Anne

•Capítulo Catorce•


Unos ojos azules que me miran de una forma dulce, el dueño de éstos me toma de la mano pidiéndome que lo acompañe, sin pensarlo dos veces, lo sigo con una confianza que no es propia de mí.


Llegamos a una pradera llena de tulipanes amarillos, a lo lejos puedo ver un árbol –sin frutas– pero con flores del mismo color que los tulipanes, a excepción de ellos no hay  nada más que cielo azul y un sol que ilumina el bello color miel del cabello del joven que me guía hacia el centro del campo; una vez que llegamos al árbol, el joven se gira, pero sus ojos cambian de color, ya no son azules si no que se tornan marrones, unos marrones cálidos que me inspiran protección, una sonrisa se dibuja en mi rostro, y sin esperar nada, me lanzo a los brazos de él y lo abrazo con todas mis fuerzas.


Me siento tan cómoda en sus brazos que no espero que  alguien me estire y me lance al suelo, separándonos, trato de levantarme pero es imposible. Mis extremidades se vuelven pesadas y la gravedad me obliga a permanecer pegada al suelo.


El prado desaparece y el joven se va con él, en el cielo una nube negra  aparece, se extiende como lava erosionando de un volcán, tiñe el hermoso azul y oculta entre sus entrañas aquel resplandeciente sol. Los relámpagos resuenan y los rayos iluminan el firmamento. 


Me levanto e intento encontrar un lugar donde refugiarme, pero la tormenta hace su aparición y atrás de mí oigo un llanto de lamento, me giro para ver quién es la persona que se encuentra llorando, pero solo encuentro nada, solo lluvia y más lluvia.


Sigo con mi camino, necesito resguardarme o un rayo podría caer sobre mí.


 Un grito de dolor se oye en algún lugar, me detengo en seco y miro a mi alrededor, no hay nadie a la vista, sin embargo, puedo sentir la presencia de alguien más. La tempestad nubla mi vista y hace que me llegue la desesperación por encontrar a la persona. Escucho nuevamente el grito, esta vez acompañado por mi nombre, corro en dirección de la voz.

 

 Cada vez se hace más fuerte, pero se aleja cuando menciona mi nombre.


Esto es frustrante.

—¡Anne! —Corro frenéticamente, pero me es imposible ver nada porque el agua de la lluvia me nubla la vista y la oscuridad no es que ayude mucho, me paso la mano sobre los ojos pero es inútil. Los truenos son cada vez más fuertes y los rayos caen como hojas en otoño.


El árbol de las flores amarillas recibe el impacto de un rayo y pierde la vida marchitándose y agarrando un color ceniza— ¡Anne, no te vayas! 


—¡¿Donde estás?! —Grito pero nadie contesta, siento que algo en mi pecho quebrarse en mil pedazos, la sensación es horrible y la desesperación es inmensa— ¡Por favor, contéstame! —Suplico.


—¡No te vayas, Anne! —Vuelve a repetir luego de que caiga un rayo al oeste, sin dudarlo voy hacia esa dirección, no sé por qué lo hago, pero tengo un presentimiento de que esa persona está hacia allí.


Me paso el brazo por los ojos para apartar el agua, mi visión se torna borrosa y me vuelvo histérica e impotente. 


¿Dónde está? ¿Quién es?


—Estoy aquí, no iré a ningún lado pero dime dónde estás —al principio no recibo respuesta, solo se oye el rugir de la tormenta y el impacto de los rayos.


—Apresúrate, Anastasia —suelta un grito desgarrador cuando termina de pronunciar mi nombre, mis piernas flaquean y caigo al suelo de rodillas y siento como las piedras se incrustan en mi piel e intento levantarme— ¡Anne, por favor! —balbucea suplicante.


—Ya voy —susurro. 


Lucho contra lo que sea que me mantiene pegada al suelo, mi corazón martillea y mi cerebro busca una manera de levantarme y ayudar a la persona. 

El viento alborota mi cabello y me lanza hacia un costado, escucho a lo lejos un sonido, como rocas siendo arrojadas a la gravilla, solo que no son rocas, son granizos y son enormes. 


Levanto mi brazos con la intención de cubrirme. Cierro los ojos y espero el dolor.


Pero  no llega, solo llega algo que es mucho peor.


—¡Anne! 

 


—¡No! —suelto un grito al despertarme, siento un sudor frío recorriendo mi espalda y mi piel se enchina luego de recibir un escalofrío desgarrador, pero lo peor de todo es la angustia que crece en mi interior conforme va pasando el tiempo. 


Levanto mi mano y toco mi rostro, seco con mis dedos las lágrimas que caen inconscientemente por mis mejillas.

—¿Anne? ¿Estás bien? —Pregunta mamá entrando a mi habitación. 


—Tuve una pesadilla —murmuro, llevo mis manos sobre mi corazón y puedo sentir los latidos desesperados.


Se sintió tan real.


—Tranquila, ya pasó —me consuela y acaricia mi cabellera, se sienta a mi lado y me acurruca entre sus brazos, como siempre lo hacia cuando era niña y tenía esta pesadilla— Mamá está aquí —susurra y sin esperar suelto sollozo— Shh, no llores, corazón, ya estoy aquí.


—No sé por qué lloro —confieso confundida, aún así las lágrimas no cesan. 


—Tranquila. Dame lugar —me hago a un lado y ella se acuesta a mi lado y me abraza tiernamente, escondo mi rostro entre sus cabellos castaños y trato de normalizar mi respiración.


Hace años que no soñaba con esa tormenta, no sé por qué volví a tener esa pesadilla. Lastimosamente ya no tengo a mi oso de peluche Copito, quien era el que me acompañaba luego de que mamá volviera a su habitación y yo me quedara sola en la penumbra. 


—Tengo medio —reconozco.


—No hay nada que temer.


—Lo sé. 


Luego de unos minutos el sueño vuelve a hacerse presente, aun así mamá no me deja sola, en cambio, me tararea una canción de cuna para poder sumergirme rápidamente a los brazos de Morfeo. 

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