Anne

•Capítulo Dieciocho•

Escucho la voz de Ariel,  pero no logro distinguir las palabras que pronuncia porque el sueño sigue adueñándose de mi mente y no estoy dispuesta a dejarlo ir, al menos no ahora. No sé cuánto tiempo estuve sumida en la dulce inconsciencia y lo único que quiero es que siga.  

Me giro en mi eje y siento a alguien acostado a mi lado y la realidad me viene como un balde de agua fría, me quedé dormida en la casa de Ariel, peor aún, me quede dormida en la cama de Ariel, y ni siquiera avise a nadie de mi familia. Dios, haz que me trague la tierra.  

Abro los ojos repentinamente y veo al hermoso hombre que se encuentra plácidamente dormido junto a mí y no me decido si mirarlo durante horas o despertarlo a gritos por haberme dejado dormir hasta estas horas. Por cierto, ¿qué horas son?; miro el reloj que se encuentra en una mesilla de noche a un costado de la cama y caigo en cuenta que ya son prácticamente las nueve de la mañana. 

¿Qué mierda voy a hacer?  

Si mi mamá no me mata, mi papá me entierra viva. Muevo bruscamente al ojiazul para despertarlo y me responde con un ronroneo tierno pero lo ignoro y repito la acción pero esta vez más fuerte.  

—¿Por qué demonios no me despertaste? —Reclamo cuando abre sus ojos.  

—¿Qué hora son? —Pregunta con la voz ronca.  

—Temprano, no es —me paso la mano por el pelo, nerviosa.  

—Amanecí perfectamente ¿y tú? —Lo fulmino con la mirada, él solo sonríe, besa mi cien y se levanta de cama, solo lleva un pantalón de algodón, el torso lo tiene al descubierto y creo que se me hace agua la boca al verlo. Mierda, si este hombre es perfecto con ropa, sin ella es algo de otro mundo— ¿Admirando la vista?.  

—Claro que no, solo que te salió un grano en medio de la nariz —me encojo de hombros y creo que él si lo tomo enserio y se apresura  a verse a un espejo que hay junto a su armario.  

—A parte de gruñona, mentirosa. ¿Con qué esa tenemos? 

Me quedo congelada cuando  hace algo que no me esperaba, se sube encima de mí recargando su peso sobre sus brazos para no aplastarme y empieza a besar mi cuello dejándome anonadada, estoy tan estupefacta que solo respondo con una carcajada porque su barba naciente me hace cosquillas provocándole a seguir con su dulce tortura.  

—Ya para —digo entre risas pero él me hace caso omiso y aventura a colocar su mano en mi cintura para luego ir levantándola en dirección a mis pechos, me caricia por encima de la ropa sin abandonar la piel de mi cuello, sigue haciendo de las suyas hasta que es interrumpido por alguien que entra repentinamente a la habitación encontrándose con una posición bastante comprometedora.  

Una joven veinteañera con el color de pelo rubio cereza  y con los rasgos faciales bastantes parecidos a los de Mariela, nos mira con la boca abierta en una perfecta O, abre a más no poder los ojos y rápidamente se ocupa a cerrar la puerta murmurando una disculpa. 

Me quedo mirando la puerta, aún debajo de Ariel, sorprendida por la repentina interrupción. 

—Te presento a mi hermana —dice el chico separándose de mí de mala gana.  

—Vaya forma de conocerla —También me levanto y me dirijo a la puerta, que supongo es su baño, y en efecto lo es, me aseo tomando prestado su cepillo de dientes y su jabón de tocador, ya los cambiará después. Una vez lista, salgo y tomo la única pertenencia que traje conmigo, o sea mi celular, y espero a que Ariel también esté listo.  

—¿Ya te he dicho que te vez sexy por las mañanas? —Murmura en mi oído sorprendiéndome al rodear sus brazos a mi cintura desde atrás. Bajo el cuaderno de dibujos que estaba mirando y me giro sobre mi eje para quedar frente a frente con él. 

—No me habías dicho que sabías pintar —reclamo abrazando sus cuello con los brazos. 

—No soy bueno —dice modestamente. 

—Cierto, no eres bueno, eres un pinche Picasso —sonríe con las mejillas encendidas y se me hace súper tierno—. Hay un dibujo que me ha dado mucha intriga. 

—¿Cuál?  

Me desprendo de sus brazos y vuelvo a tomar su blog de dibujo, abro el cuaderno en la página que más me llamó la atención. 

—¿Soy yo? —Cuestiono al mostrarle el retrato. 

—¿Acaso hay alguien más perfecta que tú? 

