nos vamos, muchachos?
—Vayan ustedes, yo me voy luego —hago saber con la voz seca. Max se gira y me mira sorprendido.
—¿También tú? —Reclama— Me basta y me sobra pelear con Maura para seguir de esta manera contigo —me dice enojado.
—Yo no tengo la culpa de que ella no quisiera escucharme.
—¿Y acaso tú la escucharías si estuvieras en su lugar? —Inquiere— Conociéndote, reaccionarias de peor manera.
—Si estuviera en su lugar no te daría una cachetada por una tontería —espeto furiosa.
—Bueno, muchachos —interviene el abuelo, pero lo ignoramos.
—No fue una tontería —contradice Max—, nos encontró abrazándonos.
—¿Y acaso es un pecado abrazar a tu amiga? A ver, déjame procesar lo que dices, ¿acaso soy yo la culpable de esto? —Pregunto dolida— Te recuerdo que fue tu idea el encerrarnos en el armario —puntualizo apuntándolo cabreada.
—Yo no te estoy culpando, eres tú la que me culpa a mí.
—Si tú lo dices —tomo por fin mi celular y me dirijo a la salida—, cambie de decisión, me voy ya, y sola.
—¡Ves! —Exclama— Vas a volver a escaparte como una cobarde, y luego te quejas porque te encerré para poder hablar —Me giro en su dirección y entorno los ojos.
—¿Y qué ganaste con eso? —Ladro— Que la estúpida de tu novia me llame zorra.
—No la llames estúpida —la defiende. Siento que algo en mi interior se rompe en el instante que lo hace.
¿Qué mierda pasa conmigo? ¿Qué mierda pasa con Max?
—Claro, total, es ella la única que puede insultarme.
—Anne, Max, basta, ya estuvo bueno con esta discusión —ignoro las palabras de mi abuelo y continuo.
—Y será mejor que te pongas hielo en esa mejilla no vaya ser que se quede la marca de los dedos de esa princesita —Doy media vuelta y salgo del taller con el corazón en la boca, camino calle abajo en dirección al parque.
Unos metros más allá de la entrada del taller siento como me agarran del brazo y me hacen girar.
—¿Por qué me haces esto? —Me dice Máx con el rostro rojo.
—¿Hacerte qué? —Inquiero, estiro mi brazo para me suelte. Cuando consigo separarme retrocedo dos pasos.
—¿Por qué simplemente no puedes apoyarme en mi relación con Maura?
—Eres un imbécil, Max. No te das cuenta de que el único que no me apoya eres tú —su ceño se arruga y su expresión se torna confundida—, por poco golpeas a Ariel y tratas de alejarme de él y ahora defiendes Maura.
—Yo solo quiero lo mejor para ti.
—No, lo que tú quieres es controlar mi vida —me paso los dedos por el cabello, consternada—. Eres como el perro del hortelano, Max, ni comes ni dejas comer.
—No te entiendo.
—¿Por qué no me besaste? —Pregunto— No, reformulo la pregunta ¿Por qué me dijiste que querías besarme?
Silencio.
Eso es lo único que recibo por su parte.
—Yo voy a seguir con Ariel —aviso—, y tú puedes seguir haciendo lo que te cante con Maura. Pero deja de meterte en mi vida.
—Anne, por favor, él… —levanto la mano para que se calle.
—No, ya no tengo catorce, puedo estar con quién se me plazca.
—Te vas a arrepentir —avisa.
—Y tú te arrepentirás de estar con alguien tan tóxica como Maura —baja la vista al suelo—, ella es de las que consumen todo a su paso y te dejan sin nada. Te va hacer daño y terminará con nuestra amistad.
—¿De qué hablas?
—¿No te das cuenta? Me odia, y sé que hará lo posible para que te vayas de mi lado. Esa escenita de novia dolida solo fue un paso para eso, me hizo quedar como mala y luego hará que me dejes de lado para irte con ella.