Parpadeo al recibir su respuesta, vuelvo la vista al dibujo y lo detallo nuevamente. Esta dibujado a lápiz y con efecto sombra, es el rostro de una chica, está sucio, como cuando me mancho la cara con aceite, pero aún así resalta la belleza de la mujer, desde los ojos luminosos, las cejas arqueadas y las pestañas rizadas, también la manera sutil en la que su nariz se respinga en la punta y como sus labios adoptan una forma acorazonada, hasta que llega al cabello, en él utilizó un lápiz más claro, creando un efecto reflejante en las hebras. 

Es tan real, tan… hermoso. Y soy yo.  

Siempre he tenido el autoestima alto, hasta cuándo tenía grasa de más en las caderas o cuando me explotaba la cara con tantos granitos y puntos negros, me he amado y aceptado, pero ver esto, ver la manera en que él me ve y ver que le parezco una persona bonita me genera un tipo de sentimiento de satisfacción que no sabía que podía llegar a tener, como si el estima que siempre me he tenido a mí misma por fin lo pueda ver en otra persona. Porque si no nos amamos nosotros, quién más lo hará, y cuando nos aceptamos nosotros los demás también lo harán, en cualquier punto, sea tarde o temprano. 

—¿Me ves así? 

—Eres la mujer más bonita que he visto, y la primera en no darse cuenta de lo que genera esa belleza. 

—¿Qué genera? —Pregunto 

—Saber que lo perfecto sí existe en medio de toda esta imperfección. 

—Soy todo menos perfecta —digo sonriendo. 

—Es que las personas siempre han estereotipado la perfección —replica—. Ser perfecto no conlleva tener un cuerpo hegemónico, ni tener la piel sin defectos, o tener muchos seguidores. ¿Quieres que te diga que es lo verdaderamente perfecto? 

Asiento con la cabeza. 

—Perfecto es amar sin condiciones, aceptar a todos cómo son, con sus defectos y con sus sombras, y saber que uno también los tiene. Perfecto es luchar por lo que parece imposible y ganar, es mirar al cielo y ver que vivimos en un universo que se expande a cada segundo y aún así no achicarse, al contrario, levantar la cabeza y decir que sí nacimos en un universo infinito es para ganar, y que nada nos detendrá, que superaremos las adversidades y nos ganaremos a nosotros mismos, no a los demás, somos nosotros nuestros mayores contrincantes, los más difíciles de vencer.  

»Y tú Anastasia Briss, superaste las adversidades que la sociedad te impuso, levantaste la cabeza y dijiste al carajo con todo, yo decido qué seré y lo hiciste, te convertiste en una mecánica en medio de un mundo donde una mujer debe de ser lo que otros imponen, te superaste a ti misma y lo seguirás haciendo. 
»Eres perfecta porque decidiste poner el amor en la cima de tu vida y buscar la manera de salvar a tu padre. Eres perfecta por eres humana, una suma de imperfecciones que taparon los huecos que dejaron las injusticias y lo prejuicios y te convertiste en un monumento sin un solo agujero. 

»Tal vez no seas la perfección que se espera, pero es la perfección inesperada la que se diferencia de las demás. 

Me quedo callada, procesando sus  palabras. Tratando de entender su mente, ¿Eso es lo que él piensa de mí? ¿Qué significa eso? 

—No sé qué decir —balbuceo. 

—No tienes que decir nada. Solo quiero que entiendas lo que significas para mí. Anne, eres como un diamante con el que te topas en un arroyo, y créeme, solo un idiota dejaría ir el diamante. 

Trago saliva y bajo la vista. Cuando la vuelvo a levantar, dejo un pequeño beso en sus labios. 

Ya no estoy tan segura de eso de sólo es una falsa. ¿Será que Ariel en serio me está conquistando? ¿O solo estoy deslumbrada por sus palabras? 






Llegamos a casa una hora después, Ariel quiso entrar conmigo pero mi respuesta fue un rotundo no. Es mejor que yo entre sola para no pasar vergüenza frente a él con el tremendo regaño que me voy a llevar. Para mi suerte nadie está en casa, al parecer fueron a la misa dominical, así es que puedo preparar mi excusa correctamente y con el argumento indicado.  

Como nadie está, aprovecho para buscar algo con que alimentarme en la heladera, solo encuentro leche apunto de caducar y budín de banana que ni loca pienso probar, resignada me acuesto en el sofá y cierro los ojos, maldigo por lo bajo cuando la puerta principal es abierta y escucho la voz de Sara y Max rompiendo el silencio que llenaba la casa.  

Wey, yo quería seguir durmiendo. 

—¿Aún no vino? —Cuestiona la voz de Max y me puedo dar cuenta que también está informado que no pase la noche en casa.  

Genial. 

—Ya vino, está aquí —informa Sara entrando a la sala.  

—Hasta que por fin te dignas a aparecer —espeta Maximiliano, levanto la cabeza y lo miro incrédula. 

Mis antenas de pelear ya están levantándose. 

—¿Perdón? —Escupo— Es mi problema si recién aparezco. 

Me levanto del sofá dispuesta a irme a mi habitación, estoy por dar los pasos cuando suelta las palabras que me dejan estática. 

—Pasaste la noche con ese riquillo y ahora te haces la ofendida.  

Giro la cabeza en su dirección y entrecierro los ojos. 

—Y si pase la noche con él ¿qué? —Ladro levantando el mentón en señal de orgullo.  

—De que pasaste la noche con él no me cabe duda, pero al menos hubieras avisado a alguien. ¿No te parece?  

Se alza ante mí con su metro ochenta y cinco, y si cree que eso me va a intimidar, está muy equivocado. Te confundiste de tóxica, chiquito. 

—Pues ya estoy bastante grandecita para hacer lo que se me pase por los ovarios, y además, él es mi novio, no tiene nada de malo que pase la noche en su casa.  

Suelta una risita irónica que hace que la sangre me hierva. 

—Claro que tiene de malo, porque tú eres una chica decente.  

—Define decente. 

—Apenas lo conoces, no puedes... 

—Mira Max, no quieras hacer el papel de hermano mayor que no te queda, y si no soy decente por dormir con mi novio pues ya es muy mi problema. Que te suden los huevos lo que yo haga o deje de hacer. 

—¿Dormir? ¡Por favor! —Bufa. 

Abro mi boca sorprendida por su insinuación, miro a Sara en busca de ayuda pero solo me mira divertida.  

—Si lo que quieres decir es que tuvimos sexo, pues sí —respondo encarándolo—, lo hicimos, y como dos conejos ¿Así o con más detalles? —Veo la ira apoderarse de sus ojos. 

La carcajada de Sara desvía mi atención a ella.  

—Parece que están pasando por una crisis matrimonial. Vamos Max, no me digas que le crees, pero si esta es más virgen que yo —Le muestro mi dedo del medio y me encojo de hombros.  

—Cree lo que quieras —me dirijo a Max—, yo hago de mi vida lo que quiera y tampoco tienes derecho a preguntarme con quién tengo o no sexo, porque yo no te pido que me mandes un mensajito cada vez que Maura despierta a tu amigo. Y no me dirás qué son pocas veces. 

—¿Te estás escuchando? —Me dice y rueda los ojos.  

—¿Saben qué? Ya me cansé de ustedes —Interviene mi hermana— Por qué mejor no dejan su estúpida discusión para más tarde y ahora vemos una película. 

—Mientras comemos palomitas —apoyo. Lo que sea para dejar esta patética conversación—, que me muero de hambre.  

—Ok —acepta Max apretando los labios—, pero está conversación aún no acaba —añade advirtiendo. Si supiera que para mí acabo desde que él mencionó 'pio'. 

—Vamos a ver El Señor de los Anillos —avisa Sara pero Max la contradice.  

—No, esa dura tres vidas, vamos a ver Piratas del Caribe.  

—Que pena por que yo voy a ver Harry Potter —informo como si fuera los más obvio.  

—Claro que no, si esa es súper aburrida —espeta el imbécil arrugando la nariz. 

—Vuelve a insultar a Harry Potter y te saco los dientes, muggle. Ahora ¿dónde está el control remoto? 

—Que mal por ti, pero yo ya lo tengo  —menea el aparato en su mano y corro hacia él y se lo arrebato, pero sin darme tiempo me persigue mientras que Sara lo alienta, tomo el control más fuerte y salgo corriendo hacia el pasillo, pero el imbécil de Max me toma de la cintura y me levanta en el aire, mientras yo suelto una carcajada Sara me arrebata el control.  

Lo siento chikistrikis, pero soy más rápida.  

Doy un codazo a las partes nobles de Max y salgo disparada hacia mi hermana que se sostiene de una silla para que yo no la alcance.  

—Mierda, Anne —se queja Max entre dientes, pero lo ignoro.  

—Dame el control, Sara —niega sonriendo, salto hacia ella pero rápidamente corre por el pasillo en dirección a la habitación de mamá, en el camino mi abuelo le arrebata el bendito control y nos lanza una mirada de advertencia a Max y a mí quienes perseguimos a esa pequeña ratita.  

—Basta de juegos, hoy me toca a mí ver la televisión.  

—¿Qué? ¡No! —Protestamos los tres al unísono.  

—Veré una película de Rocky Balboa y es mi última palabra.  


 




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